Editorial

El ´bien´ de Podemos

Editorial · Fernando de Haro
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9 enero 2016
Es muy probable que en España se repitan las elecciones. Es muy probable que Podemos aumente su apoyo en los próximos meses. Es difícil que lo evite a corto plazo una derecha culturalmente vacía y encastillada, una izquierda desorientada y unas minorías creativas ausentes o poco creativas, enredadas en viejas fórmulas. El crecimiento de Podemos supone un reto social y cultural similar al que significó para Europa la oleada de protestas estudiantiles del 68. De hecho, en algunos aspectos, parece una nueva mutación del movimiento de deconstrucción iniciado ya hace 50 años. Por eso demanda una respuesta nueva.

Es muy probable que en España se repitan las elecciones. Es muy probable que Podemos aumente su apoyo en los próximos meses. Es difícil que lo evite a corto plazo una derecha culturalmente vacía y encastillada, una izquierda desorientada y unas minorías creativas ausentes o poco creativas, enredadas en viejas fórmulas. El crecimiento de Podemos supone un reto social y cultural similar al que significó para Europa la oleada de protestas estudiantiles del 68. De hecho, en algunos aspectos, parece una nueva mutación del movimiento de deconstrucción iniciado ya hace 50 años. Por eso demanda una respuesta nueva.

Digámoslo rápidamente. El avance político de Podemos no implica bien alguno. Su buen resultado electoral se debe, en gran parte, a su franquicia independentista de Cataluña. Las reivindicaciones nacionalistas y de secesión se han convertido en una prioridad de la formación morada en los últimos meses. Luego está la “agenda social”. La propuesta de la Ley 25, que sus líderes quieren debatir en el Congreso tan pronto como sea posible, tendría elementos asumibles. Hay que seguir trabajando para responder al problema de los desahucios. El sistema de copago sanitario puede no ser el mejor. La cuestión de una renta básica garantizada es más compleja, pero apunta a dos heridas reales: la pobreza y la desigualdad que sufren muchos.

El problema no es lo que denuncia el partido de Pablo Iglesias sino las soluciones que propone (inviables) y su ideología. Con Podemos crece la mentalidad que desresponsabiliza y atribuye al Estado la capacidad de resolverlo todo. Con Podemos crece ese “rencor político” que alimenta la mercancía utópica. La globalización nos ha dejado perplejos y no sabemos cómo mantener en pie el bienestar conquistado. Es fácil echarles la culpa a otros. Y luego justificar la limitación de derechos en nombre de la igualdad. El cuento es viejo. Las “fórmulas Podemos” hacen daño a la estabilidad del país, a la creación de empleo, a la concordia, a la pluralidad. El avance de Podemos a costa del socialismo más clásico es muy mala noticia. El PSOE, muy desorientado, pierde otra vez el centro compitiendo con el radicalismo. Se agota en esta batalla estéril.

¿Dónde está entonces el “bien” de Podemos? Como lo fue el 68, el avance de Podemos supone una provocación para una sociedad como la española o la europea en la que las razones para la convivencia común, la responsabilidad social, las razones para construir o para crear riqueza se han dado por supuestas. Puede ocurrir que, de pronto, descubramos que esas razones están vacías. El movimiento estudiantil de los años 60 del pasado siglo se levantó contra la gran construcción que habían generado los principios de la ilustración europea tras la postguerra: una sociedad relativamente próspera, pacífica después de los sangrientos conflictos de las décadas anteriores, fundamentada en los valores de las “luces” que eran compartidos por todos. Desde entonces hasta ahora, estamos hablando de dos generaciones, se suceden los “levantamientos” contra esa ilustración práctica, ese pacto no escrito entre los socialdemócratas y los conservadores (democratacristianos) que mantiene el edificio europeo en pie. Un edificio que se ha ido quedando vacío de ideales. Podemos está en esa onda. Europa hizo posible, en gran medida, la transición y la reconciliación de los españoles. Ese es el mundo que se rechaza.

Sin ir más allá con los paralelismos, hay dos elementos del 68 que siguen muy presentes en Podemos. El deseo de una mayor autenticidad y la ruptura con la tradición y la autoridad. En este periódico Carlos Bueno aseguraba hace unos días en su artículo ´¿Por qué puede Podemos?´ que “hasta la llegada de Podemos, teníamos la sensación de que las fuerzas políticas que se habían estado turnando en el gobierno cada ocho años dirigían sus discursos a la economía y a los mercados, dos conceptos abstractos y volátiles”. Abstracción, corrupción, alejamiento de la gente que lo pasa mal. “Vuestros valores son abstractos, no significan nada, no los queremos”, gritan los votantes de Podemos.

En el corto plazo es conveniente tomar las iniciativas políticas necesarias con el fin de intentar reducir los daños. Pero para afrontar el problema de fondo es inútil recurrir a las respuestas viejas. Los más de cinco millones de votantes de Podemos, en su inmensa mayoría jóvenes, nos están diciendo que la palabra democracia está vacía. No es cierto. Pero conduce a la melancolía invocar la tradición de la transición y sus libertades porque tanto una como las otras se expresan en un código indescifrable para quien escucha. Han sido décadas de abandono educativo, de formalismo y de reducción de la enseñanza a instrucción. Abandono en los colegios, en las familias, en los ámbitos de trabajo.

La exigencia de autenticidad debe ser escuchada. La desaparición de la tradición (ilustrada, democrática, católica) no se responde con lamentos. Se responde construyendo nuevas formas de presencia social (no dominadas por la dialéctica) en las que los valores perdidos estén presentes y encarnados, sean reconocibles como algo conveniente. Necesitamos lugares (colegios, grupos de estudiantes, asociaciones profesionales, peñas, organizaciones de caridad, centros de cultura) y, sobre todo, relaciones que generen esas nuevas presencias. Avanzarán si están basadas en la responsabilidad personal y, sobre todo, si son pacientes. Podemos es un bien porque nos hace entender en qué consiste la tarea.

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