Un pastor de voz serena y mano firme

El tiempo lo dirá, pero entretanto, podemos rastrear en su pasado inmediato como Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina y como Arzobispo de Buenos Aires, sucesivamente, las huellas de su estilo pastoral.
El hoy Papa tenía apenas siete años en el sacerdocio cuando la sangrienta dictadura militar usurpó el poder en la Argentina en 1976. Pese a su corta carrera eclesiástica a esa fecha, ya se encontraba al frente de los jesuitas (1973-1979). Recién en 1992 es designado obispo auxiliar de Buenos Aires, y finalmente Arzobispo en 1998.
En sus años al frente del arzobispado, Bergoglio se ganó en buena ley su fama de pastor comprometido con los marginados de la sociedad, sin necesidad de contaminar con ideología su preferencia por los más humildes según los cánones de la teología de la liberación, sino testimoniando con sencillez la misma predilección de Jesús. Ponerse del lado de los sufrientes lo llevó a denunciar los abusos del poder, la corrupción política, la clandestinidad laboral, la pobreza estructural, la influencia del narcotráfico y la explotación de la prostitución. Su enérgica postura, sin abandonar jamás un estilo sobrio y una enorme vocación de diálogo con el poder de turno, atravesó los gobiernos de Menem, De la Rúa, Duhalde y, finalmente, Néstor y Cristina Kirchner. Estos últimos lo eligieron como blanco enemigo, especialmente tras el conflicto con los productores agropecuarios en 2008 y en ocasión de la sanción del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2010. Pese a ser presidente de la Conferencia Episcopal durante dos períodos hasta 2011, la presidente Cristina K se negó sistemáticamente a concederle audiencia y se ausentó cada aniversario patrio al Te Deum en la Catedral.
La elevación de Bergoglio al Papado deja mal parado al gobierno kirchnerista. No obstante el saludo de compromiso de Cristina, al día siguiente de su elección se desató contra el pontífice argentino una operación de prensa orquestada por Horacio Verbitsky, periodista al frente del principal periódico oficialista y ex integrante de la inteligencia de Montoneros, la guerrilla pseudoperonista de la década del 70', acusando a Bergoglio de haber entregado a dos jesuitas -Francisco Jalics y Orlando Yorio- en 1976 a manos de la temible Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), principal centro clandestino de detención de la dictadura. Esos sacerdotes no fueron "desaparecidos", eufemismo con el que se denominara a los infames asesinatos del terrorismo de Estado, sino que luego de cinco meses detención y tortura fueron liberados. Bergoglio declaró en 2010 como testigo en la causa por delitos de lesa humanidad perpetrados en la ESMA, y admitió haber hablado con los dictadores Videla y Massera para interceder por los dos jesuitas. En 2011 también debió testificar en otra causa por la apropiación ilegítima de bebés durante la represión ilegal. En ninguno de los dos procesos Bergoglio ha estado imputado, ni como autor ni como encubridor de tan aberrantes delitos.
Es cierto que la cúpula de la Iglesia argentina de la que Bergoglio no formaba parte aún mantuvo, inicialmente, una actitud públicamente ambigua respecto del llamado Proceso Militar, que sin embargo modificó cuando los crímenes y el plan sistemático de eliminación de todo elemento sospechoso u opositor fueron evidentes. Muchos prelados optaron por el silencioso trabajo de salvar vidas, como fue el caso del propio Bergoglio. Una elección tal, más allá del disvalor de toda tibieza declarativa, está demasiado lejos de la actitud cómplice con el poder militar de entonces que el aparato K quiere ahora enrostrarle al Papa Francisco para desacreditarlo. Ayer mismo el máximo exponente de la lucha por los derechos humanos en la Argentina, el Premio Nobel de la Paz 1980 Adolfo Pérez Esquivel, desacreditó las versiones de Verbitsky declarando que "Bergoglio no fue cómplice de la dictadura", afirmación confirmada por Cristina Fernández Meijide (integrante de la CONADEP que investigó las desapariciones forzosas de personas) y Alicia Oliveira (primera jueza penal de la historia argentina, ex Defensora del Pueblo y ex Secretaria de Derechos Humanos de la Cancillería), quienes destacaron los esfuerzos de Bergoglio para hacer salir del país a quienes eran perseguidos en los años de plomo y obtener la liberación de los secuestrados.