Un ´horror show´ que aumenta los indecisos

Mundo · Riro Maniscalco
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10 octubre 2016
Se daban todas las premisas necesarias para una velada desastrosa. Entre los comentarios sexistas de Trump y el alma de Clinton vendida a Wall Street, lo que la gente esperaba de este segundo debate presidencial era un combate de golpes bajos. La única duda era si habría tiempo para otra cosa. Todos sabemos lo fácil que es quemar a cualquiera a fuerza de airear sus miserias. En una lucha leal, como enseña el noble arte, los golpes bajos están prohibidos. Pero en política no. En política, el golpe bajo puede noquear al adversario, pero lo que nunca podrá hacer es dar credibilidad a quien lo da. Y así fue.

Se daban todas las premisas necesarias para una velada desastrosa. Entre los comentarios sexistas de Trump y el alma de Clinton vendida a Wall Street, lo que la gente esperaba de este segundo debate presidencial era un combate de golpes bajos. La única duda era si habría tiempo para otra cosa. Todos sabemos lo fácil que es quemar a cualquiera a fuerza de airear sus miserias. En una lucha leal, como enseña el noble arte, los golpes bajos están prohibidos. Pero en política no. En política, el golpe bajo puede noquear al adversario, pero lo que nunca podrá hacer es dar credibilidad a quien lo da. Y así fue.

Al menos durante la primera media hora no se vieron golpes por encima de la cintura. Los “moderadores” empezaron poniendo a Trump entre las cuerdas con el famoso video que nos ha acompañado todo el fin de semana. Mujeres, sexo y poder. Donald parecía un púgil acosado en el ring, contra las cuerdas, pero al menos esta vez se había preparado algo: el tono de su voz. Se le oía sosegado, comedido, relajado, casi no parecía él. Y con ese tono, nada más disculparse por esas palabras “en caliente”, se lanzó al contrataque desempolvando las penosas memorias de la familia Clinton. No las palabras (como en su caso) sino las relaciones extraconyugales de Bill. En primera fila, las presuntas víctimas del ex presidente hacían que la sala se pareciera más a un “tribunal moral” que a una universidad.

A los treinta minutos, un elector cualquiera como yo se preguntaba si es posible que América tenga que contemplar un “horror show” de este tipo para decidir quién será el nuevo presidente, aquel cuyas mentiras, engaños, tejemanejes y abusos parezcan menos tolerables que los de su adversario.

Después de hablar de sexo y correos electrónicos, por fin llegó lo demás, pero con la música de siempre. Sanidad pública, con una que quiere mejorar el ObamaCare y otro que lo quiere suprimir; impuestos, que si subirlos para ganar en justicia social, o bajarlos para relanzar la economía; islamofobia, inmigración, Siria, poquísimas ideas y muy confusas. Hillary, sin duda más articulada que Trump, parecía un poco más viva y animada que de costumbre, pero no fue capaz de dar la estocada y aprovechar las infinitas deficiencias de su contrincante.

Cuanto más hablaba Trump, más salían a la luz sus puntos débiles. Estos días, la mitad de su partido republicano lo ha desautorizado insistiendo en su retirada. Pero si no se retira él, nadie podrá quitarlo de ahí. Luego, la incapacidad de Hillary para ensanchar las grietas de su oponente la hacía parecer más débil que él. En vez de aprovecharse de un partido que se levanta contra su candidato, fue Trump quien echó en cara a Hillary el espectro de Sanders aceptando llegar a “pactos con el diablo”.

Cuando Clinton citó a Abraham Lincoln y su acción política para llevar adelante la enmienda número 13 (la que abolió la esclavitud) como inspiración para el balance de principios y estrategia, él respondió que los padres fundadores debían revolverse en su tumba al oírla. Sobre Siria y el régimen de Assad, la acusó de no tener ni idea de quiénes son los rebeldes a los que quiere apoyar. Cada vez que Trump no conseguía contenerse, su tono de voz se iba elevando, interrumpiendo a la adversaria, lanzando sus habituales monosílabos tan ácidos.

Estoy seguro (y sin duda no soy el único) de que hoy por hoy cualquiera de los numerosos rivales apartados por Donald Trump en el largo camino de las primarias (Jeff Bush, Rubio, Kasich e incluso Cruz) podría ser mejor. Igual que entre los demócratas podría haber prevalecido el sueño socialdemócrata americano si el partido no se hubiera limitado a la pecera con Hillary.

Los dos candidatos volvieron a convencer a los que ya estaban convencidos. Ni siquiera el formato del debate, con los candidatos rodeados de electores oficialmente “indecisos”, consiguió remover las aguas. Hillary confortó a sus fieles, Trump probablemente contuvo la hemorragia interna de su partido. Y eso es lo que hay.

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