El Coronel no tiene quien le escriba y la inteligencia artificial no come paella

Sociedad · Ángel Satué
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1 junio 2023
Hay algo que la IA no sabrá hacer nunca. Incluso, pienso que nuestros parlamentarios, hoy funcionarios de partido, saben hacer bien. Las paellas.

«La mujer se desesperó.

      -Y mientras tanto qué comemos -preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía-. Dime, qué comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: -Mierda. (sic)». (“El coronel no tiene quién les escriba”, Gabriel García Márquez).

La IA necesitaría la vida entera para comprender esta respuesta. Es imposible que llegue a comprender todos y cada uno de los sentimientos contenidos en esta palabra, que estaban enjaulados en una mente que, por fin, exhausta, respiraba, se oxigenaba, vivía.

La misma IA que muchos utilizan ahora para hacerse ricos, para prever el futuro, para hacer informes de trabajo en apenas segundos y a la que otros temen, con razones de peso, como si fuese un “greemlin” en remojo, o Bitelchus. Una IA que estaría llamada para estos últimos a sustituir al Politburó del Partido Comunista Chino (por todas las dictaduras) o, en su versión más “light”, a los congresistas de EE.UU. (por todas las poliarquías, que no democracias).

Pero hay algo que la IA no sabrá hacer nunca. Incluso, pienso que nuestros parlamentarios, hoy funcionarios de partido, saben hacer bien. Las paellas. Entiéndase en cada región como se llame la fiesta y su comida tradicional. En eso, no hay IA que valga.

Se le puede pedir a la IA que en política o en la empresa gestione bien, que gaste mejor, que planifique, que despida como debe ser, pero… entonces, ¿dónde queda el margen de trabajar gratuitamente por los vecinos? ¿De trabajar para algo más que los beneficios? ¿Dónde queda eso de llamar a Pedrito con el que fui al colegio por la zanja de la telefónica, que ahora se llama la fibra, delante de «ancá la Juani, que tiene un hijo que no da pa más, y se tropieza too’s  los días ahí…».

Supongo que en menos nepotismo se saldrá ganando, acudiendo al oráculo de la IA, pero quién dice que la IA no tiene primas o cuñaos también medio robots, de su sistema operativo, que hablan el mismo lenguaje… Todo oráculo tiene sus magos. Los listos los llaman sesgos de la programación. Los tontos los llamamos manipulación. Si se levantase el velo de la IA, ¿qué Mago de Oz encontraríamos?

Que haya personas implicadas en política y políticos, en un día de mayo vestido de verano, en plena campaña electoral, es una estampa costumbrista que se repite cada cuatro años.

Un mar de sombreros de paja en una gran explanada, junto a una ermita o un coso taurino (España y sus atavismos). Sombreros, antes, en la hora de la siembra y la siega de los trigales amarillos, ahora en la promesa y la cosecha electoral; banderas rojas, naranjas, azules, o verdes desplegadas, bajo el mismo sol, bajo la misma caló; candidatos dando besos, abrazos, sonriendo y dejándose ver y querer saludando a diestra y siniestra, a diestro y siniestro, a unos y a otras… por un puñado de votos, por un puñado de vida social y comunitaria… eso no lo hace ni la mejor IA.

Y eso, como decía el coronel, es comer mierda. Es decir, eso es un conjunto de sentimientos que la IA jamás será capaz siquiera de abrazar. La IA, no deja de ser un mini-yo, más que un otro, un yo disminuido, que lejos de potenciarnos, puede reducirnos a una experiencia ausente de nuestra propia vida social y comunitaria.

 

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