Himnos y manipulaciones
Ludwig van Beethoven ya estaba completamente sordo cuando el 7 de mayo de 1824, hace justo ahora doscientos años, presenció cómo se interpretaba por primera vez su novena y última sinfonía en el Teatro Kärntnertor de Viena. La primera ovación resultó estruendosa y no ha dejado de oírse durante estos dos siglos especialmente cuando se ha escuchado su triunfante coro final, “el himno a la alegría”, admirado por todos los públicos de cualquier tipo de ideología.
En la Alemania nazi se solía tocar la Novena para celebrar el cumpleaños de Adolf Hitler. En la Rusia comunista Josef Stalin ordenó que se interpretara en cada pueblo soviético. Se pudo escuchar el Himno a la Alegría en el décimo aniversario de la victoria de Mao Tse-Tung en la guerra civil china. En 1972 el Consejo de la Unión Europea lo eligió como su himno oficial. En 1974 una Rhodesia racista y supremacista también lo hizo. Macron lo utiliza en sus mítines. Los laboristas británicos también. En Kiev y en otros muchos países postcomunistas es escuchado como himno de esperanza.
En estos días de elecciones europeas las citas a los padres fundadores, a la democracia, a la unidad en la diversidad, a la Europa de los pueblos y a los valores comunes están en boca de todos. Es momento de discernir lo que verdaderamente se nos quieren decir cuando se utilizan los mismos lemas y palabras que por su abuso pueden acaban perdiendo significado. Porque no todos quieren decir lo mismo ni son inocentes cuando las utilizan.
Muchas cosas han cambiado desde la última convocatoria de elecciones en 2019. Yo las presencié desde Bruselas. Las crónicas del día después hablaron de que el nacionalismo excluyente y las fuerzas populistas eurófobas habían fracasado al no lograr una minoría de bloqueo. Pero también certificaron la muerte del bipartidismo que llevó a los anteriormente todopoderosos populares y socialistas a pactar con liberales y verdes. Ya se advertía el principio de un cambio.
Durante estos cinco años el nuevo Parlamento y la Comisión han puesto marcha una agenda ambiciosa con el fin de afrontar la transición digital y medioambiental, los efectos de la pandemia, la protección del estado de derecho, la lucha por las libertades en Ucrania y una autonomía estratégica abierta que nos dé una voz única en un mundo multipolar que afronta una guerra encubierta entre dos grandes superpotencias. Se ha hecho mucho, pero ¿ha cambiado algo en la opinión pública?
Los fenómenos que presenciamos en 2019 se han asentado en 2024. El uso de la desinformación, de la demagogia y la manipulación de los principios de los Tratados están hoy mucho más extendidos. Yo mismo lo he presenciado en los debates dentro del Consejo. Una retirada a las naciones, a la soberanía, al aislamiento. Existe un cambio tanto político como económico.
The Economist titulaba estas semanas que estamos ya presenciando “un nuevo orden económico”. El orden que se instauró tras la segunda guerra mundial en la economía global se ha erosionado y ahora muestra una enorme fragilidad. Las barreras y sanciones al comercio internacional se han multiplicado y las instituciones que debían guardar ese orden han desaparecido o han perdido toda su credibilidad. Lo mismo está ocurriendo con el derecho internacional y los derechos humanos. Mucho de los consensos están siendo cuestionados en Europa y en todo el mundo.
Por eso se hace urgente renovar algunos de los objetivos y herramientas de la Unión. Por ejemplo, el esperado informe de Enrico Letta sobre el futuro del mercado único de la UE ha puesto de manifiesto la necesidad de convertirlo en «mucho más que un mercado”. Letta aboga por una “quinta libertad para potenciar la investigación, la innovación y la educación en el mercado único”. Europa debería pasar de ser buena en la regulación (por ejemplo, en la Inteligencia Artificial) a ser una gran innovadora y solucionadora de las necesidades actuales. El informe Draghi sobre la competitividad en Europa irá también por esos derroteros.
¿Y entonces qué? ¿qué hemos aprendido durante estos años y cómo va a influir en nuestro voto? El primer fallo que podemos cometer es decidir nuestro voto sólo en clave nacional. El debate de estos días debería ser sobre asuntos que conciernen a la Unión y no sobre los errores del gobierno español o de la oposición. No en vano más de la mitad de la legislación que se aprueba hoy depende de la Unión Europea.
Otro error sería el dejarnos cegar por algunas dinámicas de confrontación política buscadas para exacerbar nuestros sentimientos. Es cierto que son tiempos de polarización, de división y de crisis. Mucho más que en 2019. Pero no podemos dejar llevar por la irracionalidad.
Los pronósticos demoscópicos dan ganadores o muy reforzados en muchos países fundadores a fuerzas radicales. Estas fuerzas han pasado de querer salirse de la Unión a querer utilizarla para sus fines propios. Y sus posibilidades de influencia se han multiplicado. Algunas se disfrazan con piel de cordero jugando al identitarismo, por ejemplo, afirmando que representan al voto católico, progresista o patriótico.
El centro resiste, pero no sabemos hasta qué punto. Liberales y verdes seguirán siendo necesarios, pero quizás no sean suficientes. Las encuestas los colocan por detrás de conservadores e identitarios. Y eso puede hacer que el Partido Popular Europeo pueda estar pensando en un cambio de rumbo. Puede que mire más a su derecha y no al centro en busca de posibles pactos. Abandonar las medidas medioambientales y proteger a los productos europeos. Eso podría cambiar el juego.
Son tiempos de reflexión, de debate plural sobre el cuestionamiento de lo que se consideraba incuestionable pero que afecta a nuestro ideal común. Para actualizarlo, para preservarlo. Sólo de la deliberación a fondo y de la implicación puede salir algo duradero. Lo que sirvió al principio puede que ya no sirva. Esto es 2024. Casi nada es igual. Ya no vale con el discurso pro o anti europeo. Ni federalismo ni salidas de la Unión son ahora la cuestión. Ahora lo que necesitamos es afrontar los problemas de frente. Y sin que se nos hurte su solución a los ciudadanos, incluso si estamos polarizados.
El nuevo Parlamento tendrá que decidir sobre el nuevo marco financiero plurianual, sobre la ampliación hacia el este o sobre los incumplimientos de los estados de los principios de la Unión. Un ejemplo. Hace unas semanas quince países de la UE han enviado una carta, a instancias de la Dinamarca socialdemócrata, presionando para que la Comisión Europea, ésta y la próxima, estudien la posibilidad de enviar a los migrantes rescatados en el mar a centros fuera de la Unión, al modo de Reino Unido con Ruanda o Italia con Albania. ¿Qué nos sugiere esto?
El clima en la Unión es de ansiedad. Seis de cada diez ciudadanos sienten que sus respectivos países van en la dirección equivocada. Pesa más el miedo que la esperanza. Alrededor de un tercio vive en regiones donde la renta media hoy es inferior a la de hace veinte años. Sus condiciones les han ido distanciando progresivamente del resto de europeos y esto suele llevar a discursos hostiles contra las elites, los burócratas y contra la siempre malvada Bruselas. Música para los manipuladores.
Beethoven, como seguidor de los acontecimientos de su época, dedicó en un principio su Novena sinfonía a Napoleón, pero retiró esa dedicatoria en 1804 cuando Bonaparte se proclamó emperador traicionando así los valores de la Revolución Francesa que Ludwig pensó que representaba. Decidió cambiar la dedicatoria, pero la alegría que hace sentir su Himno ha perdurado por encima de los intentos de manipulación por parte de nacionalismos y autoritarismos.
Esperemos que con la Unión Europea no nos pase lo mismo, que sigamos inspirándonos por la alegría de su melodía frente a los que intentan utilizarla para su espurio interés. Dependerá de tu voto y de la música que salga del mismo. No nos dejemos engañar.
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