Víctimas de una debilidad más grande que nuestra historia

Mundo · Riro Maniscalco
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9 abril 2015
Parece que de Estados Unidos siempre llegan las mismas historias: una persona de color pierde la vida a manos de la policía y su violencia injustificada. Los ánimos se caldean, el prejuicio predomina sobre los hechos, la rabia sobre la razonabilidad. Siempre la misma historia, excepto para las víctimas y sus familias. Sus vidas quedan sacudidas y destrozadas, cambiadas para siempre, aunque ellas son las primeras en caer en el olvido.

Parece que de Estados Unidos siempre llegan las mismas historias: una persona de color pierde la vida a manos de la policía y su violencia injustificada. Los ánimos se caldean, el prejuicio predomina sobre los hechos, la rabia sobre la razonabilidad. Siempre la misma historia, excepto para las víctimas y sus familias. Sus vidas quedan sacudidas y destrozadas, cambiadas para siempre, aunque ellas son las primeras en caer en el olvido.

Esta vez Michael Thomas Slager, un agente de 33 años, ha matado a Walter Lamer Scott, de 50, descargando sobre él ocho disparos de pistola. Por la espalda. Scott salió huyendo después de que el agente le detuviera por conducir un Mercedes con un faro roto. Huyó porque tenía cuentas pendientes, por el impago de la pensión alimenticia de sus hijos. Estamos en North Charleston, en Carolina del Sur, el primer Estado en separarse de la Unión en el lejano (aunque no demasiado) 1860. La primera vez que fui a Carolina del Sur, hace unos quince años, en Spartanburg todavía ondeaba la bandera confederal. Parece el escenario propicio para los crímenes raciales, de odio, donde los negros conforman la mitad de la población y menos del 20% de las fuerzas policiales.

¿Por qué Slager hizo lo que hizo? Esta vez el video parece no dejar lugar a dudas sobre lo sucedido. ¿Qué sentido tiene disparar ocho veces por la espalda a un hombre veinte años mayor que tú que trata de huir corriendo, como puede correr un hombre de 50 años que no hace demasiado ejercicio? Pero sobre todo, y esta es la pregunta que se hace incluso quien no se la querría hacer, ¿Slager habría tratado igual a un blanco? ¿Es una cuestión de racismo? ¿Debemos rendirnos ante la idea de que una guerra civil y 150 años de historia llena de declaraciones, leyes, Lincoln, Kennedy, Rosa Park, Martin Luther King, Malcom X, en realidad no han cambiado nada? Podríamos dedicarnos largo y tendido a hacer toda una serie de distinciones: no todos los Estados son iguales, depende del nivel de educación, del estatus económico… Cada uno puede lanzar su hipótesis, pero me temo que ninguna resultaría adecuada.

Por desgracia, Slager ha matado injustificadamente a un hombre de color, y eso es un hecho. Slager, como declaró inmediatamente el gobernador del Estado, se equivocó, y pagará por lo que ha hecho. Pero eso no será suficiente. “¿Veis?”, dirán los enemigos de las fuerzas del orden, “¡así es la policía!, eso es lo que la policía hace siempre”. A nadie le bastará con hacer justicia. Habría que meter mano a toda la policía estatal, establecer equilibrios en cuanto a raza (a día de hoy, solo el 20% de los agentes son de color), redefinir las políticas y reglas de conducta, y terminaríamos así en el agujero negro de un camino sin fin, como en Ferguson, donde todavía están protestando, o en Nueva York, donde la policía y el alcalde ya ni siquiera se hablan.

Un camino sin fin porque nadie sabe dónde empieza. Nadie sabe de verdad por dónde empezar. Y habrá más tragedias, otros Estados se verán afectados, porque el hombre está hecho así: tiene hambre de bien pero hace el mal. Seguimos buscando una solución a la cuestión racial a son de leyes y normativas, y nos enardecemos cada vez que una parte ofende a la otra, porque este racismo que nos llena la boca es sin duda recíproco.

Yo no creo en la cuestión de la raza. No me define. No es la raza lo que me hace vencer la extrañeza hacia el vecino de casa o la enemistad don el compañero de clase, el odio hacia quien me complica mi carrera o quien me ha quitado la novia. No es la raza lo que ha llevado al martirio a las 150 víctimas de Kenia o a un piloto a precipitar su avión cargado de pasajeros inocentes. Tal vez Slager disparó sin pensarlo dos veces porque Scott era negro, pero la razón de tanta violencia es siempre, para todos, una debilidad profunda, una soledad profunda que la pertenencia a un grupo puede enmascarar, pero no derrotar.

En este mundo que parece dominado por las divisiones y el mal, la respuesta no puede ser ponerse del lado de “los justos”: los justos no existen, unirte a unos te hace enemigo de los otros. Solo hay una promesa capaz de abrazarlo todo y a todos: “No hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”. ¿Será eso posible?

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