Barcelona y sus okupas de pago

España · Francisco Pou
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1 junio 2016
Ha pasado casi una semana y el cotidiano ruido nocturno del helicóptero de la policía rebota entre las calles estrechas del barrio de Grácia y se expande por la ciudad. Son calles tan estrechas que los vehículos de la policía antidisturbios no logran pasar. Sí que pasan las escuadras de okupas a las que la policía cataloga de “organizadas y formadas en la guerrilla urbana” y que, según algunos periodistas, sitúan a niños y ancianos en su vanguardia para defenderse de la carga policial. Una semana de algaradas.

Ha pasado casi una semana y el cotidiano ruido nocturno del helicóptero de la policía rebota entre las calles estrechas del barrio de Grácia y se expande por la ciudad. Son calles tan estrechas que los vehículos de la policía antidisturbios no logran pasar. Sí que pasan las escuadras de okupas a las que la policía cataloga de “organizadas y formadas en la guerrilla urbana” y que, según algunos periodistas, sitúan a niños y ancianos en su vanguardia para defenderse de la carga policial. Una semana de algaradas.

En una semana han ardido coches y mobiliario urbano a diario. Veintisiete policías heridos. Y se ha sabido, por el equipo de Ada Colau, que el anterior alcalde de Barcelona, Xavier Trias, pagaba puntillosamente, a cargo del erario de la ciudad, el alquiler mensual al banco propietario del edificio tomado por los okupas. Para evitar “un pollo”, dice la fuente. Hasta el IBI pagaba el alcalde para “no tener líos” con la comuna inquilina. Ahora, al llegar el desahucio, la comuna pretende la reconquista de algo que considera suyo “por ocupación”. ¿No deja de ser aquel puntual pago del alcalde Trias, que no quería lío, una especie de “derecho moral adquirido”?

Okupas de pago

Pero lo mejor está todavía por llegar. Todo un paradigma de estilos. Resulta que Ada Colau, tras narrar el “escándalo” de los pagos de Trias como una de las causas de la violencia okupa, se propone no ya pagarles el alquiler, sino comprar el edificio, y está negociando el precio, que aún considera elevado. Hemos pasado de pagarlo “de tapadillo”, como hacía el alcalde nacionalista anterior, a ceder a la amenaza okupa a cargo del erario público, con bombo y platillo, vendiéndolo como una “conquista social”. En los dos casos quien paga al final es el contribuyente anónimo. El contribuyente “de a pie”, ese desamparado por la realidad cotidiana de esas tragedias domésticas que la crisis y la desaparición acelerada de la clase media está sembrando en España y que no organiza comunas y quemas de coches.

¿Otra Semana Trágica?

La “semana de Grácia” de ahora evocaba a algunos la Semana Trágica de Barcelona de agosto de 1909. La rebelión de los obreros contra su movilización para la guerra colonial con Marruecos (solo podían eludirla pagando 6.000 reales, el sueldo íntegro de casi tres años de un obrero entonces) llevó a rebeliones lideradas por sindicalistas socialistas y anarquistas. Se extendió a la lucha contra la Iglesia; ardieron numerosos edificios y templos en Barcelona y otras ciudades. Fallecieron 78 personas. Se detuvo a más de 2.000 insurgentes y cinco fueron condenados a muerte, incluyendo el legendario Francisco Ferrer Guardia, anarquista que fundó la Escuela Moderna.

En Grácia no ha habido muertos. Prácticamente tampoco detenidos, según las órdenes recibidas por la policía de evitarlos. Es exagerada la comparación de las algaradas con la Semana Trágica. Pero la tragedia de 1909 tenía sus raíces en una España en la que dos partidos dominantes se repartían el poder y el turno, desconectando de una realidad social lacerante. Hoy a los “insurgentes” se les paga el alquiler o se les compra su vivienda comunal para “no montar lío”. Una forma de evitar abordar el problema real al que las ideologías no responden. Ni socialistas ni capitalistas liberales. Si los modelos fracasados de las utopías no funcionan, ¿cómo podemos vivir?, ¿por qué respetar un sistema que nos ha estafado?

La intuición de Gaudí

Los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona impactaron fuertemente en Gaudí. Su reacción ante esos sucesos fue una inquietud por la educación de las familias de los trabajadores de entonces, que plasmó en su iniciativa de unas escuelas que construyó junto a “la catedral de los pobres”, como se conocía entonces a la Sagrada Familia, que no sufrió daños durante las algaradas. Hoy, junto a la escuela de Gaudí se alza la Sagrada Familia, cada vez más cerca de su finalización. Pero sigue urgiendo esa inquietud que un Gaudí visionario tenía viendo una población sin norte. Hoy, como entonces, se seguirá escribiendo la Historia con esa disyuntiva abierta: o la educación, la educación de verdad, con sus preguntas, razones y certezas; o los okupas, las algaradas y las quemas en una Cataluña que encabeza en Europa los índices de fracaso escolar. La intuición de Gaudí era certera; el problema es mucho más profundo que “unos líos” de orden público.

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