Ironía electoral
Lo llaman Estado del Bienestar paralelo. Es bienestar social, no estatal. Las personas mayores de 65 años dedican más de tres horas al día a atender a sus nietos y a gente de su propia generación. Lo hacen incluso cuando están enfermas. Hace unos días se ha presentado en Madrid el Indicador de Solidaridad Intergeneracional, una referencia puesta en marcha por una organización no lucrativa que intenta medir qué aportan los viejos, habitualmente considerados una carga. Lo intuíamos todos, pero cuando los datos se ponen negro sobre blanco se entiende mejor el valor político de la responsabilidad personal. Los mayores no solo dedican mucho tiempo a cuidar a los demás, también realizan importantes transferencias de renta (entre 1.000 y 3.000 euros anuales) a los miembros de sus familia con dificultades. A menudo solucionan también el problema de la vivienda. Son un agente decisivo de redistribución de renta, las pensiones han funcionado y siguen funcionando como subsidios para los más jóvenes.
Las conclusiones de esta investigación se hacían públicas al tiempo que los 55 Bancos de Alimentos de toda España llevaban a cabo su gran recogida anual de comida. Objetivo: 100 kilos para cada pobre. Son solo dos ejemplos a los que podrían sumarse muchos más. La Memoria de Actividades de la Iglesia católica de 2013 computa 8.500 centros asistenciales, educativos y sanitarios a su cargo y casi 5 millones de personas atendidas.
En vísperas de la campaña electoral española, tan importante como seleccionar la papeleta justa –quizás más– es la valoración que se hace de la solidaridad intergeneracional, de la responsabilidad personal, de la caridad, de esa energía social que se ha desencadenado durante la crisis. No se puede minusvalorar. Todos sabemos que con la tasa de paro que sufrimos, sin ese fenómeno, el país hubiera estallado. Pero aunque aceptamos esa evidencia, valoramos la energía social con criterios propios de la mentalidad sesentera, estructuralista. En nuestra mentalidad siempre hay un sistema que debe mantener las cosas en pie. Para unos el sistema es el mercado, para otros el Estado. Y si se es católico quizás se esgrima la necesidad de crear un ´sistema subsidiario´ para apoyar a los cuerpos intermedios.
Pero precisamente lo que nos enseñan estos años es que ni el desastre del sistema financiero, ni la falta de un buen sistema educativo, ni las deficiencias de la representación política (partitocracia), ni la herencia recibida, ni décadas de estatalismo, ni el aumento de la desigualdad, ni la chata ideología en favor del mercado milagroso han impedido que la persona se interesara por la persona. Los abuelos han seguido educando a sus nietos, se ha seguido ayudando a los que lo necesitaban y se ha seguido haciendo empresa. Los últimos datos sobre la reducción de la deuda privada muestran que los españoles han aceptado drásticos recortes salariales para intentar mantener sus puestos de trabajo.
Nuestra obsesión por los sistemas puede considerar toda esa energía social como un remedio pasajero, una solución de urgencia que debe ser sustituida cuanto antes. Pero cabe otra interpretación quizás más atinada. El sistema ya no está en pie. Ni el sistema institucional y democrático creado en la democracia, ni el sistema económico. Este último lo ha barrido la globalización. La energía social que hemos visto desplegarse, la responsabilidad de persona a persona, de grupo humano a grupo humano, no es un recurso del pasado, es un recurso del futuro. Se podrá objetar que un discurso así solo vale en el sector no lucrativo. Pero la dinámica es la misma para hacer frente a la necesaria renovación del tejido productivo. España es un país de PYMES, para ganar competitividad necesita crear PYMES algo más grandes en sectores innovadores. Y para eso es necesario renovar el sistema de cotizaciones a la Seguridad Social, mejorar la formación profesional, seguir transformando la estructura de la negociación colectiva (a pesar de la resistencia de los jueces)… pero sobre todo, confianza mutua (saber hacer con otros) y capacidad para emprender.
Una perspectiva así, posiblemente más realista, provoca que la próxima cita electoral se mire con una cierta ironía. Apresurémonos a decir, eso sí, que no da lo mismo un resultado que otro. Ninguno de los partidos que concurre a las elecciones tiene mucha sensibilidad hacia lo que hemos llamado energía social. Pero unos favorecen la estabilidad y otros no, unos favorecen la colonización ideológica y otros no. Unos confían más en el protagonismo del Estado y otros no.
Las propuestas fiscales son un buen test. Los socialistas ya han dicho que no es posible bajar los impuestos, que incluso habría que rescatar el Impuesto de Patrimonio. El Estado del Bienestar no permite rebaja de ingresos. El PP y Ciudadanos, por el contrario, han prometido descensos de los tipos del Impuesto sobre la Renta. El asunto no es simple. España tiene que reducir el déficit por debajo del 3 por ciento y Bruselas ha advertido que el Gobierno del PP lo tiene difícil. Aunque de momento el debate es solo de décimas. El sistema fiscal español necesita una reforma a fondo porque recauda menos que los de su entorno (hay mucho fraude y demasiadas deducciones). Pero a pesar de que el asunto es complejo, en principio parece preferible –siempre que no se desmantelen los servicios públicos y se limite la voracidad del mercado– que el dinero esté en manos de la sociedad. Sociedad son los mayores que cuidan a sus nietos, los voluntarios del Banco de Alimentos.