´El futuro acuerdo será fruto de la necesidad, no de la madurez democrática´

El escritor y periodista Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros, valora para Páginas Digital la situación actual de la política española.

¿Cómo describiría lo que está pasando en España?

Crisis profunda de los partidos históricos, desgastados por el largo ejercicio del poder. Podemos, en esencia, es una anomalía, fruto del enfado difuso de los españoles, especialmente en las clases medias, que no han sido, por cierto, las más perjudicadas por la crisis. Ciudadanos es un partido sinceramente constitucional, al que le faltan todavía unos hervores. Su necesidad de instalarse en el espectro político imprime a sus movimientos cierto erratismo, que podría corregirse en el medio plazo. Señal más preocupante, quitando la dificultad de unos y otros para cerrar un acuerdo: no hemos oído hablar a los partidos de un solo problema importante. Existe la excepción de Ciudadanos, aunque solo en lo referido a la preservación del Estado.

El profesor Alejandro Llano afirma en una entrevista a este periódico que “no ha cuajado una cultura democrática que permita la capacidad de diálogo”. ¿Cómo valora esta afirmación?

De acuerdo con el profesor Llano.

¿Por qué esta incapacidad de diálogo entre las fuerzas políticas? ¿Cómo se podría superar de cara a las elecciones de junio?

Tras las elecciones se llegará a un acuerdo, por la cuenta que les trae a los partidos. Pero será fruto de una necesidad, no de una actitud de madurez democrática. Ahora bien, como decía Aristóteles, las virtudes se adquieren con la práctica. Esperemos que tal sea el caso entre nosotros.

En un acto celebrado en la última edición de EncuentroMadrid, bajo el título `España, también un nuevo inicio`, Fernando Vidal afirmaba que “en España no somos capaces de coalición porque no hay cultura del encuentro”. Teniendo en cuenta esta afirmación, ¿es posible un nuevo inicio en España?

Me remito a lo anterior. Tras el pésimo ejemplo dado durante estos meses, dos son los horizontes más probables. El primero es malo: los partidos simulan una disposición al diálogo que en realidad no sienten, y se muestran incapaces de adivinar fórmulas de gobierno realmente eficaces. El sistema pasaría de dar señales de fatiga de materiales a amenazar ruina. El segundo horizonte es optimista: acuciados por la falta de alternativas, los partidos empiezan a educarse y salimos del lamentable impasse.

Juan Carlos Hernández, subdirector de este periódico, escribía en un artículo que normalmente el debate sobre la exigencia de significado del hombre es excluido de la vida pública. ¿Qué puede aportar este debate a la vida pública y concretamente a la situación actual?

¿Presupone la democracia una visión concreta de lo que es el hombre? Sí y no. En las democracias, se confía más en las luces y virtudes del hombre individual que en los sistemas autoritarios. Pero no se puede ir mucho más allá, ya que la política democrática se desarrolla al compás de los pulsos, diferentes y encontrados intereses de los ciudadanos o de sus cristalizaciones partidarias. El acuerdo no es el reflejo de convergencias irreversibles, sino una pausa en mitad de la tormenta. Lo que debaten filósofos o moralistas no es directamente aplicable a la vida pública. Tenemos que conformarnos con exigir a nuestros representantes un nivel general de decencia: no robar, no mentir, no sacrificar lo importante al éxito inmediato, respetar lo que la gente razonable identifica como derecho, etc… Apurar más las condiciones de entrada en la vida pública sería ir en contra de la propia estructura democrática.