La corrupción que nos corroe

España · Benigno Blanco
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7 marzo 2016
Los medios de comunicación centran su atención en la corrupción económica de los políticos, pero no censuran ni reflejan con la misma fuerza otras corrupciones que asolan nuestra sociedad y pueden ser igual o más graves que la de los políticos y, en todo caso, crean el caldo de cultivo para la corrupción, ¡también!, política.

Los medios de comunicación centran su atención en la corrupción económica de los políticos, pero no censuran ni reflejan con la misma fuerza otras corrupciones que asolan nuestra sociedad y pueden ser igual o más graves que la de los políticos y, en todo caso, crean el caldo de cultivo para la corrupción, ¡también!, política.

Pongamos algunos ejemplos de estas otras corrupciones sistemáticas: la de universidades que viven no para el alumno sino para los intereses endogámicos de una casta de burócratas de la profesión universitaria más preocupados de hacerse un hueco profesional que de formar alumnos; la de medios de comunicación y periodistas que abjuran de la verdad y manipulan sistemáticamente sus palabras y silencios y la línea editorial, al servicio de intereses económicos o ideológicos no expresos; la de jueces y magistrados que sin recato sirven con sus resoluciones a sus particulares intereses ideológicos por encima de la ley; la de políticos que venden su conciencia a su partido y a los intereses de su cargo y promoción; la de los gobernantes que incumplen sus compromisos y programas sin rubor alguno; la de profesionales de la enseñanza que ponen por encima de los derechos de padres y niños sus ideas personales hasta el punto de manipular conciencias de niños sin pudor alguno; la de esos millones de españoles que viven de y en ese 25 por ciento de economía oculta que hay en España según la UE; la de los que ofrecen y aceptan pagos ´sin IVA´; la de quienes buscan y aceptan relaciones sexuales y se desentienden de sus consecuencias; la de quienes se muestran desleales a sus compromisos matrimoniales al menor contratiempo o son infieles con desparpajo a la menor oportunidad; la de aquellos que mienten en cuanto les conviene y pisotean los derechos de la verdad a su particular conveniencia; la de los clérigos que convierten la liturgia y la verdad revelada en un chiringuito adaptado a sus gustos y apetencias particulares; la de los profesionales que defraudan los derechos de sus clientes no formándose y manteniéndose al día en sus conocimientos; la de los comerciantes o fabricantes que sisan en precios y medidas o nos venden vinos de la Mancha como Riojas o naranjas valencianas criadas en Marruecos; la del adolescente que copia en los exámenes y se salta el torno del Metro para no pagar el billete; la de los presuntos sexólogos que vierten sus elucubraciones y fantasmas en las almas de los niños corrompiendo su sexualidad antes de que la entiendan; la de los que banalizan la droga y el alcohol y promueven su consumo; la de los responsables de tanta publicidad engañosa; la de los que juegan con los bajos instintos para ganar cuota de mercado; la de los promotores, vendedores y difusores de la pornografía que corrompen almas y cuerpos por dinero ruin; la de los que aplican la ley con rigor al deudor privado que no puede pagar su hipoteca a la vez que inyectan cuantiosos recursos públicos a las entidades financieras que ejecutan a esos deudores privados; la de quienes persiguen hasta la muerte al ciudadano anónimo que debe una cuota de un impuesto o una multa de tráfico mientras amnistía a quien amontona millones en paraísos fiscales; la del funcionario que deja dormir en su mesa el expediente del que depende la viabilidad de numerosos puestos de trabajo y la viabilidad de una empresa; la del seudoecologista que denuncia y paraliza proyectos ayuno de ciencia ecológica y sobrado de prejuicios; la del ´experto´ que pone su vanidad por encima de la verdad para conseguir un minuto de gloria mediática…

Podría seguir poniendo ejemplos.

Todas estas corrupciones tan presentes en nuestra sociedad son en muchos casos igual o más graves que la corrupción económica de los políticos… y sin embargo no generan un clamor social de rechazo unánime. Son corrupciones admitidas, consentidas, generalizadas, que crean el clima general de banalización del mal en que también crece la corrupción política. Quizá la gente normal de la calle poco puede hacer contra la corrupción política, más allá de no votar a los corruptos; pero contra esta otra corrupción cotidiana sí que todos podemos hacer mucho: no practicarla, no colaborar con ella, denunciarla, rebelarnos contra su normalización social.

¿Cuál es el problema de fondo? El desprecio a la verdad moral como parte de la cultura contemporánea, el relativismo moral como exigencia del dogma actual de lo políticamente correcto, la banalización del mal como práctica cotidiana de muchos, la falta de fe en la existencia de criterio ético seguro y razonable para saber discernir entre lo bueno y lo malo.

Toda una civilización se hunde en el relativismo, la indiferencia moral y la renuncia a las certezas razonables… por una abdicación antihumanista difícil de entender pero fácil de comprobar.

Perseguir y denunciar la corrupción económica de los políticos y sonreír con displicencia –o aplaudir sin más– esas otras corrupciones cotidianas es una nueva forma de corrupción, cómplice de la de los políticos a pesar de las apariencias.

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