Amigos una vez más

España · PaginasDigital
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30 octubre 2017
desearía que hoy no habláramos de tal y de cual

La semana pasada recibí un WhatsApp de un amigo anunciándome que quería pasarse a visitarme, le contesté indicándole que podía hacerlo cuando quisiera , respondió de nuevo con un mensaje que me desconcertó. “Hace bastante que somos amigos y mi posición en algunos temas han cambiado, desearía que hoy no habláramos de tal y de cual”. Yo creía que los amigos podían hablar de todo cuando la cortesía y el respeto están instalados entre ellos.  Me pareció un contrasentido utilizar la palabra amigos y vetar el debate que pudiera surgir ante cualquier asunto. Y es que una vez más, me doy cuenta de que muy pocos son conscientes de todo lo que conlleva la palabra amistad en su valor más inmaculado.

Por ello me apetece escribir una vez más sobre ella ,por la valía que le concedo; de esa amistad que no se programa ni se planifica, de la que surge muchas veces casi por accidente y que se convierte en un tesoro de verdad, cuando hemos aprendido a alimentarla cada día, porque si no, tarde o temprano se mustia como una planta.

Ser amigos , exige el trato, el crecimiento en confianza, la aceptación del otro tal como es.  No es una pérdida de tiempo dedicar tiempo a los amigos de verdad. La amistad se convierte en profunda cuando se atiende con cuidado durante días, semanas, meses, años… A menudo tiene que pasar por la prueba, las dudas, los malentendidos, los errores, la controversia, y otros obstáculos que surgen en ese camino que se quiere recorrer juntos. Escollos que siempre desaparecen cuando el perdón asoma, cuando a la soberbia y al orgullo se le echan  de la senda que se recorre y cuando no se deja lugar a la distancia.

La amistad no es el fruto de una conquista, ni tampoco de una imposición; se labra, se abona con pequeños detalles, de cortesía, de ternura y sobre todo de lealtad. Se riega con el desinterés y el cariño silencioso. No importan los niveles sociales, la cultura, la edad; la amistad no pone barreras, ni condiciones.

Buscar el perfeccionismo en el otro solo conseguirá que la decepción se apodere de lo que creíamos un verdadero amigo. Lo perfecto no existe en este mundo, las caídas forman parte de toda la vida. Todo el que se mueve  tropieza alguna vez.  ¿Quién no ha conocido a un perfeccionista en su vida? Yo soy uno de los que a menudo se mueve en ello, y creo que es bueno serlo cuando se refiere a un trabajo bien hecho, pero también se vuelve en algo negativo cuando esa perfección en todo nuestro actuar, se convierte en exigencia para los demás.

Equivocarse, fallar, fracasar, es inevitable, forma parte de cualquier ser humano. Hagamos lo que hagamos, siempre habrá un lugar para el error, la perfección no está en nosotros. Es conocida la frase: “ Caer es fácil, levantarse es lo difícil” .Todos estamos expuestos a ello. Y también tarde o temprano, en la amistad se abren grietas que desembocan en la decepción, es entonces cuando muchos se niegan a pasar por el crisol que la amistad presenta , para quitar toda impureza que nada tenga que ver con ella. Una vez purificada y transformada es entonces cuando se puede empezar a experimentar quien es el amigo de verdad, donde se encuentra y ofrece la confidencia, la intimidad compartida, la generosidad, la aceptación de los fallos, la fecundidad de ideas, el equilibrio entre el silencio y la conversación, el saber consolar, a veces con la palabra otras con la simple compañía.

La amistad se contrapone al egoísmo, sabe que no siempre se tiene soluciones para los problemas del otro, ni respuestas para sus temores y angustias. Es consciente de que no puede evitar sus sufrimientos, cuando el dolor desgarra el corazón. Sabe que quiere al otro como es. No es fácil conservar amigos que duren toda la vida. La amistad  leal y duradera ¡Hay que trabajársela! Hay que reír y llorar juntos.

Acabo hoy con un texto poético de H. Robert Benson, extraído de su libro “La amistad de Cristo”, un modelo donde podemos medir donde se sitúa la que nosotros ofrecemos.

Así es mi amigo.

Te diré cómo le conocí:

había oído hablar mucho de Él, pero no hice caso.

Me cubría constantemente de atenciones y regalos, pero nunca le di las gracias.

Parecía desear mi amistad, y yo me mostraba indiferente.

Me sentía desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y Él me ofrecía refugio, consuelo, apoyo y serenidad; pero yo seguía siendo ingrato.

Por fin, se cruzó en mi camino y, con lágrimas en los ojos, me suplicó:

ven y mora conmigo.

Te diré cómo me trata ahora: satisface todos mis deseos.

Me concede más de lo que me atrevo a pedir.

Se anticipa a mis necesidades.

Me ruega que le pida más.

Nunca me reprocha mis locuras pasadas.

Te diré ahora lo que pienso de Él:

es tan bueno como grande.

Su amor es tan ardiente como verdadero.

Es tan pródigo en Sus promesas como fiel en cumplirlas.

Tan celoso de mi amor como merecedor de él.

Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo.

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