Editorial

Educación y colaboración: paisaje para después de una batalla

Editorial · Fernando de Haro
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15 octubre 2016
Ha llegado la hora de empezar a pensar por dónde empezar la reconstrucción después de la larga batalla que ha sufrido España durante diez meses sin Gobierno. Ya está bastante claro que, salvo sorpresa final, a finales de octubre (rozando el último plazo) habrá Ejecutivo. Con abstención completa o abstención técnica (de los once diputados necesarios para la investidura), los socialistas facilitarán que Rajoy renueve su contrato. Y entonces se hará más evidente que hace falto algo más: un paso adelante de una sociedad consciente de su responsabilidad, con españoles capaces de encontrarse, más allá de las barreras ideológicas, en la tarea de mejorar la educación y de construir empresas más productivas.

Ha llegado la hora de empezar a pensar por dónde empezar la reconstrucción después de la larga batalla que ha sufrido España durante diez meses sin Gobierno. Ya está bastante claro que, salvo sorpresa final, a finales de octubre (rozando el último plazo) habrá Ejecutivo. Con abstención completa o abstención técnica (de los once diputados necesarios para la investidura), los socialistas facilitarán que Rajoy renueve su contrato. Y entonces se hará más evidente que hace falto algo más: un paso adelante de una sociedad consciente de su responsabilidad, con españoles capaces de encontrarse, más allá de las barreras ideológicas, en la tarea de mejorar la educación y de construir empresas más productivas.

El próximo Gobierno será un Gobierno débil con una larga lista de tareas pendientes. Si dejamos de lado la respuesta política al independentismo catalán, la más urgente es el control del déficit. El presupuesto aplazado supera en 5 décimas el objetivo fijado por Bruselas en su último ejercicio de generosidad. No tendría que suponer un problema especial. La economía española es la economía desarrollada que más crece, este año estará por encima del 3 por ciento y el que viene por encima del 2 por ciento. Pero hay que contener el gasto y, sobre todo, aumentar los ingresos. Y eso requiere una reforma fiscal en profundidad. En realidad, las reformas se enlazan como rabos de cereza y muestran lo mucho que dejó sin hacer el último Gobierno: la reforma fiscal lleva a la reforma del sistema de financiación de los gobiernos regionales y de ahí también sale la reforma del sistema de pensiones (que no es viable sin utilizar los impuestos y que necesita posponer la edad de jubilación) y una segunda reforma al mercado laboral.

¿Y el desempleo? ¿No es acaso su reducción la máxima urgencia de una España con un paro todavía cercano al 20 por ciento (4,5 millones de desempleados)? ¿Con estas cifras se puede hablar de fin de la crisis aunque el PIB se incremente más del 3 por ciento? Difícilmente. El ritmo de creación de empleo en los dos últimos años ha sido notable. La ocupación ha crecido a razón del 3 por ciento (500.000 puestos de trabajo al año). Pero harían falta ocho años excepcionales para llegar al pleno empleo. En los próximos años la economía no va a crecer al 3 por ciento y los desempleados cada vez serán menos empleables. Parte de la generación que no se formó en la época del boom inmobiliario es una generación trágicamente perdida.

El reto de crear de empleo quizás sea el ejemplo más claro de que no basta con tener gobierno para salir de la crisis. Más que nunca el protagonismo es de la sociedad. Para reducir el desempleo hace falta mejorar la educación y aumentar la colaboración empresarial. Dos objetivos que no se logran solo interviniendo desde arriba.

El reto pone a la sociedad ante sus propias contradicciones. El 87 por ciento de los españoles cree que la situación política es mala. Pero esa valoración no ha servido para incrementar la participación en la vida pública. A pocos se les ocurre cómo hacer algo para solucionar la situación. En España solo participa en algún tipo de asociación un 29,2% de la población (encuesta FOESSA). Esa participación es del 42,5 en la media de la UE.

Más participación y más colaboración. La educación se ha convertido en un campo de batalla. No solo por la actitud de los partidos políticos. El reciente enfrentamiento entre las asociaciones de padres progresistas y conservadores a cuenta de los deberes refleja la profunda división. Habría que volver a empezar, afrontando las necesidades concretas de la escuela: mejora de las habilidades básicas, acercamiento al mundo profesional, integración social y un largo etcétera.

La exigencia de una mayor colaboración es también determinante en el mundo de la empresa. La productividad española está muy por debajo de la alemana, la francesa o la británica. El 80 por ciento del empleo se concentra en pequeñas empresas. Para aumentar la productividad es necesario que esas empresas incrementen su tamaño. Y para ser más grandes necesitan un marco legal que no las asfixie, que no mire al emprendedor como alguien sospechoso. El Estado debe eliminar barreras, facilitar la creación y el crecimiento de las compañías con pocas regulaciones que sean claras. Pero la cuestión esencial probablemente sea un cambio de cultura. Las empresas no crecen sin superar un individualismo que impida hacer con los otros. Y hacer con los otros es aprender a trabajar, enriquecerse con el diferente y favorecer la confianza. Solo, se trabaja peor. Confiar en el otro es un ejercicio más que razonable. El cambio no llegará desde arriba.

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