Cartas desde la frontera / XXII

El dios que responda, ese es Dios

Escrituras · IGNACIO CARBAJOSA
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20 marzo 2023
¡Cuántas veces nos dejamos llevar por la desesperanza ante circunstancias adversas y cuántas veces el Señor obra el milagro para hacer crecer nuestra certeza!

Querido Pascual,

 

Hace unos días estuve en Durham, en el norte de Inglaterra, invitado por un profesor de aquella universidad. Tuve la oportunidad de visitar la imponente catedral de la ciudad, construida sobre una colina rodeada por un río que forma una península prácticamente inexpugnable. En la historia de este asentamiento van siempre de la mano la política y la fe. Por un lado, Durham, con el castillo edificado junto a la catedral, siempre ha sido el bastión para defender el norte de Inglaterra de las incursiones que llegaban de Escocia. Por otro lado, ya desde muy pronto, se convirtió en centro de peregrinación para muchos fieles que se postraban ante el sepulcro de San Cuthbert (Cutberto de Lindisfarne), monje y obispo de la región de Northumbria en la segunda mitad del siglo VII. Otra de los santos que atrae a los peregrinos es San Beda el venerable (muerto en el 735), enterrado también en la catedral de Durham.

En la historia de Israel, especialmente desde la constitución de la monarquía, también van de la mano política y fe. Junto al rey, siempre ha habido una figura no institucional, sino libremente suscitada por Dios, que servía de contrapeso al poder real asegurando que la voz de Dios no se apagara. Me refiero a la figura del profeta. La semana pasada ya vimos cómo las injusticias de David encontraron la oposición del profeta Natán que le reprochó lo que había hecho con Urías, el marido de Betsabé. Hoy vamos a dar un salto en el tiempo para llegar a la figura profética que con más ahínco se opuso a los excesos del poder real: Elías.

Elías profetiza en tiempos del rey Ajab (a mediados del siglo IX a.C.), en una época en la que las tribus están divididas en dos reinos: el del Norte, o Israel (bajo Ajab), y el del Sur o Judá. El rey Ajab, intentando favorecer acuerdos comerciales con otros reinos, se había casado con una princesa fenicia, Jezabel. La reina no solo promovió el culto al dios Baal en Israel sino que exterminó a todos los profetas del Señor. Solo quedó Elías, que se había refugiado en la montaña. Impulsado por el Señor, deja su refugio y sale al encuentro del rey para desafiarle con lo que podríamos llamar una gran apuesta:

“«Manda que todo Israel se reúna en torno a mí en el monte Carmelo, especialmente a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel». Ajab dio una orden entre todos los hijos de Israel y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal». El pueblo no respondió palabra. Elías continuó: «Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Vosotros clamaréis invocando el nombre de vuestro dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y el dios que responda por el fuego, ese es Dios». Todo el pueblo acató: «¡Está bien lo que propones!»” (1 Re 18,19-24).

Dicho y hecho. El primer turno es para los 450 profetas de Baal. Prepararon el novillo “y estuvieron invocando el nombre desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «¡Baal, respóndenos!»” (1 Re 18,26). Empezaron a hacerse cortes hasta chorrear sangre mientras brincaban ante el altar. Es una forma de “entrar en trance” (no te la recomiendo) por la que, perdiendo la conciencia, en apariencia son habitados por el dios de turno. Pero que baje fuego del cielo es otra cosa. De hecho el texto dice de forma escueta pero muy significativa: “Mas no hubo voz ni respuesta” (1 Re 18,26). La esencia de un Dios verdadero es que incide, interviene en la historia. Por más que invocaban a Baal, no llegaba respuesta.

Llegados a este punto se ve la audacia de Elías, que vive una relación real y cargada de certeza con el Señor. Se permite intervenir de forma irónica recomendando a sus rivales: “¡Gritad con voz más fuerte, porque él es dios, pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez esté dormido y despertará!” (1 Re 18,27). Algunos exegetas piensan que la expresión “tendrá algún negocio” debería traducirse como “está en el baño”. Elías no teme aquello que no tiene ninguna consistencia, hasta el punto de ironizar con ello.

Los profetas de Baal han fracasado. Ahora le toca el turno a Elías. Tomó doce piedras, según el número de las tribus de Israel, para restaurar el altar demolido. Con este gesto, Elías se reconoce dentro de una historia, la historia de la revelación, aquella historia en la que Dios ha tomado la iniciativa. Elías no es un mago o un profesional de los milagros. No es él el que puede hacer bajar fuego del cielo. Solo Dios tiene el poder y es a Dios a quien Elías mendiga esta nueva intervención en la historia. La certeza de Elías descansa no en su propia capacidad sino en haber conocido al Señor. Y la audacia que de aquí nace vuelve a mostrarse en lo que hace con el altar y el novillo antes de invocar al Señor:

“Dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima. «Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron. Pidió: «Hacedlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron. «Hacedlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron. Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar” (1 Re 18,33-35).

Cualquiera diría que el profeta se ha vuelto loco. Si quieres que una chispa prenda fuego al holocausto, por lo menos colabora y no empapes de agua (¡hasta tres veces!) la víctima y el altar… Con este gesto Elías deja bien claro que no hay trampa ni cartón: es humanamente imposible que aquel conglomerado de leña, piedras y novillo empapados en agua pueda arder. Si sucede, su origen es divino. Precisamente por ello, Elías comienza su oración que es verdaderamente conmovedora. El profeta confía en el Señor, pero la voluntad divina no está en sus manos. Por eso mendiga:

“Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones» (1 Re 18,36-37). Si en el caso de la invocación a Baal el silencio es la respuesta (de los ídolos, Israel dice que “tienen boca y no hablan”), tras la oración de Elías, “cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas” (1 Re 18,38). Elías ha ganado la “apuesta”. Esta vez el pueblo es razonable, es decir, concluye a partir de los hechos: “Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando: «¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!»” (1Re 18,39).

Lo que parecía una circunstancia insuperable (un poder real que favorece el culto a Baal y extermina a los creyentes) se trasforma a través de la intervención del profeta… que es el as en la manga que el Señor se reserva para restaurar a su pueblo. ¡Cuántas veces la fe de Israel ha estado a punto de desaparecer en la historia y cuántas veces la voz de Dios en los profetas la ha hecho revivir! ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por la desesperanza ante circunstancias adversas y cuántas veces el Señor obra el milagro para hacer crecer nuestra certeza!

Querido Pascual, no desesperes nunca. Nosotros podemos ser definidos como “los que esperan contra toda esperanza”, que es como describía san Pablo a Abrahán (Rom 4,18). Te aseguro que es mucho mejor esperar en el Dios que ha entrado en la historia que confiar en las propias fuerzas.

Un abrazo.

 

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