Francisco y el primereo de Dios

Francisco ha entregado su existencia hasta el momento de su vida para afirmar con su palabra, con sus gestos, con su sacrificio que el evangelio es el anuncio de una gran alegría. Desde que lo vimos aparecer en el balcón de la Basílica de San Pedro, tras ser elegido, y pedir al pueblo reunido su bendición no ha parado de insistir en que el cristianismo es un acontecimiento de gracia, que en el origen de la fe y en la vida de todo hombre lo fundamental es lo que él llamaba el “primerear de Dios”.
En La Evangelii Gaudium, en cierto modo el programa de su pontificado, señalaba que “lo primero ha sido y es siempre la iniciativa de Dios”. “No somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa”. Por eso señalaba que es un error “ignorar que no todos pueden todo”.
Por eso era tan crítico con una comprensión del cristianismo que “haría depender todo del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales” y denunciaba el neopelagianismo de quienes “sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas” y “en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar”. Eso es lo que llevaba a criticar una “mundanidad espiritual (…) que se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos”.
Francisco quería una Iglesia que supiera adelantarse, tomar iniciativa para ir a las periferias sociales y existenciales para convertirse en un hospital de campaña. Una Iglesia que abandonara todo tipo de autorreferencialidad y estuviera permanentemente en salida. Solía decir que prefería “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”. Todo lo contrario a una posición defensiva. “Siempre he dicho que construir muros no es la solución. En el siglo pasado vimos la caída de uno. No se resuelve nada”. Ha marcado así un camino para la Iglesia de este siglo XXI que otros tendrán que recorrer.
La Iglesia es un hospital de campaña no solo porque recoge a los que tan heridos sino porque hace suyas las preguntas de los que buscan un sentido para la vida. “Las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación”, apuntaba. Las preguntas sirven para entender la encarnación y para impedir la “tentación de domesticar el misterio”. Todavía está por asimilar su modo de entender la verdad como relación, no como algo que se posee o, primordialmente, se defiende: “la verdad, según la fe cristiana, es una relación Tanto es así que incluso cada uno de nosotros la percibe, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, todo lo contrario. Significa que la verdad se nos revela siempre y sólo como un camino y una vida”. La verdad es relación y, por eso, el tiempo prima sobre el espacio. Lo importante no es “conquistar” o defender espacios. Lo decisivos es abrir procesos.
Francisco ha reformado la Curia, ha puesto de manifiesto que el catolicismo ya no es un fenómeno solo y, fundamentalmente occidental, ha buscado intensamente el diálogo. La encíclica Fratelli tutti, sobre la fraternidad social, ha sido una herramienta decisiva para tender puentes, especialmente con el mundo musulmán. Pero, sobre todo, Francisco ha sido el Papa que nos ha recordado que lo primero y lo último es el “primereo de la gracia”.