Levántame y anda
En 1979, el famoso fotógrafo Richard Avedon emprendió un viaje por el Oeste de los Estados Unidos. Avedon era en aquel momento mundialmente conocido por sus retratos a súper-modelos, actores y actrices del star system hollywoodiense y demás celebridades de la jet set internacional. Sin embargo, en este viaje, el objetivo de Avedon no era fotografiar a estrellas de rock o princesas europeas, sino que iba en busca de una autenticidad que creía haber perdido en la burbuja de gente guapa en la que vivía y con la que trabajaba en Los Ángeles.
Durante este viaje, que finalmente se alargó cinco años, Avedon retrató a todo tipo de personajes con los que se iba topando por las calles y carreteras: vagabundos, trabajadores de gasolineras, aparceros, prostitutas, pandilleros, trabajadores de ranchos, obreros, amas de casa, migrantes ilegales mexicanos, madres solteras, pandilleros, limpiadoras, apicultores… todos ellos fotografiados tal y como iban vestidos en el momento de su encuentro con él, y en blanco y negro sobre un fondo completamente blanco que los abstraía de su entorno, resaltando de forma expresionista sus rostros, manos, vestimentas, así como la suciedad y polvo que llevaban encima. El resultado lo plasmó en la hoy mítica serie de retratos In the American West, que situó a Avedon en el olimpo de los grandes creadores del siglo XX.
Sin embargo, cuando se presentó en público, se desató una apasionada polémica: muchos críticos de arte consideraron que Avedon se había comportado como un explotador de la miseria ajena, que había falsificado el Oeste real y creado una caricatura de la realidad suburbial norteamericana, alimentando toda una serie de estereotipos para el consumo de masas. Avedon se explicó así: “Quiero subrayar que todos estos retratos eran ficción (…) Un retrato no es una semejanza. En el momento en el que una emoción o un hecho se transforman en una fotografía, dejan de ser tales para convertirse en algo que ya no es un hecho, sino una opinión. No existe la inexactitud en fotografía. Todas las imágenes son exactas (…) Para este proyecto escogí rostros que provocaran algo en mi interior. Tengo debilidad por ciertos sentimientos de vulnerabilidad o intensidad. Disparo en el momento en el que se me revela eso que yo busco en una persona. Por eso, el retrato tiene que ver más conmigo como fotógrafo que contigo como modelo.”
Avedon no se defendió de las críticas alegando sus buenas intenciones o la supuesta finalidad social de su proyecto. No. Avedon dejó claro que él colocaba a los retratados de In the American West al mismo nivel que las celebrities a las que solía fotografiar para Harper’s Bazaar o Vogue, y que lo que buscaba en ellos era la misma verdad y misterio que trataba de sacar de Marilyn Monroe o Marlon Brando. Y esta imagen la crea el fotógrafo, nace de su imaginación; el retratado ni siquiera sospecha que la posee, ni que pueda ser digno de esa mirada. Diez años más tarde de la presentación de In the American West, una de las chicas fotografiadas se encontró con Avedon, y le dijo que ella no era como aparecía en la foto, a lo que Avedon le replicó: “No puedes decir que no eres tú la de la fotografía –eso es lo confuso de este medio: no puedes decir que no estuviste ahí. Pero tienes que aceptar tu presencia en el momento de la toma, pero bajo el control del fotógrafo. Yo tuve el control, sí, pero tampoco lo hice solo.”
Avedon, en su respuesta, estaba expresando lo que Simone Weil escribió de forma bellísima casi cincuenta años antes: “Justicia. Estar dispuestos continuamente a admitir que el otro es algo muy distinto de lo que leemos cuando él se halla delante o cuando pensamos en él. O más bien, leer en él que ciertamente él es algo distinto, tal vez muy distinto de lo que leemos.” Por eso, la acusación de los críticos a In the American West de no hacer justicia a la realidad no es justa. La justicia no radica en la verosimilitud, sino en la imaginación: el don de vislumbrar todas las posibilidades ocultas bajo las ruinas del presente. La emoción estética que suscita un rostro, cuando no es impostada, es profética, porque anticipa la verdadera imagen del otro, y es performativa, porque posibilita que el destinatario de la mirada recupere la conciencia de su dignidad y desencadena la energía que permite ponerse de nuevo en movimiento.
Hace unas semanas, el Papa Francisco recibió en audiencia privada en su residencia particular a un pequeño grupo de presos, acompañados por algunos de sus familiares, trabajadores y voluntarios, de un centro penitenciario de las afueras de Madrid. Al acabar la reunión, el Papa, que tiene la movilidad muy reducida, en vez de requerir ayuda para levantarse a sus ayudantes, se dirigió a uno de los presos y se lo pidió a él, que se quedó sorprendido, incrédulo al saberse destinatario de esta petición, como el Mateo del cuadro de Caravaggio. Francisco, al igual que Avedon, va más allá de lo que una persona privada de libertad, bloqueado por la conciencia dolorida de sus delitos, es capaz de ver en sí misma. Invitándole a que le preste ayuda, le anticipa su verdadera imagen: tú no estás condenado a quedarte preso en tus límites y equivocaciones, tu vida se puede cumplir a través de poner en juego unos dones que hasta ahora, por ti mismo, no te habías dado cuenta que poseías.
Francisco, al proponer inesperadamente al preso que le ayudara a levantarse, o Avedon, al colocar un fondo blanco detrás de los desheredados que retrataba, nos indican, cada uno a su manera, el mismo método: no estamos condenados a quedarnos definidos por el dato positivo de dónde venimos o de cómo nos encontramos; y que sólo una mirada cargada de un amor conmovido ante nuestra sola presencia puede aflorar nuestra olvidada dignidad, y hacer así renacer la esperanza; porque el amor comparte la misma génesis de todo acto creativo: la imaginación. Ubi amor, ibi oculus.
- Foto de portada de Richard Avendon
*Alicia Pérez Yagüe es jurista de Instituciones Penitenciarias y directora de programas en el Centro Penitenciario Madrid IV
Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»
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