Justicia restaurativa

Sociedad · Ana Llano
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5 mayo 2023
¿Qué tiene la justicia restaurativa, principalmente en ámbito penitenciario, que atrae como un imán a quien entra en contacto con ella? Vayan por delante algunos hechos.

El 15 de marzo se celebró en la Universidad Francisco de Vitoria, una jornada sobre Justicia restaurativa en delitos de terrorismo. La paz más allá de la justicia penal. Organizada por el Instituto Newman con el deseo de atravesar la superficie de lo que nos llega por los medios de comunicación y mirar, con una razón abierta, lo que sucede en el encuentro entre algunas víctimas terrorismo y etarras arrepentidos, tuvo una repercusión en el alumnado y el profesorado, incluso en algunos de los ponentes, mucho mayor de lo esperado. Por los pasillos de esta universidad se comenta que es lo mejor que se ha hecho hasta la fecha, algunos ponentes muy lejanos a la Iglesia se marcharon con una pregunta abierta sobre el cristianismo o con el deseo de conocer a Newman -¡no es poco, con la que está cayendo!-, por no hablar del abrazo entre el yihadista arrepentido y los padres de las víctimas del terrorismo islámico.

A las ponencias de expertos como Txema Urkijo, asesor del Ministerio de Cultura, y Ester Pascual, mediadora principal de los encuentros restaurativos en Nanclares de la Oca, les siguió la película Maixabel y, a primera hora de la tarde, un encuentro con la misma Maixabel Lasa y con Luis Carrasco, uno de los responsables del asesinato de su marido, Juan María Jauregui. Yo llegué, con algunas alumnas mías de la Complutense, al encuentro imponente con las víctimas. No hay muchas oportunidades de escuchar al hijo de un padre secuestrado y asesinado, a un ex guardia civil superviviente de un atentado de ETA, a un padre cuya hija fue asesinada en la Sala Bataclán en París, o a la madre de un hijo que se alistó en el ISIS y murió en Siria. Menos probable aún es oírlos hablar del daño que hacen el odio y el rencor, de cómo han encontrado la paz y del poder transformador del perdón.

Fui testigo de lo que sucede en la vida de las víctimas que se atreven a mirar a la cara lo que les ha pasado y a tomar en serio sus exigencias de verdad, justicia y reparación, o de la ventana que se abre en la existencia de un victimario, cuando alguien le mira por lo que es y puede llegar a ser, y no por lo que ha hecho, ofreciéndole la oportunidad de responsabilizarse del daño cometido y repararlo, en vez de conformarse con pagar por ello cumpliendo la pena que se le ha impuesto. Escuchar a Carrasco que quiso “mirar a la verdad de frente y empezar a desmontar los subterfugios y falsas coartadas” con que había tratado de eludir su responsabilidad personal, y que vio en el proceso restaurativo el único modo de “desandar el largo camino de odio” y “escapar de la lógica de la violencia”, no te deja indiferente. ¡Cuánta necesidad tenemos de esta actitud en todos lados! Una vez más resuenan en mí las palabras inauditas de Jesús de Nazaret, ante la mujer adúltera y quienes la iban a apedrear: “quien esté libre de pecado tire la primera piedra”. Conocimos, por último, a un hombre que está en prisión por haber colaborado con el ISIS. Con un permiso de 4 horas para asistir a la jornada, llegó a un salón de actos repleto de jóvenes después de cinco años de aislamiento. En su carta, que no se vio con fuerzas para leer, narró su historia y confesó su deseo de perdón, aunque no se sentía digno, y pidió a los estudiantes que estudiaran a fondo. Mis alumnas y yo salimos conmovidas y en silencio.

Pero no es sólo algo que está suscitando interés en la Universidad. Son innumerables las formas de voluntariado y caritativas que tienen lugar en la cárcel, y riquísima la actividad de la Pastoral Penitenciaria. Centrándome en lo que más conozco, lo que más expresan quienes visitan a los presos de Soto del Real y Alcalá Meco es gratitud, porque allí aprenden qué significa la posibilidad siempre al acecho de perder la propia humanidad y la necesidad que todos tenemos de una mirada que nos permita renacer, volver a empezar, sanar nuestras heridas, apaciguarnos por dentro y recuperar el deseo de vivir y construir. A veces, es tan sencillo como advertir, en la relación con los presos, que “todos somos, en cierto sentido, víctimas y victimarios, que todos deseamos el bien y hacemos el mal”. Aunque se trate de pasar sólo un rato con ellos al mes, “se aprende y asume esta común condición humana, esta responsabilidad frente al bien y al mal, y nace el deseo de acompañarse de alguna forma”.

Otro ejemplo de justicia restaurativa fructífero lo podemos encontrar en Unguarded un documental de Simonetta d’Italia que, fascinada por la experiencia brasileña de la Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados (APAC: https://fbac.org.br/o-que-e-a-apac/), entidad sin ánimo de lucro y órgano auxiliar del poder judicial con un método de reeducación, recuperación y reinserción revolucionario, se lanzó a darla a conocer. Está girando por todo Estados Unidos, después de ser presentado en Italia, con un impacto enorme.

El 1 de marzo lo presentamos en la Facultad de Derecho ante un público formado por algunos expertos en Derecho penitenciario y una mayoría de alumnos que oían hablar de justicia restaurativa por primera vez, en los que el documental suscitó tanto interés y preguntas, que no bastó el coloquio de ese día. Invité a Fernando Morán, recién vuelto de su visita a Brasil para conocer mejor APAC, a contar su experiencia a mis estudiantes, y organizamos un encuentro vía meet con Denio, uno de los responsables de promover el conocimiento de esta experiencia única en el mundo. Buen conocedor del Derecho internacional, de los distintos contextos en que están naciendo nuevos centros, también en Europa, insistió en que el método APAC está en permanente revisión y evolución, pues entre sus principios está el poner a la persona en el centro, aprender de la experiencia y responder a las necesidades concretas de los presos que hay en cada localidad, sin apriorismos, ni esquemas rígidos. Las palabras del fundador “se conoce conviviendo, o se vive especulando” siguen encarnándose en los responsables y voluntarios que trabajan en APAC.

Estoy en contacto con profesores-as de varias Universidades madrileñas, públicas y privadas, en las que queremos presentarlo próximamente, ofreciendo un coloquio posterior on line con Denio y Simonetta.

Ya puedo avanzar un intento de respuesta a mi pregunta inicial. ¿Qué encontramos en este intento de humanización del mundo penitenciario que supone la justicia restaurativa, cuando tenemos la fortuna de verlo en acto? Así ocurrió, por ejemplo, cuando asistimos a una sesión de un proceso restaurativo de una víctima de abusos sexuales y un victimario que está cumpliendo condena por ese delito tan justamente aborrecido por todos, en una jornada que se celebró en noviembre en la Facultad de Educación, gracias a su generosidad y a la valentía de su mediadora, Pilar González Rivero. Lo que a mí se me impuso fue la evidencia de que no hay nada que necesitemos más los contemporáneos. La necesidad de consuelo que anida en el alma humana es infinita, como ponía de relieve Esquirol en Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, haciéndose eco del testimonio de Dagerman. En esta vulnerabilidad y exigencia de reparación nos encontramos todos.

Lo que suscita hoy un atractivo inmediato y una enorme curiosidad es la potencia de lo real, la gravedad de los hechos sin tapujos, algo parecido a lo que supuso el fenómeno de la disidencia en mi generación: la vida es algo serio, no es un juego. Tiene la capacidad de despertar nuestra humanidad adormecida y un poder de devolvernos a la vida real en la que existen el bien y el mal, la verdad y la mentira, la arbitrariedad y la justicia, las heridas y el llanto que pide su cura. Mirando a esas personas y sus historias a la cara desaparecen el relativismo y las cómodas excusas, propias de burgueses, y emergen con fuerza las evidencias y exigencias originarias que nos constituyen. ¡Cuántas veces me acuerdo de las palabras de Jesús: “Los últimos serán los primeros”! Ellos nos sacan del hermetismo y de la impenetrabilidad con que nos acorazamos frente al sufrimiento propio y ajeno, y con sus historias reales a rabiar nos devuelven al presente, el tiempo de la libertad, en el que no caben las medias tintas, porque nuestras heridas piden ser atendidas, acompañadas, dotadas de sentido. No hay olvido, diversión, artificio o virtualidad que se hagan cargo de nuestro yo infinitamente herido. Contemplar, en el rostro y en el recorrido humano que hacen víctimas y victimarios, gracias a los procesos restaurativos y a sus facilitadores, lo que nos pasa a nosotros, sin apenas darnos cuenta, no tiene precio. Por primera vez, las palabras de Jesús en Mt 25,31-46 “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” no me suena a “felicitación a quienes hacen una obra buena”. ¡No tiene nada que ver! Mirando y cuidando al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo y al encarcelado se descubre realmente quién es Cristo y te descubres realmente humano.

* Ana Llano es profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense de Madrid

 

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