Una mirada que llena de silencio

Todos estamos ante los desafíos de la vida que a nadie se le ahorran. Cuando me preguntabas qué es para mí la Navidad, al invitarme a intervenir esta mañana, enseguida pensé que yo no puedo vivir la Navidad sin partir del presente, de los desafíos del vivir, de las circunstancias en las que vivimos… es decir, ¡del drama cotidiano! Tengo un límite desde que nací, soy hijo de campesinos. Esto me ha marcado: no quiero llenarme la cabeza de pájaros, quiero estar pegado a la vida, a los desafíos que me urgen. Por eso, todo lo que me pasa forma parte del camino que recorro y que hoy comparto con vos otros.
Este año me he visto desafiado por una serie de acontecimientos que han marcado mis pasos hacia la Navidad. Uno ha sido un artículo de Barbara Stefanelli en el Corriere della Sera el pasado 9 de diciembre: “¡Nos hemos metido en este mes de diciembre arrastrados por todo! -escribía-. La invasión de Putin (ni un alto el fuego en diez meses), la guerra energética, el cambio climático. Nos acecha una secuencia de aceleraciones como nadie recuerda. Tal vez somos arrastrados también por la fatiga, por el dolor por la gente que hemos perdido. ¡Y sobre todo por la inseguridad con la que nos quedamos!”. Todos compartimos esto porque, de un modo u otro, nos toca, nos afecta. A mí también, yo no vivo en otro planeta, experimento la misma fatiga que todos. Los hechos (descritos por Stefanelli) desafían nuestra razón y libertad. ¿Hay alguna respuesta?
Un grupo de amigos me invitó a Lausana, en Suiza, porque habían empezado a leer el Miguel Mañara de Milosz. Es el famoso texto que desarrolla la historia del mítico don Juan del que todos hemos oído hablar. El protagonista está totalmente insatisfecho a pesar de todas las conquistas y de las mujeres a las que ha seducido. En un momento dado, Miguel se pregunta, ante la insatisfacción que siente bullir en su interior: “¡Ay! ¿Cómo colmar este abismo de vida? ¿Qué puedo hacer? El deseo está siempre presente, más fuerte, más angustioso que nunca. Es como un incendio marino que con su llama llega a alcanzar lo más negro y profundo de la nada universal. ¡Es un deseo de abrazar las infinitas posibilidades!”. Los amigos que me invitaron habían identificado este drama con el suyo y se preguntaban: ¿hay respuesta? Ellos también se reconocían comiendo la “hierba amarga del aburrimiento”. El aburrimiento es una hierba realmente amarga que se cierne muchas veces sobre nuestra vida.
Insistente espera
Luego me invitaron en otro sitio a participar en un diálogo sobre el trabajo. Si se parte de ciertos hechos que acontecen en el escenario del mundo, por ejemplo de “las grandes renuncias”[1], se ve el malestar que vive la gente en el trabajo. Es un drama real, es como si hubiera cambiado la percepción del objetivo del trabajo. Durante años se vivió el trabajo como una herramienta para ganar un sueldo y para tener recursos. El objetivo era disfrutar el tiempo que quedaba después de trabajar con el dinero que se había ganado. ¡Pero eso ya no basta! Ahora la gente empieza a preguntarse: todas estas horas de trabajo, ¿qué tienen que ver con mi deseo de felicidad, con mi camino hacia la plenitud de la vida? El trabajo se está revelando como una de las dimensiones de la vida que hace evidente toda la grandeza del deseo humano. No es una reflexión incomprensible o de tipo religioso-filosófico, ¡sencillamente la vida urge! Y justo ahí, afrontando la fatiga diaria, afrontando las circunstancias cotidianas que el trabajo implica, la persona se descubre con las exigencias más profundas de la vida que todos conocemos: exigencia de verdad, de belleza, de justicia, de que el trabajo pueda ser un lugar que forme parte de un camino hacia la plenitud. Es un trabajo que se da dentro del propio trabajo. ¿Por qué no nos conformamos con el sueldo? Porque el trabajo es una expresión total de nuestro ser. Trabajando aparece todo lo que somos: la búsqueda de una satisfacción plena y del cumplimiento de nuestra humanidad. ¡Emerge toda la densidad de la urgencia que hay en nuestro corazón! ¡(La urgencia) de realización total! Se intenta por todos los medios responder a ese malestar, a la falta de plenitud. Por ejemplo, ahora empieza a ponerse de moda algo que se llama “quite quitting”, una especie de conformismo con el salario mínimo. Pero esos intentos fracasan también.
En estos días he leído un texto de Montale donde ya plantea, y hace muchos años de ello, el problema del vacío. Ya había previsto cuál es el problema más grave de nuestro tiempo. ¿Y cuál es el problema más grave de nuestro tiempo? Cada uno podría intentar responder a esta pregunta. ¿Cuál es el problema más grave de nuestro tiempo? Fijaos en lo que dice: “Matar el tiempo es el problema cada vez más preocupante que se plantea al hombre de hoy y de mañana. No se puede matar el tiempo sin llenarlo de preocupaciones que colmen ese vacío. Son pocos los hombres capaces de mirar sin pestañear ese vacío. De ahí la necesidad social de hacer algo, aunque ese algo apenas sirva para anestesiar las diversas aprensiones con que ese vacío se muestra en nosotros”. El vacío, el aburrimiento. Ya nos lo decía Orwell en su mítica obra 1984, donde captó la profundidad de la cuestión: “lo más característico de la vida moderna no es su crueldad sino su vaciedad, su absoluta falta de contenido”. Esto, como bien sabéis, no solo afecta a los mayores, a nosotros los adultos, también afecta a los jóvenes. Todos os relacionáis con ellos y lo veis. Me ha contado un amigo profesor que en una asamblea del instituto – un encuentro libre, fuera del horario escolar- en el que participaban unos treinta chavales, habían propuesto como tema de reflexión la posibilidad de estar bien en clase. Durante el diálogo, una chica que saca muy buenas notas y está implicada en la vida del centro expresó su malestar. “He perdido el gusto de venir a clase, ya no sé por qué vengo”- dijo-. Intentó buscar una solución a su malestar, como hacemos todos, y se dijo a sí misma: “voy a clase y estudio para construir mi futuro”. Parecía una razón adecuada, pero en realidad pronto se mostró insuficiente: no le bastaba para vivir con gusto el presente, para volver todos los días a clase. Pensar en el futuro no era suficiente para recuperar el gusto por el presente. Entonces se dijo a sí misma que debía encontrar una razón presente. “Voy para ver a mis amigos”- se dijo-. Pero al cabo de una semana ya no le bastaban tampoco sus amigos. Y volvió a surgir la pregunta: “¿por qué voy a clase entonces?”.
Me ha escrito otra profesora para contarme que, en otra clase, en otra ciudad, se atrevió a desafiar la vorágine afectiva de sus alumnos. Hay un video en youtube donde una chica va por ahí con un corazón enorme de plástico y todos le miran un poco extrañados. Nadie le hace caso, tal vez porque el corazón es demasiado grande y nadie es capaz de estar delante de la grandeza del corazón. Entonces se ve en el video como la chica reduce el tamaño del corazón, lo reduce, lo reduce, lo hace cada vez más pequeño, cada vez más pequeño, hasta alcanzar una dimensión con la que consigue que alguien la mire a la cara y se interese por ella. Entonces, toda contenta, se va a buscar el gran corazón. Pero el chico que se había sentido atraído por ella se asusta de tener que estar con una persona con el corazón tan grande, y la deja. Esta profesora (después de enseñarles el video) desafiaba a sus alumnos con esta pregunta: “¿quién os llena ese corazón tan grande que tenéis?” El abismo, diría Miguel Mañara. Algunos (decían que) intentaban conformarse, otros reconocían que lo habían intentado, pero sin conseguirlo. Uno de ellos dijo: “yo también intento contentarme, no crearme expectativas, pero por la mañana, mientras voy de camino al metro escuchando música, vuelve toda la espera, (vuelven) todas mis expectativas”. Es la vorágine que, como decía Camus, es como una herida que le gustaría arrancarse con las uñas. Es imposible, tan imposible como colmarla con nuestros quehaceres. Los jóvenes lo ven rápidamente, como canta el rapero Marracash: “lleno el tiempo, pero no el vacío”. Por eso es normal que el CENSIS[2] diga en su informe que “la melancolía es lo que define hoy el carácter de los italianos”.
Todo esto, todos estos encuentros, no han hecho más que acrecentar en mí la conciencia de toda esa dramaticidad del vivir. Creo que lo que me ha salvado la vida es que siempre he querido medirme con mi humanidad, con mi exigencia humana. Entiendo perfectamente esa tentación que decía Camus. El personaje de Calígula (en una de sus obras) quiere arrancarse esta exigencia. Yo también la percibía como algo pesado, notar todos los días esa sensación de estar incompleto no es algo fácil de digerir. Por eso uno prefiere distraerse. Lo que me cambió la vida fue percibir toda esa resistencia, esa inquietud, esa espera, esa vorágine, ese abismo como un aliado. Era mi mejor aliado para no conformarme con sobrevivir. Cada uno decide si se conforma con esa sensación de estar incompleto. Puede ver si la vida se resuelve, o si le pesa cada vez más. Hay una percepción que se extiende a lo largo de toda la historia de la humanidad, ¡hay personas normales que tienen un grito!
Me ha llamado mucho la atención una canción de la cantante norteamericana Demi Lovato, que dice: “he buscado, he buscado cantando, hablando con mi guitarra, alguien que pudiese acoger y abrazar mi malestar”. Como no lo encuentra, ese malestar se convierte en un grito: “¡por favor, envíame a Alguien! ¿Hay Alguien? ¡¡Necesito alguien!!” Y esto lo dice una cantante norteamericana con mucho dinero y mucho éxito. Cuando en la liturgia leemos durante el tiempo de Adviento el grito “envíame a alguien”, parece que es algo que esté fuera de la historia. ¡Pero ahora podemos encontrar a los profetas dentro de la historia! No son personas extrañas ni están fuera de la realidad. Están en las entrañas de lo real, en el trabajo, en el afecto, en la falta de plenitud, en el aburrimiento, es donde surge el grito: “¿hay alguien?”. “¡Envíame a alguien! ¿Hay respuesta a este grito?”
Una humanidad, no palabras vacías
En esta situación llegamos a esta Navidad de 2022. ¡Así es como llego yo! ¿Esta celebración es algo más que un rito? Es algo que celebramos desde hace años, ¿aún significa algo o ya es algo inútil que no dice nada a nadie, como demuestran las iglesias cada vez más vacías? Iglesias vacías que acaban convertidas en campos de tenis o restaurantes. ¿Tiene algún significado? Nos preguntamos: ¿qué puede responder hoy a este grito? Responder de modo que podamos percibir realmente una respuesta que se pueda tocar, palpable. Hace años don Giussani lo identificó perfectamente: “Al hombre de hoy, dotado de unas posibilidades operativas como nunca ha tenido en la historia, le cuesta enormemente percibir a Cristo como respuesta clara y segura al significado de su espera”. Lo que falta no es tanto la repetición verbal, cultural o litúrgica del anuncio cristiano. Como vemos, eso ya no basta porque las iglesias están vacías. El hombre de hoy espera, tal vez de manera inconsciente, que su vida cambie. Tal vez espera la experiencia del encuentro con personas para las que el hecho de Cristo es una realidad tan presente que ha cambiado sus vidas. Solo podrá interesarnos la Navidad si cuando veamos surgir el drama, -que cada uno puede declinar personalmente- nos encontramos delante de personas, no de un rito, no de un relato del pasado. Si ahora, hoy, delante de nuestros ojos, (nos encontramos con) alguien con tal esplendor, tal brillo en sus ojos, con una vida tan llena que digamos: “¡tal vez existe una respuesta para este drama!”. El método que Dios usa no son palabras dichas sin ton ni son. ¡Son hechos! Es una humanidad diferente. Por eso, la única posibilidad para cada uno de nosotros es interceptar en la vida si este anuncio nos sorprende ahora al toparnos con una persona cuya vida resplandece, cuya vida es más vida. Solo esto puede desafiar nuestro aburrimiento, nuestra incertidumbre, nuestra inseguridad.
Hace unos días una amiga que vive en el extranjero me contó la curiosidad que había suscitado en su jefe, que es indio, su vida. Impactado por cómo vive, su jefe no pudo evitar (la curiosidad) y no la dejó (tranquila) hasta que no le desveló cuál era el secreto que le llenaba de asombro. Cuando ella le contó que era Cristo quien la hacía tan feliz, respondió: “si te miro, entiendo que tiene sentido lo que oigo”. ¿Por qué (tenía sentido)? Porque lo veía realizado en su vida, lo veía resplandecer en su vida. “Pero si lo pienso -añadía el jefe- al margen de ti, me parece imposible”. ¡A quién no le gustaría ver lo imposible en una persona! ¡No hace dos mil años! ¡No en la iglesia, sino en el trabajo! ¡En la vida real! Solo un impacto así, una humanidad diferente puede despertar el interés por vivir. “¿Tú por qué eres así? ¿A qué se debe tu diferencia?” ¡No existe otra manera capaz de desafiar nuestro escepticismo! Hemos visto ya de todo, estamos atiborrados de frases, de palabras, de cosas que ya no tocan nuestra vida, ya no la desafían, no despiertan curiosidad alguna. ¿Y cómo se ve si nos ha pasado algo así en la vida? Se ve igual que se veía al principio. En cuanto los primeros que conocieron a Jesús se encontraron con otros, les dijeron: ¡hemos encontrado al Mesías! Mirad a ver si a alguno le pasa en este momento algo en su vida, o si le ha pasado, por lo que diga: esto lo tengo que contar. ¿Cuántas veces le habéis contado a otros lo que os ha pasado por el asombro de lo que os ha sucedido? Si no nos pasa esto, el cristianismo para nosotros estará acabado y la posibilidad de que vuelva a suceder hoy nos dejará fríos. Sin embargo, qué impresión produce encontrarse con personas, personas de carne y hueso que documentan con su vida, con su plenitud, con su manera de afrontar los desafíos, las enfermedades, el malestar… que impresión produce verlas resplandecer porque es como si nos estuvieran diciendo: mira, lo que tú buscas existe. Ves que existe. Lo ves cuando reconoces personas que son verdaderamente presencias tan significativas que nos desafían porque el acontecimiento de Cristo se hace presente. Pero no con palabras. No fue eso lo que encontraron los discípulos: palabras, palabras, palabras vacías que nunca sucedían. Se encontraron con un hombre y desde el primer momento no pudieron evitar medirse con lo que habían visto. Se encontraron con Él al día siguiente, y al otro, porque no podían prescindir de lo que les había pasado. O el cristianismo es esto para nosotros, o la Navidad es esto para nosotros, o será difícil que podamos encontrar hoy en el presente una experiencia que devuelva esperanza a nuestra vida. No podremos comunicársela a los jóvenes con los que nos encontremos, con todas las dificultades que sabemos que tienen, con todos los dramas de todo tipo que debemos afrontar.
Dios se molesta
Lo primero no es la cuestión de los jóvenes, el problema de los jóvenes es nuestro problema como adultos, igual que el problema de los hijos es el problema de los padres. Solo quien ha tomado en serio su vida sin censurar nada, quien se ha topado con algo capaz de responder a esta urgencia de vivir puede comunicar algo. Me decía una de vosotros: “los chavales, aparte de atención, piden algo que les ayude a entender su drama”. ¿Y quién puede ayudarles a entender su drama? Quien no haya censurado su propio drama, quien haya abrazado su propio drama. Aquellos a los que les haya sucedido algo que les permita no tener miedo de su propio drama. Si es así todo se convierte en una ocasión para buscar a Quien responde al drama. Todo se convierte en aliado, eso es precisamente lo que nuestros jóvenes están esperando.
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Otras personas me han contado esta mañana que han acogido un chaval al que nadie quiere en su colegio. Ante una dificultad gravísima, al final lo han acogido ellos porque solo quien ha tenido esta experiencia puede entender el valor del otro. (Los del colegio) no lo rechazan por maldad sino porque no han recibido el don de ser mirados por su valor. Para ellos se trata de un descarte, no conocen su valor y por eso lo descartan.
Tomarse en serio la vida se convierte para nosotros en la posibilidad de que lo cotidiano, -todas las empresas en las que estamos inmersos, el trabajo que hacemos, la relación con los demás o con nosotros mismos- sea una aventura fascinante. Imaginaos lo que puede significar para los chavales tener (a su lado) adultos que les hagan ver con sus propios ojos que tienen un valor. Lo que ha entrado en la historia en Navidad es esta mirada. ¿Cómo no sorprenderse por este anuncio tan espectacular que hemos recibido con el incarnatus est? ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué somos nosotros para que Dios se moleste en mandarnos a su Hijo a hacerse hombre por nosotros? No habríamos podido entender cuál es el valor de nuestra vida si Él, a través de su Hijo, un hombre carnal, histórico, no hubiera podido testimoniar a un Zaqueo, a una Samaritana, a una pecadora, toda la estima que tenía por sus vidas. Para mí, la Navidad es que me invada la conciencia de esta mirada hacia mí mismo que llena la vida de silencio. Sin esto avanzan el abismo, el aburrimiento. Sin embargo, si vemos cómo Él sigue generando personas que cuando lo acogen con sencillez de corazón se llenan de una alegría única, entonces la Navidad no es una historieta para niños sino algo que ha sucedido en la historia y que nos sigue interesando ahora. Ahora, en el drama que vive cada uno de nosotros, en el malestar que siente, en el deseo de plenitud que lleva dentro, en el encuentro con los jóvenes que nos siguen recordando que tienen este deseo tan vivo como nosotros. Y entonces todo se convierte en algo único. En ellos encontramos una compañía hacia el destino que no nos permite conformarnos con algo que no sea ese deseo de plenitud. La vida -ir a trabajar, entrar en relación con ellos- se convierte en la posibilidad de que este anuncio, este hecho que ha entrado en la historia pueda tocar también nuestra manera de mirarnos, de estimarnos, y pueda llegar también a ellos. ¡Feliz Navidad!
[1] Se refiere al fenómeno conocido como Great Resignation que describe el abandono del puesto de trabajo de decenas de miles de estadounidenses después de la pandemia.
[2] Centro de Estudios sobre Inversiones Sociales
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