HISTORIA: PAST AND PRESENT

Derecho de autodeterminación y el germen de los totalitarismos

España · PaginasDigital
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20 octubre 2017
En la última entrada, ya se expusieron las consecuencias de la formulación kantiana del derecho de autodeterminación y su concreción en el programa político de Wilson, así como las consecuencias del Tratado de Versalles (1919) en la articulación del mapa político de Europa. Este derecho de autodeterminación, desvinculado de todo sentido de interdependencia, pronto constituiría uno de los ingredientes del caldo del cultivo de los dos totalitarismos que han marcado el continente europeo: el nacionalsocialismo alemán y el marxismo-leninismo.

En la última entrada, ya se expusieron las consecuencias de la formulación kantiana del derecho de autodeterminación y su concreción en el programa político de Wilson, así como las consecuencias del Tratado de Versalles (1919) en la articulación del mapa político de Europa. Este derecho de autodeterminación, desvinculado de todo sentido de interdependencia, pronto constituiría uno de los ingredientes del caldo del cultivo de los dos totalitarismos que han marcado el continente europeo: el nacionalsocialismo alemán y el marxismo-leninismo.

Qué duda cabe que el concepto de autodeterminación, estrechamente vinculado a la idea de autonomía moral del hombre –es decir, el hombre como medida de lo bueno y de lo justo-, fue una de las contribuciones más importantes de la filosofía de Kant.  Es este derecho de disponer de uno mismo y de expresar una voluntad soberana”, que es irrenunciable en cuanto a que es originaria y nace del sujeto, inalianable, intransmisible e irrenunciable. Era el germen teórico de lo que muchos consideran un derecho personalísimo, que prima sobre cualquier consideración de un bien común que se proyecta más allá de la autonomía individual.

Sin duda, Kant partía del concepto de la voluntad como generadora de derecho, en la que la libertad se concibe –desvinculada, eso sí- como el bien supremo y absoluto. El hombre decide qué es bueno o malo, qué es justo o injusto. Es el criterio último.

Pero tal concepción no podía estar exenta de consecuencias.

Las consecuencias históricas de la autodeterminación kantiana.

De nuevo, es el historiador Paul Johnson, en su libro Modern Times, quien nos arroja luces sobre este proceso, a través del ejemplo de los totalitarismos: el nazismo alemán y el marxismo-leninismo

En el caso del marxismo-leninismo de corte soviético, curiosamente la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1918) consagraba el derecho de autodeterminación de los pueblos y el carácter de las nacionalidades de las entidades o federaciones de la URSS. A este objeto, y siguiendo el deseo de Lenin, se instituyó el Comisariado del Pueblo para las Nacionalidades o Narkommats, impulsado por Stalin.

Se sentaban las bases para un sistema en el que la autodeterminación se basaba en la teoría de la lucha de clases de Marx. Así, a pueblos como Finlandia, Letonia, Estonia o Lituania, se les consideró repúblicas burguesas que debían ser transformadas en repúblicas proletarias, debiendo atraerlas a la órbita de la Unión Soviética. Curiosamente, a Ucrania (el llamado “granero de la Unión Soviética”)-, como señala P. Johnson-, no se le permitió optar a la autodeterminación burguesa y acabó, bajo el pretexto de la autodeterminación proletaria, siendo absorbida por el expansionismo soviético.

Igual suerte corrieron las repúblicas del Cáucaso y del Asia Central (Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Turkmenistan, Kazajstan…): una a una fueron cayendo en este “esfuerzo por llevar a cabo la lucha por el socialismo”, que no permitía, en realidad la autodeterminación si no era a través de la formación de clases proletarias. Era evidente que lo que estaba llevando a cabo Stalin era el inicio del proceso de rusificación que, posteriormente, se materializaría de una forma sumamente cruenta: pensemos en las matanzas de campesinos ucranianos al llegar Stalin al poder.

Fue después de la derrota de los rusos blancos en la guerra civil (1918-1921), cuando el tan manido derecho de autodeterminación acabó desvelando su auténtico carácter: el llamado derecho a unificar, otro eufemismo de Lenin que sirvió para justificar el expansionismo ruso-marxista y para sentar las bases del gobierno que subyugó toda Eurasia bajo el principio del ´centralismo democrático´. Así, la Constitución –diseñada por una minoría selecta (entre la que se encontraba Stalin)- acabó, en nombre del derecho de autodeterminación, imponiendo el imperialismo ruso.

Pero la realidad, finalmente, se impuso después de 70 años de modelo soviético. Tras la caída del Muro de Berlín, y el golpe de estado infructuoso contra Mijaíl Gorbachov, era evidente que el sistema ya se había derrumbado. Una a una, las diversas federaciones acabaron reclamando y obteniendo la independencia. La URSS dio paso a la C.E.I. (Confederación de Estados Independientes)…hasta que ésta última, finalmente, desapareció. La imposición de una mentira no dura siempre.

Es cierto que este problema, en el ámbito de las ex- repúblicas soviéticas, no ha desaparecido aún, quizá por la vuelta a la autocracia que ha supuesto el gobierno de Vladimir Putin en Rusia.  Los recientes acontecimientos en Ucrania y otras repúblicas, en cualquier caso, muestran que cuando prevalece una idolatría de la “grandeza de otros tiempos” de la madre patria sobre el deseo de construir y vivir en paz con los países vecinos, cuando las naciones se aferran a imágenes de prestigio, la realidad suele ser bastante dolorosa.

La construcción del estado como síntesis y el derecho de autodeterminación como totalitarismo.

No fueron muy distintas las consecuencias de esta autoafirmación de la voluntad en Europa Occidental. En Alemania, el pensamiento de Lutero prendió enormemente en el campo filosófico. De hecho, la filosofía de la Razón de Kant fue un corolario y una consecuencia lógica de la concepción protestante del hombre como medida de lo bueno y lo justo. Fichte, Schelling, Hegel, el propio Marx o Nietzsche recogieron esta concepción kantiana de la voluntad y de la libertad del hombre como independiente de vínculos.

El primer paso para la solución entre la libertad del hombre (tesis) y la libertad de la comunidad (antítesis) fue la construcción de un aparato que garantizase la supremacía de la comunidad sobre el individuo (síntesis). Con el tiempo, este aparato fue independizándose de la comunidad y elevándose como entidad superior. Nacía el Estado prusiano de Federico II el Grande.

Hannah Arendt, en su libro Los Orígenes del Totalitarismo, expone muy bien cómo, con el surgimiento del estado, surge al tiempo otra entidad: la nación. De este modo, en los inicios del siglo XIX, nación y estado fueron constituyéndose como dos pilares sobre los que se sustentaron los países europeos: la nación-estado echaba a andar, haciendo del elemento de la nacionalidad –y, posteriormente, la raza- el cimiento para la construcción de un ente expansivo. Ello, unido al proceso de acumulación de capital que originó el surgimiento de la burguesía, hizo estallar los límites de las naciones-estado. El imperialismo era el segundo paso.

El tercer paso lo fue el antisemitismo. Como señala Arendt, el papel tradicional de los judíos en la gestión y financiación de los empréstitos estatales había provocado la concepción que ellos tenían de sí mismos como una comunidad aparte. Los sucesos ocurridos en el siglo XIX –especialmente, el affaire Dreyfus– comenzaron a originar un resentimiento que fue el caldo de cultivo de muchos pensadores alemanes racistas que justificaron el II Reich alemán. Y es que, desde el surgimiento de la Confederación de Estados Germánicos (1848) hasta la creación del Imperio guillermino, la tónica del derecho de autodeterminación del pueblo alemán y demás minorías alemanas que existían en otros países estuvo omnipresente.

No fue inocente la política exterior de Bismarck: fue el sistema de las alianzas con Austria, Rusia o Turquía, así como el colonialismo auspiciado y arbitrado en la Conferencia de Berlín (1884) lo que originó muchos problemas. Guillermo II, además, avivó las brasas de esta política expansionista, y Von Caprivi y Bethmann-Hollweg carecían de las cualidades que habían hecho a Bismarck un estadista. La nación-estado alemana había evolucionado a un imperio basado en la raza

Y llegó lo inevitable: la Gran Guerra de 1914-1918, estimulada por los militares germanos, deseosos de calibrar las potencialidades del ejército; el armisticio de 1918 y la huida vergonzosa de los militares (que dejaron a los civiles solos frente a la responsabilidad de negociar las condiciones de la rendición); la creación de la república de terratenientes en los países bálticos por el Freikorps; el Tratado de Versalles y su incumplimiento  por el ejército alemán, que estaba desarrollando en secreto armas en territorio ruso; el mito de la puñalada por la espalda; la crisis económica, el fracaso de la República de Weimar…era todo un proceso en cascada que iba retroalimentando la nostalgia de una gloria perdida.

Este obedecer a los cantos de sirena tuvo un precio muy alto para Alemania. El triunfo del nazismo había sido posible por una sociedad civil en continua desintegración. Muchos de quienes padecieron la crisis económica y quienes habían servido en el ejército en la I Guerra Mundial no lograban insertarse en la sociedad. El nazismo ofreció promesas de una vida mejor: entre ellas la autodeterminación de individuos y pueblos germánicos; la imagen de una patria que representaba la esencia germánica, una identidad, un vínculo…el hombre como medida de todo. Hitler prometió un lugar en la tierra que perduraría mil años.

Los resultados de tanta promesa mesiánica fueron la militarización del Ruhr, la creación de la Wehrmacht, la denuncia del Tratado de Versalles, la formulación del derecho de autodeterminación de las minorías germanas; el Anchsluss…y una nueva Guerra Mundial. El resultado: Europa destruida, naciones arrasadas y 6 millones de judíos exterminados.

El sueño de una Grossdeustchland costó 50 millones de vidas.

En nombre de la autodeterminación.-

Resulta especialmente pertinente tener en cuenta las experiencias históricas cuando se habla de autodeterminación e independencia. En España, hemos sufrido los costes de vivir de los sueños de la razón: muertos por terrorismo en el País Vasco, y fractura social y económica en Cataluña. Deberíamos aprender de la experiencia de una formulación errónea del derecho de autodeterminación,  cuyas consecuencias han sido nefastas. Tanto que la Carta de San Francisco únicamente ha reconocido tal derecho en los supuestos de antiguas colonias o países en cuyas Constituciones estaba previsto el ejercicio de tal derecho (Yugoslavia era uno de ellos).

Ciertamente, resulta muy difícil pensar que puedan volver a repetirse las consecuencias del siglo XX; pero sí se están dando ya  los síntomas de una confusión social enorme; y es que, en nombre de la autodeterminación, hemos visto insensateces cometidas por políticos, alcaldes, empresarios, intelectuales, autoridades y policías de la Generalitat, al dejarse llevar por los cantos de sirena de un paraíso en la tierra.  Ya se están cosechando los frutos: más de 900 empresas ya se han trasladado; y Europa ha soltado un descarado mentís a las pretensiones independentistas.

No queda otra disyuntiva: concebirnos autosuficientes o interdependientes los unos de los otros. Los convulsos síntomas de la crisis económica, social, institucional…sólo se pueden resolver estando juntos, viviendo juntos, construyendo juntos. Amar la lengua, la cultura o la tradición lleva a amar la diferencia, vivir la diferencia y, en muchas ocasiones, perdonar la diferencia. Los procesos de integración supranacional que están llevándose a cabo a nivel global -en nuestro caso, la integración en la Unión Europea- no dejan otro camino: en nombre de la autodeterminación se han hecho auténticas atrocidades. Construir juntos es la única posibilidad.

El tercer paso lo fue el antisemitismo. Como señala Arendt, el papel tradicional de los judíos en la gestión y financiación de los empréstitos estatales había provocado la concepción que ellos tenían de sí mismos como una comunidad aparte. Los sucesos ocurridos en el siglo XIX –especialmente, el affaire Dreyfus– comenzaron a originar un resentimiento que fue el caldo de cultivo de muchos pensadores alemanes racistas que justificaron el II Reich alemán. Y es que, desde el surgimiento de la Confederación de Estados Germánicos (1848) hasta la creación del Imperio guillermino, la tónica del derecho de autodeterminación del pueblo alemán y demás minorías alemanas que existían en otros países estuvo omnipresente.

No fue inocente la política exterior de Bismarck: fue el sistema de las alianzas con Austria, Rusia o Turquía, así como el colonialismo auspiciado y arbitrado en la Conferencia de Berlín (1884) lo que originó muchos problemas. Guillermo II, además, avivó las brasas de esta política expansionista, y Von Caprivi y Bethmann-Hollweg carecían de las cualidades que habían hecho a Bismarck un estadista. La nación-estado alemana había evolucionado a un imperio basado en la raza

Y llegó lo inevitable: la Gran Guerra de 1914-1918, estimulada por los militares germanos, deseosos de calibrar las potencialidades del ejército; el armisticio de 1918 y la huida vergonzosa de los militares (que dejaron a los civiles solos frente a la responsabilidad de negociar las condiciones de la rendición); la creación de la república de terratenientes en los países bálticos por el Freikorps; el Tratado de Versalles y su incumplimiento  por el ejército alemán, que estaba desarrollando en secreto armas en territorio ruso; el mito de la puñalada por la espalda; la crisis económica, el fracaso de la República de Weimar…era todo un proceso en cascada que iba retroalimentando la nostalgia de una gloria perdida.

Este obedecer a los cantos de sirena tuvo un precio muy alto para Alemania. El triunfo del nazismo había sido posible por una sociedad civil en continua desintegración. Muchos de quienes padecieron la crisis económica y quienes habían servido en el ejército en la I Guerra Mundial no lograban insertarse en la sociedad. El nazismo ofreció promesas de una vida mejor: entre ellas la autodeterminación de individuos y pueblos germánicos; la imagen de una patria que representaba la esencia germánica, una identidad, un vínculo…el hombre como medida de todo. Hitler prometió un lugar en la tierra que perduraría mil años.

Los resultados de tanta promesa mesiánica fueron la militarización del Ruhr, la creación de la Wehrmacht, la denuncia del Tratado de Versalles, la formulación del derecho de autodeterminación de las minorías germanas; el Anchsluss…y una nueva Guerra Mundial. El resultado: Europa destruida, naciones arrasadas y 6 millones de judíos exterminados.

El sueño de una Grossdeustchland costó 50 millones de vidas.

En nombre de la autodeterminación.-

Resulta especialmente pertinente tener en cuenta las experiencias históricas cuando se habla de autodeterminación e independencia. En España, hemos sufrido los costes de vivir de los sueños de la razón: muertos por terrorismo en el País Vasco, y fractura social y económica en Cataluña. Deberíamos aprender de la experiencia de una formulación errónea del derecho de autodeterminación,  cuyas consecuencias han sido nefastas. Tanto que la Carta de San Francisco únicamente ha reconocido tal derecho en los supuestos de antiguas colonias o países en cuyas Constituciones estaba previsto el ejercicio de tal derecho (Yugoslavia era uno de ellos).

Ciertamente, resulta muy difícil pensar que puedan volver a repetirse las consecuencias del siglo XX; pero sí se están dando ya  los síntomas de una confusión social enorme; y es que, en nombre de la autodeterminación, hemos visto insensateces cometidas por políticos, alcaldes, empresarios, intelectuales, autoridades y policías de la Generalitat, al dejarse llevar por los cantos de sirena de un paraíso en la tierra.  Ya se están cosechando los frutos: más de 900 empresas ya se han trasladado; y Europa ha soltado un descarado mentís a las pretensiones independentistas.

No queda otra disyuntiva: concebirnos autosuficientes o interdependientes los unos de los otros. Los convulsos síntomas de la crisis económica, social, institucional…sólo se pueden resolver estando juntos, viviendo juntos, construyendo juntos. Amar la lengua, la cultura o la tradición lleva a amar la diferencia, vivir la diferencia y, en muchas ocasiones, perdonar la diferencia. Los procesos de integración supranacional que están llevándose a cabo a nivel global -en nuestro caso, la integración en la Unión Europea- no dejan otro camino: en nombre de la autodeterminación se han hecho auténticas atrocidades. Construir juntos es la única posibilidad.

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