Con los iraquíes, todos somos nazarenos
No son verdaderos musulmanes. El Corán lo deja claro: a los que profesan la religión del Libro, sean cristianos o judíos no se les puede obligar a convertirse. La tradición de los diferentes califatos se repite desde el siglo VI. Y por si hubiera alguna duda, los recientes pronunciamientos de Al Azhar, la gran mezquita cairota de referencia para todo el mundo suní, lo han dejado claro. Al Azhar ha expresado su rechazo a las conversiones forzadas y ha defendido la libertad religiosa. Otra cosa es si esa libertad es solo libertad de culto o algo más. Pero eso no es lo importante ahora.
Lo relevante es que la nueva fase de persecución que se ha desatado contra los cristianos iraquíes, por parte de los yihadistas, en Mosul y en otras ciudades durante las últimas semanas, no es una expresión del verdadero islam. A los cristianos se les ha obligado a ´elegir´ entre la apostasía o el abandono de sus casas. En las puertas de sus hogares se ha marcado una N, la letra con la que comienza el adjetivo nazareno, que es como se les designa en la zona.
El avance del yihadismo ha acrecentado la tragedia que comenzó en 2003 con la invasión estadounidense. Los cristianos de Iraq son una de las comunidades más antiguas y en una década prácticamente han desaparecido. Hasta hace diez años era una de las minorías más integradas en Oriente Próximo. El régimen de Sadam, con todos sus defectos, supo tutelar de modo adecuado su libertad y su participación en la vida nacional. Occidente, y en especial Estados Unidos, es el responsable de que Iraq se esté convirtiendo en la Cartago del siglo XXI: una tierra en la que la cruz, después de haber sido muy fértil, ha sido prácticamente eliminada. El proyecto de los neocon de Bush, alimentado por un cristianismo abstracto incapaz de tener en cuenta la fe histórica, la fe del pueblo, provocó el desmantelamiento de la nación iraquí. La administración Obama ha sido incapaz de corregir los viejos errores. Y el frágil Estado es ahora una tierra en la que se enfrentan Irán y los países del Golfo. Desde 2003 son más de un millón los cristianos que han tenido que marcharse.
Todo Occidente debería en este momento declararse nazareno, especialmente aquellos que reivindican la tradición ilustrada, la del pensamiento griego y la que hizo posible la democracia tal y como la entendemos ahora. El califato yihadista del siglo XXI, que persigue a los cristianos, es una vuelta, por medio de las ideología, a la religión antigua, a la oscura y vieja teocracia. A la que reivindicaba la adoración del César. Vuelve el antiguo enemigo, el poder que en nombre de la divinidad restringe la libertad, encierra la razón en el perímetro sagrado que le marca el soberano. La ilustración griega y la del XVIII se rebelaron contra la cárcel que, en nombre de lo religioso, se había construido para hacer imposible la búsqueda y la afirmación de la verdad. La ilustración cristiana fue más lejos. Sus primeros mártires dieron su sangre por afirmar que más allá de la razón de Estado, había algo o Alguien por El que dar la vida. Y en ese gesto de amor hicieron un gesto en favor de la razón que quedaba liberada de las antiguas tiranías.
Hoy como hace 2.000 años, la necesidad de luchar contra la irracionalidad es urgente. La crisis del racionalismo positivista nos devuelve a los tiempos de las teocracias tenebrosas.
Hoy como hace 2.000 años, los cristianos de Iraq, al decir que no al poder del nuevo califa, y al ser perseguidos por ello, ponen a salvo la razón. Solo por eso el mundo entero, al menos el que sigue amando la luz, debería estos días llevar la N de nazareno en el corazón. Debería hacer suya esta lucha. Con cada bautizado que se ve obligado a abandonar su casa, con cada caldeo que se ha marchado de Mosul, el planeta entero se hace algo más oscuro.