Editorial

Horas de furia en la III Guerra Mundial

Editorial · Fernando de Haro
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17 julio 2016
Todavía estaba sin recoger la sangre de las víctimas en el Paseo de los Ingleses de Niza, cuando el intento de golpe de Estado en Turquía ha reclamado nuestra atención. Horas de vértigo y de angustia en esta III Guerra Mundial a trozos que no nos deja tiempo para dolernos, para sufrir y para rezar por los muertos. La perplejidad parece asaltarnos a cada minuto. ¿Es que no hay un punto estable?

Todavía estaba sin recoger la sangre de las víctimas en el Paseo de los Ingleses de Niza, cuando el intento de golpe de Estado en Turquía ha reclamado nuestra atención. Horas de vértigo y de angustia en esta III Guerra Mundial a trozos que no nos deja tiempo para dolernos, para sufrir y para rezar por los muertos. La perplejidad parece asaltarnos a cada minuto. ¿Es que no hay un punto estable?

No es fácil orientarse en el laberinto turco. Erdogan ha derrotado a carros de combate y aviones con un iPhone. Un videomensaje ha servido para sacar a la calle a la población a la que el presidente quita libertades. El pueblo turco ha preferido estar del lado del Sultán duro. Turquía se desestabiliza en el momento en que Erdogan se acerca a Israel y a Rusia, en el momento en que combate con más decisión que nunca al Daesh. ¿Puede estar la mano de los islamistas detrás de la asonada? El presidente ha señalado como responsable de la intentona a Fethullah Gülen, líder en el exilio de una organización islamista moderada. Nunca nada es lo que parece en Turquía. Por lo pronto el que sale beneficiado y reforzado es el propio Erdogan.

Y con Erdogan reforzado, Europa respira aliviada. Es Turquía la que contiene a los refugiados, es el tapón de Oriente Próximo. Un alivio que en cualquier caso es muy relativo después del ataque de Niza. Lo sucedido en el Paseo de los Ingleses de la ciudad francesa trae dolor sobre dolor, luto sobre luto, y un desconcierto y una perplejidad que nos acercan al desequilibrio mental. El primer ministro Manuel Valls aseguraba horas después del ataque que “Francia tendrá que acostumbrarse a vivir con la amenaza terrorista”. Todos entendemos lo que quiere decir. ¿Quién puede prever que un asesino haya planeado sembrar la destrucción y la muerte con un camión? Pero es justo a eso a lo que no nos acostumbramos. A lo que no podemos acostumbrarnos después del año y medio más terrible en la reciente historia europea: primero fue Charlie Hebdo, luego Bataclan, más tarde Bruselas y ahora Niza. Francia se ha convertido en objetivo preferente del terrorismo por diversas razones. La intervención del país en el Sahel y el protagonismo en la coalición que combate el Daesh en Siria y en Iraq pesan en el imaginario de los radicales. Como también pesa que sea el símbolo de una cierta forma de laicismo.

En Niza se repite lo que sucedió en París y en Bruselas. El terrorista Mohamed Lahouaiej Bouhlel tenía antecedentes por delitos comunes, al parecer era consumidor habitual de alcohol y hachís. No estamos ante terroristas de origen religioso sino ante personas inestables, posiblemente captadas a través de internet. Estamos ante un radicalismo que se ha hecho islamista más que ante un islam que se haya hecho radical. El perfil de estos terroristas no es el de personas que hayan rezado mucho o hayan ido mucho a la mezquita y por ello se hayan hecho radicales. La narrativa islamista parece en ellos una segunda piel. La constatación de que estamos más ante un nihilismo violento que ante un fenómeno de violencia de raíz religiosa no simplifica ni muchos menos el problema. Si acaso lo complica. Porque la tarea de controlar a los imanes o desradicalizar las prisiones, acelerada desde el ataque de Bataclan, es absolutamente necesaria pero insuficiente. El problema de fondo tiene más que ver con una fallida integración que con otra cosa. Por eso el islam europeo tiene también una grave responsabilidad educativa: es el único que puede recuperar la mediación con el mundo que en muchos de los radicales solo se produce a través de internet. El islam institucional ha perdido la capacidad de influencia que ejerce en la cultura tradicional magrebí o de Oriente Próximo. El radical islamista ha perdido buena parte de la relación habitual que el creyente mantiene con su comunidad.

Insatisfechos. Una vez examinados algunos de los posibles factores sociales y políticos que han entrado en juego en estas horas bárbaras nos quedamos insatisfechos. La inquietud, el desasosiego, quizás también el miedo, siguen a nuestro lado. El desafío que este misterio de mal y de destrucción supone para la razón se antoja demasiado grande. Quizás sea más sencillo reconocer que hay un núcleo último del problema que es inaferrable. ¿Cómo alguien puede llegar a convencerse de que los otros son el chivo expiatorio que tiene que ser sacrificado? ¿Cómo el otro puede convertirse en alguien tan distinto que solo se le desea la muerte? Es ciertamente incomprensible. Tenemos que admitir humildemente los límites de la razón. Pero eso tampoco nos deja tranquilos. No hay quien se olvide. No es humano olvidarse de este dolor y de esta perplejidad que nos trae la III Guerra Mundial a trozos. Lo único humano es esperar, cada uno en el camino por el que transite, un motivo, un rostro, que permita seguir esperando.

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