Sube el precio de la luz, ¿es ésa la mayor de nuestras preocupaciones?

Mundo · Lucas de Haro
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25 enero 2017
Se habla mucho estos días en España del incremento del precio de la electricidad. Un análisis somero del sistema de subastas y del mercado mayorista nos ayudará a entender por qué la luz depende de los mercados internacionales de gas. Pero quizá la cuestión de fondo sea poner en perspectiva cómo nuestro sistema de generación determina los costes fijos de la factura de la luz y hacia dónde queremos dirigirnos en el futuro.

Se habla mucho estos días en España del incremento del precio de la electricidad. Un análisis somero del sistema de subastas y del mercado mayorista nos ayudará a entender por qué la luz depende de los mercados internacionales de gas. Pero quizá la cuestión de fondo sea poner en perspectiva cómo nuestro sistema de generación determina los costes fijos de la factura de la luz y hacia dónde queremos dirigirnos en el futuro.

El precio de la electricidad tiene tres componentes principales: 35% es variable, 40% son costes regulados y 25% son impuestos. Los costes regulados incluyen transporte, distribución, comercialización, pago por capacidad, energías renovables, déficit del año anterior, etc. La parte variable es la más divertida, es algo así como una lonja en la que el sistema eléctrico compra energía de las múltiples centrales existentes hasta que la demanda total queda satisfecha. Los productores hacen sus cálculos y ofrecen el precio más bajo posible para el volumen de energía que serán capaces de inyectar en el sistema cada día. El operador, por su parte, se dedica a comprar watios/hora empezando por la oferta más barata y aceptando ofertas progresivamente más caras hasta que la demanda es cubierta. El último oferente capaz de pasar el corte es el que determina el precio mayorista, conocido también como spot; no importa cuán bajo hayan ofertado los primeros en entrar, el precio de toda la adquisición la determina el último que pasa el corte. Los productores van cada día a ‘la lonja´ habiendo calculado previamente su coste marginal, que viene determinado principalmente por los costes operativos asociados a la generación de cada tecnología. Para entender este proceso es importante tener en cuenta que estamos hablando de costes marginales, es decir, cuánto más me cuesta generar un nuevo watio/hora; no estamos hablando directamente de amortización de la inversión ni de eficiencia de la tecnología. Por tanto, el factor discriminante de toda esta dinámica es el coste del combustible empleado. Pero ojo, antes de empezar la subasta se acepta toda la energía generada por fuentes renovables, ésas entran en el sistema sin necesidad de ofertar en el mercado diario. Y aquí tenemos la primera causa del problema que España está viviendo estos días: el viento sopla sin fuerza en este comienzo de año y se necesita comprar más energía en ‘la lonja´ que de costumbre. En este escenario, lo primero que hace el operador es demandar electrones a las centrales que usan el combustible más barato, es decir, las hidroeléctricas (ya que el agua es más barata que el gas o el uranio); y aquí nos topamos con el segundo motivo de la crisis: está lloviendo poco y las hidroeléctricas no pueden inyectar en el sistema tanta electricidad como suelen hacer; así que tenemos que seguir comprando energía en ‘la lonja’ y nuestro siguiente vendedor son las centrales térmicas de gas. Y como el precio del gas está subiendo desde que la OPEC puso límites a la producción de crudo y porque está habiendo problemas de suministro con Argelia –el principal proveedor de España–, aquí nos encontramos la tercera causa del incremento de la factura. Por último, y quizá deberíamos llamar a esto causa número 0, la demanda de electricidad sube en los meses de frío y este año incluso más porque España ha de responder de los contratos de suministro a largo plazo con Francia, que nos está comprando energía debido a su parón nuclear por revisión y mantenimiento.

A nadie le gusta que suba el precio de la electricidad, pero quizá deberíamos preocuparnos más por el hecho de que la electricidad es, en términos absolutos, cara. En otras palabras, si los costes regulados fueran menos del 40% del total y los variables más del 35%, la factura de la luz sufriría continuas y amplias fluctuaciones, pero el coste medio anual para los hogares sería menor.

La siguiente pregunta que cabe hacerse es si se puede reducir el volumen de costes regulados. En mi opinión, eso no será posible en el corto plazo. El exceso de capacidad y el derroche con el que España se convirtió en pionera en renovables hace una década (como ya describimos en este periódico) son un lastre difícil de aligerar. El exceso de capacidad se resuelve de una sola manera: incrementando la demanda, y eso sucede con crecimiento económico e industrial. Lo hecho con las renovables no puede ser desecho; sin embargo sí se puede empezar a planear un sistema de generación renovable que incentive la competitividad y no la especulación, camino que ya se emprendió con la subasta eólica de hace un año.

Esta crisis de precios de la electricidad ligada al precio del gas pone de manifiesto la relevancia de disponer de recursos propios para generar energía. No quiero con esto, ni mucho menos, apelar a un sistema eléctrico cerrado en línea con la creciente tendencia aislacionista de ciertos mercados. El mundo es global y no hemos de tener miedo a ello, podemos seguir asegurando nuestros suministros de uranio y gas con contratos a largo plazo. Pero esto no entra necesariamente en contradicción con fomentar un mayor y más eficiente uso de los recursos naturales que nuestra geografía dispone. En este sentido, las renovables de los años 20 no serán iguales que las de los años 00: hay grandes expectativas en el creciente desarrollo tecnológico del almacenamiento eléctrico, que ha de mejorar la oferta de capacidad firme asociada a la eólica y la solar distribuida (autoconsumo).

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