El exigente oficio de vivir
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Haber recuperado la libertad de movimientos es un pequeño o un gran éxito, según como se mire. Los fracasos producen insatisfacción pero los éxitos también producen insatisfacción. El primer fin de semana completo después del fin del estado de alarma nos ha dejado imágenes como los de la playa de Barceloneta con concentraciones sin distancia de seguridad y sin mascarilla. En Barcelona más de 16.000 personas fueron desalojadas. También ha habido aglomeraciones en otras ciudades como en Pamplona, donde la noche del fin de semana acabó con altercados.
Sí, sabemos que los irresponsables son una minoría. La mayoría de los que este fin de semana salieron a las playas y al pueblo se han comportado de forma responsable. Una salida que, seis meses después, había sido muy esperada. Y ahora, después de haber visto la raya del horizonte en el mar, después de haber olido a sal y a yodo, después de haberse bañado los más valientes, después de haber visto a los familiares más lejanos, aquí estamos con el exigente oficio de vivir.
Cuando, por fin, nos dejan hacer lo que hacíamos antes, ir y venir libremente, disfrutar de un estupendo fin de semana, al volver quizás tengamos la sensación de que las exigencias del oficio de vivir siguen intactas. No le vamos a quitar importancia a recuperar algunas de nuestras libertades más básicas. No le vamos a quitar importancia a poder disfrutar. Pero quizás, al volver, hayamos tenido la sensación de que el oficio de vivir no es tan radicalmente diferente cuando hay toque de queda y cuando no hay toque de queda. El oficio de vivir siempre es exigente.