Con todas nuestras fuerzas

Cultura · Juan Orellana
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25 junio 2015
Julien (Fabien Héraud) es un adolescente tetrapléjico que vive con su familia en los Alpes franceses. Su madre (Alexandra Lamy) es peluquera y tiende a sobreprotegerle; su padre, Paul (Jacques Gamblin), está en paro y sobrevive haciendo trabajos de bombero local. Las cosas marchan más o menos hasta que Julien se empeña en realizar un sueño casi imposible: participar en la prueba de triatlón conocida como “Ironman”, que se celebra anualmente en Niza, una de las más duras del mundo. 

Julien (Fabien Héraud) es un adolescente tetrapléjico que vive con su familia en los Alpes franceses. Su madre (Alexandra Lamy) es peluquera y tiende a sobreprotegerle; su padre, Paul (Jacques Gamblin), está en paro y sobrevive haciendo trabajos de bombero local. Las cosas marchan más o menos hasta que Julien se empeña en realizar un sueño casi imposible: participar en la prueba de triatlón conocida como “Ironman”, que se celebra anualmente en Niza, una de las más duras del mundo. El hijo del famoso cineasta Bertrand Tavernier, el consagrado documentalista Nils Tavernier, dirige esta película concebida por él mismo y que busca conmover a un público amplio.

Como historia de superación no es demasiado original, aunque están tan bien trazados los personajes y tan bien resueltas las escenas deportivas, que consigue transmitir la emoción que pretende. Como es fácil imaginar, la trama deportiva no es más que el catalizador de la relación paternofilial, verdadero núcleo dramático del film. En la película no sólo se propone la reconstrucción de un vínculo deteriorado por el dolor y el miedo, sino que se plantea la relación educativa como un “hacer con”, una implicación total del adulto en el camino el adolescente. La minusvalía del protagonista permite subrayar esa necesidad del “otro” y a la vez la afirmación de la propia identidad personal.

Con todas nuestras fuerzas no abandona los límites del cine convencional, pero tiene el gran mérito de no caer en el terrorismo emocional, ni en el sentimentalismo superficial, sino que dosifica equilibradamente el drama, poniendo el acento siempre en lo más importante, que es un conflicto absolutamente realista y cercano: el pánico inmovilizador de un padre a la enfermedad incurable de su hijo, y el horizonte que se abre cuando uno sale de sí mismo y coge el toro de la realidad por los cuernos.

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