Editorial

Encuestas insuficientes

Editorial · Fernando de Haro
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8 noviembre 2015
Suena “Sin ti soy nada” mientras espero que me llegue el café. El tema de Amaral es viejo, estaba en un disco de 2002. Pero sigue en buen puesto del ranking de la edición española de la revista Rolling Stone. Y siguen pinchándolo en algunas cafeterías. “Los días que pasan, las luces del alba, mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada porque yo… Sin ti no soy nada”.

Suena “Sin ti soy nada” mientras espero que me llegue el café. El tema de Amaral es viejo, estaba en un disco de 2002. Pero sigue en buen puesto del ranking de la edición española de la revista Rolling Stone. Y siguen pinchándolo en algunas cafeterías. “Los días que pasan, las luces del alba, mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada porque yo… Sin ti no soy nada”.

Con el primer sorbo releo la encuesta del CIS de hace unos días. Es el último gran sondeo público antes de las próximas elecciones generales Lo han hecho antes de que Rajoy empezara a hacer gestos interesantes frente a la “insurgencia” independentista. El estudio refleja un ascenso del PP hasta el 29,1 por ciento. Seguro que el presidente del Gobierno, por cómo está gestionando la crisis catalana, ha sumado más apoyos. Sigue habiendo muchos indecisos. Ciudadanos se consolida como tercera fuerza con el 14,7 por ciento (hay otras encuestas que lo sitúan como segunda). Y los radicales de Podemos se hunden hasta el 10,8 por ciento, han caído once puntos en un año. La nueva izquierda se desinfla. Hay partido. El próximo gobierno no necesariamente tiene por qué ser un gobierno radical-socialista. El estribillo es insistente, “Sin ti no soy nada”.

De las encuestas paso a la biografía sobre Luigi Giussani de Alberto Savorana (Luigi Giussani: su vida). Ya está traducida al español, ya está en las librerías. La página 564 recoge una intervención de 1975 en la que, al hablar de cristianismo y política, aseguraba que “el primer nivel de incidencia política de una comunidad cristiana es su misma existencia”. La frase tiene un valor revolucionario para España. También en 1975 comenzó la transición a la democracia. El deseo justísimo y necesario de superar el franquismo y las soluciones integristas del XIX, la necesidad de dejar atrás cualquier confesionalidad del Estado, provocaron una forzada aconfesionalidad de la sociedad. Para evitar todo riesgo, el hecho cristiano debía ser privado y su dimensión comunitaria espiritualizada. En un contexto muy tecnocrático, parecía que la única solución moderna para los cristianos españoles era la liberal. La interpretación de los “cristianos por el socialismo” se agotó pronto por su incapacidad de dar respuesta a los retos del momento.

La interpretación liberal sigue siendo la dominante, también de cara a estas elecciones. Por eso la constatación que hacia Giussani en 1975 puede sonar rara. Pero, si se mira bien, expresa cómo aparece el fenómeno cristiano en una sociedad plural a comienzos del siglo XXI. Un solo ejemplo es muy ilustrativo: la caridad de la comunidad católica ha sido un factor decisivo durante la crisis. “La multiplicación y el crecimiento de comunidades cristianas vitales y auténticas no puede dejar de producir un movimiento social con relevancia”, señalaba Giussani.

Que no se asuste nadie. Constatar este hecho no supone soñar con ningún tipo de nuevo confesionalismo o de hegemonía. La libertad es la condición que nunca podrá ponerse entre paréntesis. La presencia cristiana no es cristiana si pretende determinar el contenido de las leyes apoyándose en la fe. Ya lo dejó claro Benedicto XVI en el Bundestag: “el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido a la naturaleza y a la razón”.

Una razón que no recurre al argumento de la revelación pero que es saneada, renovada, por la experiencia cristiana y que puede ofrecerse a todos como hipótesis. La remisión a la razón, entendida de este modo, es una invitación a descubrir, también en el ámbito político, nuevas soluciones y métodos para afrontar los problemas comunes. Se trata de un terreno casi sin explorar. La interpretación liberal o la integrista, interpretaciones que han dominado durante los últimos siglos, han dado todo por su puesto y han dejado sin hacer un trabajo decisivo. ¿Qué puede aportar la experiencia cristiana a una sociedad plural y libre? ¿Qué tiene que valga para todos?

Digámoslo rápida y claramente. A España no le conviene un gobierno radical-socialista. No le conviene a la comunidad cristiana, no es conveniente para el país. Pero sería pobre que, en vísperas de unas elecciones, cuando la vida política alcanza su máxima ebullición, lo único que pudieran hacer los cristianos fuera apoyar a dos partidos políticos para frenar un mal resultado. Es insuficiente defender la libertad de educación o la libertad religiosa sin entender y proponer los contenidos que se deducen de su ejercicio, contenidos que pueden ayudar a todos.

Hace tiempo que “Sin ti no soy nada” ha dejado de sonar. También se me ha acabado el café. No importa, la letra sigue en mi cabeza y el gusto amargo en el paladar. “Los días que pasan, las luces del alba, no sirven de nada… sin ti no soy nada”.

Lo más propio de la experiencia cristiana es el valor que da a la relación personal. Todo está confiado al encuentro entre un tú y un yo. Toda su moral y todo su edificio doctrinal se fundamenta en relaciones aparentemente frágiles que han sido decisivas a lo largo de la historia para construir Europa, para avanzar en la conquista de los derechos humanos, para reconocer el valor de otros pueblos… el elenco sería muy largo. Quizás esa sea la categoría política más interesante para una sociedad que cada vez evoluciona más hacia la fragmentación, que tiende a convertirse en una agregación de mónadas. Un cierto liberalismo cree posible mantener en pie la vida en común sumando intereses particulares. La crisis ha puesto de manifiesto que si los lazos sociales son intensos es la capacidad para afrontar las necesidades en un mundo global.

Darle valor a las relaciones tiene muchas consecuencias políticas: supone reconocer que hay algo que nos une al otro por encima de la diferencia ideológica; que el Estado no puede ser un mero guardia en el tráfico del mercado; que el economicismo le hace mal a la economía; que conviene no sospechar y sofocar las células sociales vivas, que son, de hecho, un gran recurso para la prestación de servicios si queremos construir un nuevo sistema de Bienestar o si queremos realmente integrar en una ciudad cada vez más multicultural… supone muchas cosas que habrá que descubrir o redescubrir. “Qué no daría por ver tu mirada… Sin ti no soy nada”. Esta tonta canción pop se me ha quedado en la cabeza en una mañana en la que las encuestas se me antojan insuficientes.

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