Gobierno constitucional, el que sea
A corto plazo abstención, reformas drásticas y pedagogía. Esos son los ingredientes para evitar a corto plazo un Gobierno con mucho peso de Podemos y con concesiones a los independentistas que acaben con la España constitucional. A medio y largo plazo el reto es más serio y requiere mucho trabajo educativo. Entretanto no se puede pretender que el Rey resuelva más de lo que pueda resolver. En este momento tan delicado hay que evitarle a la Corona cualquier tensión extra. No se le puede pedir nada que no esté claramente definido en el artículo 99 de la Carta Magna. Estamos hablando de la Jefatura del Estado, de la última estabilidad institucional. Y no está el patio como para hacer movimientos raros.
Abstención del PSOE o del PP llegado el caso. Sería irresponsable que uno u otro partido, cuando se acabe toda la fatigosa y larga escenificación de la negociación, no facilitaran con su abstención la formación de un Gobierno respetuoso con la Carta Magna. Unas nuevas elecciones son el penúltimo remedio. Suponen demorar mucho las cosas en un entorno económico y político muy inestable. Unos nuevos comicios dan a Podemos una nueva oportunidad para que avance terreno.
El PSOE no debería seguir con la idea descabellada de apoyarse en el partido de Pablo Iglesias para llegar a Moncloa. La mayor responsabilidad para una solución razonable la tienen los socialistas. Lo suyo es que dejen gobernar a la fuerza más votada. Para salvar la cara, después de tanta negativa a un nuevo Ejecutivo del PP, pueden utilizar a Ciudadanos. La formación de Rivera puede jugar, de hecho ya lo está haciendo, un papel esencial de triangulación que subraye el valor de lo que une a las tres fuerzas constitucionales.
Pero llegado el caso también sirve la abstención del PP. La situación es de tal excepcionalidad que los electores del centro-derecha pueden comprender que el partido más votado, para evitar la llegada al poder del populismo de Podemos, no gobierne como se ha hecho hasta ahora.
La coincidencia de PP, PSOE y Ciudadanos en reclamar a Bruselas un aplazamiento del objetivo de reducción del déficit al 3 muestra hasta qué punto las distancias no son insalvables. El PSOE tendría que renunciar a cualquier fórmula que tenga que ver con el derecho a decidir. Es parte de su mejor tradición. El PP tendría que aceptar las medidas contundentes que se proponen para luchar contra la corrupción y para acercar la vida política a la vida social. Son necesarias para su renovación. Ciudadanos tendría que mancharse. Eso es hacer política. El modelo territorial, el europeísmo, la lucha por la sostenibilidad de la sociedad del Bienestar en un mundo globalizado son valores compartidos. Es cierto que hay diferencias sobre cuestiones importantes como la reforma laboral o la política educativa. Pero el avance de los populismos ha inaugurado un nuevo escenario que no se puede afrontar con los viejos esquemas de la confrontación que han dominado desde el año 2000 la relación entre PP y PSOE.
Los viejos hábitos hacen muy difícil el acercamiento entre socialistas y populares. El papel de bisagra de Ciudadanos es un buen remedio. Llegar a un acuerdo de Gobierno es más difícil que llegar a un compromiso como el alcanzado en la Mesa del Congreso. Pero la fórmula puede servir de referente. En ese caso PP, PSOE y Ciudadanos han salido ganando. Y, sobre todo, han salido ganando los españoles.
El país se encuentra ante un reto tan decisivo que es necesario superar personalismos, viejos esquemas y antiguas confrontaciones. Lo que necesita España, aunque sea en el último segundo, cuando esté a punto de vencer el plazo de dos meses tras la primera votación, es un Gobierno constitucional. El presidente puede ser del PP, del PSOE o de Ciudadanos. Hace falta poner la imaginación a trabajar.