Fin de ciclo
No tocaba todavía. Pero se ha precipitado. Las cosas van muy rápido y no ha habido que esperar a una derrota. A dos meses de las elecciones, el PP, el partido de Gobierno en España, ha entrado en una grave crisis que anticipa el fin de ciclo. En la última semana la líder de los populares en el País Vasco ha presentado su dimisión, el ministro de Hacienda ha criticado con acidez al partido, al ministro de Exteriores (muy cercano a Rajoy) y al presidente fundador, José María Aznar. Aznar se ha despachado a gusto. Y el ministro de Exteriores ha respondido con duras descalificaciones personales al ministro de Hacienda. El ministro de Economía, responsable del “milagro” de haber reducido el déficit del 12 al 4 por ciento en cuatro años y de haber estabilizado el sistema financiero, ha anunciado que no quiere repetir.
Todos ellos se sientan luego juntos en el Consejo de Ministros mientras que el presidente del Gobierno repite que son la única opción seria que puede mantener la economía a flote. El mismo liderazgo que falta para poner orden entre los ministros es el que se echa en falta para afrontar la crisis de Cataluña o la precampaña electoral. Una precampaña en la que a ratos se utiliza el mensaje del miedo (sin nosotros la debacle) y en otros un relato de excelencia tecnocrática que no llega al electorado. Los logros están a la vista de todos: se acaba la legislatura con menos parados y más empleados de los que había hace cuatro años, la tasa de crecimiento del PIB va a ser superior al 3 por ciento. Pero en el 50 por ciento de los votantes el rechazo es casi absoluto: ¡no queremos al PP! José Marco, intelectual al que no se le puede acusar de frivolidades izquierdistas, decía en estas páginas que “ha sobrado arrogancia y –paradójicamente- frivolidad. Ese, más que la comunicación, me parece el problema del Partido Popular”.
La crisis interna se ha adelantado porque entre las filas de los populares se ha extendido el convencimiento de que no van a gobernar. Las encuestas más favorables le otorgan un descenso de los 186 diputados actuales a menos de 130. Los populares saben que solo con 150 o 160 diputados (la mayoría absoluta está en 175) Rajoy podría volver a la Moncloa, gracias al apoyo de Ciudadanos, el nuevo partido liderado por Rivera. La victoria no es suficiente. Los socialistas pueden conseguir un acuerdo con las demás fuerzas de izquierdas y con los nacionalistas para hacerse con el Gobierno, aunque no hayan ganado.
En política es imposible hacer proyecciones con un plazo superior a 24 horas y aun en ese tiempo cualquier pronóstico es arriesgado. Pero parece muy difícil que se produzca un “efecto Cameron” e improbable una reacción como la que se ha registrado con Passos Coelho en Portugal. A estas alturas lo más probable es que el próximo Gobierno de España sea socialista-radical-nacionalista. La marcha de la economía dependerá de la dosis de socialdemocracia clásica que tenga ese Ejecutivo. A mayor dosis de radicalismo, menos recuperación y menos creación de empleo.
El centro derecha, por otra parte, encara una larga travesía del desierto para encontrar una identidad que perdió antes de llegar al Ejecutivo. Ya hay quien trabaja en crear fórmulas alternativas. Toda renovación es poca pero quizás no sea la hora de desarrollar “formaciones” o corrientes de cuadros sino amplios movimientos de base. Movimientos que no busquen soluciones rápidas, que no piensen en tomar la calle. La polarización se retroalimenta.
La agenda puede ser otra. De las dos legislaturas de Zapatero se puede aprender mucho. Habrá que librar pocas batallas y esenciales, centradas en la libertad. En la libertad de educación, en la libertad personal (tutela efectiva de la objeción de conciencia) y religiosa. Y, sobre todo, hace falta un trabajo lento de construcción social en favor de un encuentro que esté más allá de las posiciones ideológicas. El futuro está fuera de las trincheras. En un campo abierto donde no se dé nada por supuesto. Donde predomine la estima por el diferente y el intento por comprender qué hay detrás de lo que no es lo nuestro (la reivindicación de más Estado o los nuevos derechos, por poner dos ejemplos). Es necesario romper el clima de sospecha que hacer pensar que el otro, tras cada palabra y cada gesto, esconde un interés inconfesable o un proyecto que quiere imponer sin contar con la libertad de los demás.
El fin de ciclo pone de manifiesto que España necesita tanto o más que un Gobierno eficiente una conversación nacional generada desde la base. La dialéctica “pro-PP”-anti PP” es tierra quemada, campo yermo. Las reacciones de los últimos meses reflejan hasta dónde ha llegado la repulsión social hacia las palabras gastadas por los argumentarios. Todos rechazamos las palabras que esconden un cálculo, que están deliberadamente de parte de una u otra causa y no de parte de la persona completa, de sus necesidades reales. Solo palabras frescas, palabras verdaderas, que nazcan de una experiencia humana real, libremente ofrecidas, pueden abrirse paso en esta situación. Todos queremos oírlas.