Huevos fritos católicos
Decía Peguy en 1912 que navegamos constantemente entre dos bandas de curas, los curas laicos y los curas eclesiásticos, los curas que niegan lo eterno de lo temporal y los que niegan lo temporal de lo eterno. Y consideraba que ni unos ni otros eran cristianos, pues la mística cristiana es un mecanismo que ajusta una pieza en la otra. Los primeros caen en una especie de materialismo que no produce gran daño porque acaba siendo generalmente inofensivo. Pero los segundos son más peligrosos, porque su pretensión es algo más elevada, más noble, y, por tanto, mucho más peligrosa. Consiste en negar la temporalidad, la materia, la grosería, lo incompleto, y, por tanto, sublimar lo puro y la pureza. Los curas laicos niegan la eternidad, pero los eclesiásticos, esos, esos niegan la historia, la temporalidad, me niegan a mí.
Lo digo porque he aprendido en mi experiencia que de una posición cristiana no puede inferirse ninguna opción política particular. Dada su historicidad, dicha posición no puede convertirse en un principio del que puedan deducirse, de una manera abstracta y lineal, las aplicaciones válidas para todas las coyunturas de la realidad social. El cristiano, cada cristiano, debe crear una respuesta particular para su tiempo y asumir con ella toda su responsabilidad y su trabajo. Porque todo siempre está por hacer y nunca se puede decir que tenemos un pensamiento o una obra acabada. Otros desean tener una decisión precocinada porque en el fondo es mucho más cómodo deshacerse de la propia libertad, que cuando se ejerce se vuelve peligrosa para el poder.
«Habrá fútbol, cocina o política hecha por católicos, fruto de su afán y de su creatividad»
A los cristianos se nos llama al discernimiento histórico sin tener que obedecer a una pretendida moral, a una supuesta iglesia, o a un omnipresente partido político, concebidos como un absoluto. Por eso hay que renunciar de una vez por todas a las diferentes políticas extraídas de la ortodoxia, o incluso de las Sagradas Escrituras. No hay por tanto ni voto ni agenda ni leyes ni partidos católicos. Como no hay una manera de meter goles o de hacer unos huevos fritos católicos. Habrá fútbol, cocina o política hecha por católicos, fruto de su afán y de su creatividad. Porque todas esas obras serán siempre históricas e imperfectas, y nunca estarán plenamente conformes con la doctrina, porque dicha completa coincidencia los llevaría a convertirse justo en lo contrario, en no cristianos, en no católicos.
Viene todo esto a cuento sobre lo leído estos días en declaraciones y documentos publicados por algunos miembros responsables de la Iglesia en relación a la orientación del voto de los católicos en las próximas elecciones generales del 23J. En ellos se habla de la traición a los valores cristianos de determinados partidos y a una llamada no a una alternancia política, sino a una alternativa real en la que no se crucen líneas rojas infranqueables como las leyes contra la vida, o contra la elección educativa, entre otras. Se acusa a determinados partidos de tibieza con la moral católica y se llama a un voto coherente con dichos principios.
Y esto me ha hecho reflexionar. Lo adecuado en política es buscar la alternancia, porque si lo que se busca es otra cosa, la alternativa debe ser la Iglesia, que por definición se sitúa fuera de la política. Complexio opositorum, decía Carl Schmitt. O, como decía Balthasar, lo que es del otro mundo es la Iglesia. Porque si la alternativa es otra política, la propia, lo que hay que hacer es agarrarse la cartera, o correr a las trincheras o a las catacumbas. Si la sociedad no cambia, si no tira por donde a uno le gustaría, lo peor que se puede hacer es pedirle a la política lo que esta no nos puede dar.
Un obispo le reprochó una vez a un conocido político cristiano que no consiguiera aprobar más leyes católicas. La respuesta fue rápida: “Hágame usted más católicos, que se vuelvan mayoría, que yo le haré leyes católicas”. ¿O acaso lo que se pedía era que hiciese leyes contra la mayoría? A eso, desde Platón, se llama tiranía. Y se observa cómo vuelve con fuerza la nostalgia de los nacionalismos excluyentes, en líderes como Modi, Meloni, Erdogan, Orban o Putin, que celebran que “su” iglesia se cobije bajo su cetro añorando tiempos pretéritos.
Si la democracia parlamentaria tiene una virtud, esa es precisamente la de la alternancia. ¿Y si a mí no me gusta lo que me toca? Pues también tiene la virtud de darte la oportunidad de hacerte con una mayoría significativa e intentar cambiarlo. Mediante medios democráticos y bajo tu personal responsabilidad. Y limitada temporalmente para cuando uno tenga la tentación de instalarse perpetuamente en el poder.
«La Iglesia Católica en España dispone de libertad y medios para comunicar su mensaje»
Pocas veces en la historia la Iglesia Católica española ha tenido tanta libertad y tantos medios para comunicar mejor su mensaje. Pero si, perteneciendo a ella la mayoría de las élites, de los colegios y universidades de iniciativa social, así como la propiedad de varios de los medios de comunicación más influyentes, y además una inmensa base social y obras muy relevantes, no logra que sus fieles y simpatizantes apoyen las leyes que añora, puede que lo que falte sea pedagogía, pertinencia o ejemplaridad.
Las elecciones generales no son la ocasión para mostrar el descontento por lo que uno pueda creer que es la decadencia moral de la sociedad. También decía Péguy que nada es tan contrario a lo que se denomina religión como lo que se denomina moral. La moral le da al hombre una capa de barniz contra la Iglesia, contra la Gracia, impidiéndole que toque el corazón. El moralismo impide presentar la abertura de esa herida incurable, de esa amargura secreta por la que entra la salvación. No puede ser que “las leyes ideológicas o inmorales” sean siempre las de los otros. No conviene moralizar la política siempre arrimando el ascua a la propia sardina. No es el momento de la revancha, de la sugerencia del voto a partidos “acordes”, ni del uso del cristianismo como una bandera ideológica ni de sembrar la desconfianza en el sistema.
«El problema es pues el sujeto, no el resultado electoral ni las leyes inmorales»
Entre todos hemos elegido la política de la alternancia, y que la alternativa de transformación de las relaciones sociales sea confiada a la comunidad social que inspire en cada momento soluciones nuevas y actuales mediante la creatividad responsable de los hombres abierta al dialogo con todos. En la España constitucional es una bendición el “más de lo mismo”. Si España tuviese un patrimonio cultural y moral cristiano que, además de precioso, estuviese vivo, otro gallo cantaría. La solución no es un éxito electoral de “los nuestros”. La solución es un yo para otros que no se cierre a nadie. El problema afecta a la Iglesia y no a la sociedad en primer lugar. Claro que el mundo actual no favorece, con sus modelos de vida, el descubrimiento de la fe, pero eso no puede suponer un pretexto para el vacío de propuestas de vida que caracteriza a la Iglesia actual. El poder es para el hombre, no el hombre para el poder. El problema es pues el sujeto, no el resultado electoral ni las leyes inmorales.
«La Iglesia no está llamada a posicionarse políticamente sino a favorecer el encuentro del hombre de hoy con el acontecimiento cristiano»
La misión de la Iglesia es otra. La de vivir la fe, practicar la caridad, y comunicar la esperanza, es decir, una presencia real que transluzca un mensaje alegre universal de liberación. La Iglesia no está llamada a posicionarse políticamente sino a favorecer el encuentro del hombre de hoy con el acontecimiento cristiano. Y siendo esta presencia evitará hacernos creer en falsos ídolos y en profetas de tribuna. Si de verdad necesitamos una alternativa, que venga de la Iglesia, pero por favor, que nunca venga de la política. Ojalá los políticos confiasen y escuchasen más a los obispos. Pero parece que el mundo se ha vuelto del revés. Ahora parece que los obispos son los que confían en los políticos, o en su capacidad de cambiar la sociedad en el sentido que ellos quisieran. Y esto sabemos que es una historia que casi siempre tiene un mal final.
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