El yihadismo y la ruptura del vínculo entre religión y cultura

Cultura · Olivier Roy
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16 noviembre 2017
Las formas de violencia a las que actualmente estamos asistiendo, es decir, la yihad global y el terrorismo, son nuevas en cuanto a su conceptualización, ideologización y estética, pero no en los términos que la describen. De hecho, yihad es un término tan antiguo como islam.

Las formas de violencia a las que actualmente estamos asistiendo, es decir, la yihad global y el terrorismo, son nuevas en cuanto a su conceptualización, ideologización y estética, pero no en los términos que la describen. De hecho, yihad es un término tan antiguo como islam.

Sin embargo, aparte de los textos de ideólogos como Sayyid Qutb o Muhammad Abd al-Salam Faraj, el primero que intentó instituir una yihad global y globalizada fue Abdallah Azzam (1941-1989). Palestino con pasaporte jordano y profesor en Arabia Saudí, Azzam lanzó un llamamiento a principios de los años 80 invitando a los jóvenes musulmanes de todo el mundo a combatir en Afganistán contra los soviéticos.

Su teoría de la yihad contrasta con la tradición dominante de los juristas. Para él, la yihad, lejos de ser una obligación colectiva, es un deber individual. En otras palabras, el hecho de que haya militantes comprometidos con la yihad no significa que los demás musulmanes queden dispensados de ello. La yihad afecta a todos.

Una nueva noción de yihad

Azzam se distancia así del derecho islámico clásico, según el cual la yihad se limita a un momento y un espacio precisos y solo puede ser proclamada por las autoridades competentes, aparte del hecho de que un menor solo puede participar con autorización de sus padres.

Ciertos pensadores de la galaxia yihadista llegan incluso a declarar que una mujer no necesita autorización de su marido para unirse a la yihad, lo que sin duda supone una ruptura con la tradición musulmana. Azzam añade además que no es necesario que un musulmán esté interesado personalmente en el ataque enemigo. No tiene que esperar una amenaza sobre su territorio sino que tiende a defender a cualquier país musulmán que pueda estar en peligro.

Para Azzam, la yihad no es simplemente una guerra para defender un territorio musulmán sino una forma de ascetismo, una acción espiritual durante la cual el yihadista debe aprender ante todo a separarse de sus vínculos personales, de su familia, de su nación, de su etnia y tribu. Por tanto, la idea es formar un cuerpo de caballeros de la fe que pueda trasladarse a cualquier parte del mundo, unido a un espíritu corporal sin ningún vínculo social.

El proyecto de Azzam no es crear un estado islámico. Se lo dijo muy claramente a los voluntarios que partían hacia Afganistán, a los que ordena no interferir en la vida política afgana. Una vez ganada la guerra –añadió– los voluntarios dejarían el país e irían a luchar a otra parte. Por último, conviene subrayar que esta concepción de yihad no es de naturaleza terrorista. En los años 80, los yihadistas internacionales no atacaban a civiles soviéticos, aviones de línea, diplomáticos… Su yihad es puramente militar.

Abdallah Azzam fue asesinado en 1989 por un grupo de desconocidos y la organización que fundó fue entregada en manos de Osama Bin Laden, que introdujo el terrorismo como método de acción.

El factor de conjunción entre Azzam y Bin Laden consiste en que este terrorismo tiene una finalidad global y al mismo tiempo es guiado por militantes también globalizados. Cualquiera que sea su origen, no están ligados a un país concreto ni a una lucha nacional. La primera tarea de estos combatientes internacionales fue un atentado contra el World Trade Center en 1993. A lo largo de los años 90 seguirán otros muchos atentados, como los ataques a las embajadas americanas en África oriental o contra el lanzamisiles USS Cole en Yemen en el año 2000.

Constantes y cuestiones

La novedad fue la aparición, a partir de 1995, de un nuevo tipo de terrorismo, el “homegrown terrorism”, es decir, un terrorismo que recluta a jóvenes educados en Europa. Un fenómeno que será tendencia dominante a partir del 11 de septiembre de 2001.

En segundo lugar, todos los ataques se convierten en suicidas. Esta doble tendencia explica la existencia de trayectorias similares en los atentados de los últimos veinte años. Tomemos el ejemplo de Khaled Kelkal, del GIA argelino, que inauguró una serie de atentados en Francia en 1995 contra transportes públicos y murió, arma en mano, ante la gendarmería.

Entre Kelkal y el atentado contra la sala Bataclan se puede identificar una línea de continuidad. Durante estos veinte años, la inmensa mayoría de los terroristas se ha dividido efectivamente en dos grupos: las segundas generaciones, es decir, jóvenes nacidos de padres inmigrados a Europa; y los conversos. Las segundas generaciones representan casi el 65% mientras que los conversos son más o menos el 20%, con variaciones evidentes.

Surge entonces una pregunta: ¿por qué durante 22 años el porcentaje de las segundas generaciones se mantiene constante? 22 años es el tiempo de una nueva generación. Ahora habría que esperar una tercera generación, pero sobre el terreno, si bien a veces constatamos la presencia entre los rangos yihadistas de las primeras generaciones, la tercera está prácticamente ausente. Un fenómeno curioso, la segunda generación parece constituir una constante fija.

Por su parte, los conversos representan casi siempre el 20-25%, incluso el 30% de los extremistas. La cifra es parecida en Francia, Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda y Dinamarca. Si nos enfrentáramos a una revuelta popular de musulmanes que se sintieran oprimidos por el imperialismo neocolonialista o el racismo islamófobo, ¿por qué el porcentaje de conversos se mantiene en torno al 25% desde hace veinte años?

Tercer factor. Prácticamente ninguno de estos jóvenes puede jactarse de un pasado religioso, prácticamente ninguno de ellos ha ido a una madrasa, ninguno se ha graduado en ciencias religiosas. La mayoría de las veces, la radicalización religiosa y la decisión de pasar a la violencia política se dan contemporáneamente.

La mitad de los yihadistas en Francia, Alemania y Gran Bretaña son delincuentes. En Bélgica el porcentaje es menor. Sus delitos no van unidos al islam, sino que la droga y los atracos suele ser lo que les lleve a prisión. Allí se radicalizan. Sabemos que la cárcel es el lugar por excelencia de la radicalización.

Por otro lado, ¿por qué hay tanta presencia de magrebíes? Esta afirmación se ha visto contestada. En Alemania, donde los turcos superan con mucho a los magrebíes, los turcos radicalizados ni siquiera son el 10%. ¿Por qué? ¿Por qué en Holanda y Bélgica los responsables de los atentados son marroquíes y no turcos? En los atentados de Gran Bretaña en la primavera de 2017, de los cinco terroristas que se inmolaron solo uno era indo-paquistaní. Esto no se corresponde con la demografía de los musulmanes en el Reino Unido.

Células compuestas por hermanos

Otra observación, otra pregunta. ¿Por qué en casi todas las células terroristas hay hermanos? La mitad de los veinte miembros del grupo Bataclan-Zaventem eran hermanos. Dan ganas de decir que la causa debe buscarse en la familia, pero esa familia no existe. Los padres y los tíos están ausentes, solo hay hermanos. ¿Y por qué una parte considerable de los yihadistas, casi el 20% de los hombres, conciben un hijo antes de inmolarse?

En el caso de los que van a Siria esto es sistemático. Todos conciben un hijo, y la organización les anima a ello, antes de ir a la muerte. Es increíble, estos jóvenes conciben hijos sabiendo que no les van a educar. La relación con sus padres también es muy interesante. En general, los padres no entienden por qué sus hijos pasan a la violencia. Un gran número de jóvenes, como los hermanos Abaoud y Abdeslam, implicados en los ataques de 2015 en Francia, dejan escrito un testamento.

En general, se dirigen a su madre, no a su padre. A menudo expresan la esperanza de que pueda entrar en el paraíso, aunque sea una mala musulmana, gracias al martirio de su hijo. En otras palabras, invierten la relación generacional convirtiéndose en padres espirituales de sus padres y rechazando la transmisión parental al rechazar educar a sus propios hijos.

¿Por qué todos los terrorismos de los últimos años mueren en sus actos? El hombre que cometió el atentado del Manchester Arena el 23 de mayo de 2017 habría podido dejar la mochila bajo su asiendo y salir antes de hacer estallar la bomba que había escondido. Pero eligió morir. Del mismo modo, los que atacan a la policía con armas blancas saben que van a morir. Solo hay una conclusión posible: la muerte es el centro del proyecto yihadista. No la construcción de una sociedad o de un estado islámico que atraiga a los yihadistas sino la muerte.

El atractivo de la muerte

Un último elemento importante es la iconoclastia. Los yihadistas destruyen lo que es cultural, no solo las expresiones de la cultura pagana o cristiana. Durante la caída de Mosul en junio de 2017, hicieron saltar la histórica mezquita de Al-Nuri, donde por otro lado Al-Baghdadi había proclamado el regreso del califato en 2014.

También hay que tener en cuenta la estética de la violencia. Los espeluznantes videos de decapitaciones del Daesh –acrónimo árabe para estado islámico– se montan siguiendo códigos estéticos que han tomado prestados de los narcos mexicanos.

Es bien sabido que la propaganda del Daesh sigue la estética de la cultura juvenil contemporánea (no de todos los jóvenes, evidentemente), la cultura de los videojuegos, de las películas ultraviolentas… El resultado estético es una islamización de la cultura juvenil occidental contemporánea. Por poner un ejemplo, el modo de actuar de un verdugo saudí es distinto del yihadista. Entre ambos existe un elemento común, la decapitación, pero la puesta en escena, la justificación, la estética son completamente distintas.

La estética de la violencia de los narcos mexicanos

Todos estos elementos me llevan a decir, como he repetido muchas veces, que en el centro del proyecto yihadista reside un cierto nihilismo. El término podría no estar bien elegido porque estos militantes creen que irán al paraíso y cuando son sinceramente creyentes, hablar de nihilismo no es oportuno en este sentido. Pero ahí está el hecho de que no tienen ningún proyecto en su vida terrena. Se matan matando al mayor número posible de personas, a sangre fría, sin emoción alguna.

El gran genio de Al-Qaeda primero, y después del Daesh, consiste en haber permitido a sentimientos nihilistas, macabros y mortales insertarse en una gran construcción narrativa islámica y heroica. De hecho, cuando pasan a la acción son musulmanes.

Sin embargo, en sus actos hay algo incomprensible desde el punto de vista racional. La estrategia del Daesh conduce a la muerte del Daesh, y todo lo que escenifica lleva desde el inicio a su desaparición. La victoria del Daesh es imposible a menos que el Daesh piense que las sociedades occidentales caerán bajo el peso de sus propios miedos por un efecto de aturdimiento. Por otro lado, esta era la ilusión de Bin Laden, pero las cosas fueron muy diferentes.

El proyecto del Daesh de crear un califato sin fronteras obviamente es inviable porque pondría a todos en su contra. Por tanto, es un proyecto suicida que esconde detrás un gran relato del Apocalipsis. Nos encontramos ante una construcción apocalíptica de la religión islámica.

Entre la angustia y la deculturación

Los yihadistas muestran un vacío espiritual, una gran angustia. Estos jóvenes no luchan por la utopía de una nueva sociedad. Aunque hay ciertos casos, por dudosos que sean, de jóvenes que parten para dedicarse al humanitarismo islámico, prácticamente ninguno de ellos emprende el camino hacia Iraq o Siria para ayudar a la gente.

Su objetivo es combatir. Viven una ruptura total con la sociedad, y también con la comunidad musulmana. No hay ejemplos de jóvenes yihadistas con un pasado militante propalestino. Ninguno de ellos ha pasado en Europa por los Hermanos Musulmanes. La única excepción es Hizb Ut-Tahrir, la primera organización que puso en el mercado, si se puede decir así, en los años 90 la noción de califato global inmediato. Este movimiento que promueve un califato global des-territorializado, después de conseguir una gran influencia en los años 2000 entre los jóvenes estudiantes de segunda generación británica, comenzó su declive porque rechazaba la violencia armada.

Ante el avance de Al-Qaeda y Daesh, los jóvenes fueron abandonando en mayor o menor medida Hizb Ut-Tahrir, y se produjo una escisión de la que nació el llamado Islam4UK, implicado en los últimos atentados. Pero esta es la excepción, no la norma.

La brecha entre la población de origen musulmán en Europa y estos grupos de extremistas es total. Estos últimos viven siempre en los márgenes de las poblaciones musulmanas, sociológicamente, culturalmente y también en el ámbito religioso.

Ninguna organización musulmana importante cuenta con el 25% de conversos, excepto ciertas hermandades neo-sufitas. El elevado porcentaje de conversos es, en mi opinión, un hecho importante en la medida en que el punto de convergencia entre las segundas generaciones y los conversos es justamente la ruptura con la cultura de sus padres o, más concretamente, la ruptura del vínculo entre religión y cultura que estaba presente en sus padres.

En general, las primeras generaciones de inmigrantes en Europa no fueron capaces de transmitir el islam cultural, su “islam nacional”, excepto los turcos, y eso creo que explica el porcentaje mínimo de turcos presente entre los extremistas. En la población turca, por varios motivos, la lengua y la cultura no se han transmitido debido a la acción del gobierno de Ankara, lo que en todo caso no carece de efectos negativos.

Esta deculturación de lo religioso lleva a una suerte de exacerbación de una pureza religiosa que no es posible unir ni a una cultura ni a una vida social. Además, es un islam desocializado.

Hay por tanto mucho trabajo por hacer en la reculturación y resociaclización de lo religioso. Obviamente, los métodos cambian según se trate de países de mayoría musulmana o países donde los musulmanes son inmigrantes. Sin embargo, conviene recordar que la crsisi de la cultura religiosa también afecta a los países tradicionalmente musulmanes y se expresa en el éxito del salafismo, que por definición es la proclamación de una religiosidad fuera de toda cultura. En este sentido, el salafismo, aunque sin duda no es la causa del terrorismo, tiene muchos puntos en común con este último en el modo de concebir la relación entre cultura y religión. Por tanto, la prioridad es la reconexión social y cultural de lo religioso, tanto en Europa como en los países musulmanes.

Algunos cristianos empiezan a experimentar el mismo fenómeno de deculturación en países donde la secularización es tal que las comunidades se sienten marginadas en su propia sociedad. En Francia, tienen a reconstruirse como comunidades de fe y viven una relación de tensión y conflicto con la sociedad dominante.

La deculturación afecta de hecho a todas las religiones, pero asume una forma exacerbada en el islam a causa de los conflictos en Oriente Medio y las migraciones que la acentúan, y por la presencia de organizaciones islámicas extremistas que predican a nivel global la ruptura total con el orden mundial existente. Si eres un joven en busca de radicalización porque estás globalizado, no te queda más que una causa, el genio del Daesh ha sabido jugar a esto.

Pero Daesh desaparecerá en Oriente Medio, ¿qué quedará después? ¿Qué será de los jóvenes que vuelvan de Siria e Iraq? ¿Qué harán estos jóvenes que siempre han tenido el mismo sentimiento de rebelión hacia el mundo y la sociedad? ¿Dónde irán? ¿Reinventarán una causa islámica o algo completamente distinto? Estos son los desafíos a largo plazo en los que debemos pensar, y superan con mucho las cuestiones a corto plazo sobre seguridad y terrorismo.

Discurso de Olivier Roy en el Comité Científico de Oasis (Villa Cagnola, 29 junio 2017)

Oasis

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