Cartas desde la frontera /XVI

Si tú no vienes con nosotros, no nos hagas salir de aquí

Escrituras · IGNACIO CARBAJOSA
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6 febrero 2023
Al igual que Israel, tú necesitas experimentar que lo más interesante de Beatriz es que es testarudamente ella misma y no una proyección de lo que tú querrías.

Querido Pascual,

 

La semana pasada dejaba en el aire la pregunta sobre qué hacía el pueblo de Israel mientras Moisés recibía la ley en la montaña sagrada. El capítulo 32 del libro del Éxodo describe de un modo paradigmático lo que sucedió. A través de este relato nos adentraremos en esa paradoja que atraviesa el Antiguo Testamento: Dios muestra su predilección continua a un pueblo testarudo, de dura cerviz, que no acaba de adherirse definitivamente al Señor de la historia. Leer estos pasajes nos ayuda a penetrar en el misterio de la infidelidad que también nosotros sufrimos y que podemos calificar de irracional (va contra nuestra propia experiencia).

“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar de la montaña, se reunió en torno a Aarón y le dijo: «Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado». Aarón les contestó: «Quitadles los pendientes de oro a vuestras mujeres, hijos e hijas, y traédmelos». Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro y se los trajeron a Aarón. Él los recibió, trabajó el oro a cincel y fabricó un becerro de fundición. Entonces ellos exclamaron: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto». Cuando Aarón lo vio, edificó un altar en su presencia y proclamó: «Mañana es fiesta del Señor». Al día siguiente se levantaron, ofrecieron holocaustos y presentaron sacrificios de comunión. El pueblo se sentó a comer y beber, y después se levantaron a danzar” (Éx 32,1-6).

La idolatría, al menos para Israel, es un pecado de impaciencia. “Moisés tardaba en bajar de la montaña”: el pueblo no niega el liderazgo de Moisés, no niega que el Dios de Abrahán cuyo nombre es el Señor les ha sacado de Egipto. Pero se resiste a aceptar la dinámica de la dependencia, del seguimiento, que implica que la iniciativa (y los tiempos) los gobierna otro. “Haznos un dios que vaya delante de nosotros”. Es casi una contradicción: hacer un dios con capacidad de guiar a un pueblo. Israel quiere aferrar su seguridad, tenerla entre manos. La dependencia provoca vértigo.

Llama la atención lo que sucede cuando Aarón hace un becerro con el oro fundido de los israelitas y lo presenta ante ellos. El pueblo exclama: “Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto”. El pueblo reconoce que el Señor lo ha liberado de la esclavitud, no cambia de dios, pero no queriendo “estar pendiente de sus labios” se hace una imagen para decir: “este”, “aquí”, “en mis manos”. Vuelve así a la antigua dinámica religiosa de ofrecer sacrificios a una figura para asegurarse su beneplácito.

En el fondo estamos ante el viejo pecado de Adán que buscaba su autonomía, rechazando la dependencia. Y hay siempre un aspecto de irracionalidad o de estupidez, si lo prefieres, en este deseo de autonomía. Porque nadie como Adán había experimentado los bienes de la dependencia en el paraíso y nadie como Israel había experimentado el bien que suponía depender de un Dios que, tomando la iniciativa, y sin que el pueblo hiciera nada, les había liberado.

Cuando el otro día me contabas de tu relación con Beatriz y de las pequeñas riñas que habéis tenido “por tonterías”, y concluías diciendo “¡qué se le va a hacer, a veces tiene cosas…!”, me sonreía para mis adentros. ¡Con qué facilidad se nos cuela pensar que la persona que amamos sería mejor si dejara de hacer cosas que nos fastidian o, al revés, si respondiera con los gestos que nosotros deseamos o necesitamos! Y cuando no es así lo vivimos como algo a soportar, una especie de peaje a pagar.

Al igual que Israel, tú necesitas experimentar que lo más interesante de Beatriz es que es testarudamente ella misma y no una proyección de lo que tú querrías. Es una pena que no se pueda hacer el experimento de que ella fuera durante una semana (más no aguantarías) verdaderamente la proyección de lo que tú tienes en la cabeza que debería ser y de cómo debería comportarse. Te aseguro que a los pocos días empezarías a echar de menos a la Beatriz real, la que te sorprende… y te toca las narices continuamente. ¡Esto es lo más bello de ella! Así te sorprendió desde el principio.

Del mismo modo, Israel, con el becerro, no cambió de dios sino que lo convirtió en una proyección de lo que quería, para poder manipularlo y adquirir seguridad. Todo el recorrido por el desierto, así como los largos siglos hasta que llegó el Mesías, fueron el contexto en el que Israel fue haciendo experiencia de que le interesaba más confiar en el Dios que había entrado en su historia que en sus teóricamente concretas seguridades que siempre le defraudaban. ¡Y con todo, la tentación de la autonomía siempre ha estado al acecho!

Volviendo a nuestro relato, conmueve ver la posición de Moisés que intercede por su pueblo: “El Señor dijo a Moisés: «Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado». (…) Y el Señor añadió a Moisés: «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo». Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: ‘Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra’?»” (Éx 32,7-12).

De algún modo, y usando un lenguaje coloquial, Dios “se ha metido en un lío”. Al elegir a un pueblo étnico concreto, el Señor (“el Dios de Israel”, como es conocido entre las naciones), que quiere alcanzar a todos, ha quedado ligado a las vicisitudes de esos fieles… tantas veces infieles. Esto lo sabe Moisés, de ahí que argumente por donde más duele: “si los castigas, los egipcios dirán que eres un Dios que libera para luego hacer morir en el desierto… vaya fama para tu nombre”. “Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo” (Éx 32,14).

Pero la cosa no termina aquí. Cuando el pueblo retoma el camino para dirigirse hacia la tierra prometida, Moisés se planta. El Señor había decidido no acompañar a su pueblo etapa tras etapa para que no se encendiera su cólera ante la más que previsible infidelidad. Moisés responde: “«Si no vienes en persona, no nos hagas salir de aquí; pues ¿en qué se conocerá que yo y tu pueblo hemos obtenido tu favor, sino en el hecho de que tú vas con nosotros? Así tu pueblo y yo nos distinguiremos de todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra». El Señor respondió a Moisés: «También esto que me pides te lo concedo, porque has obtenido mi favor y te conozco personalmente».” (Éx 33,15-17). Conmovedor. Moisés tiene la conciencia lúcida de que caminar en la vida sólo tiene sentido si el Dios que les ha sacado de Egipto va con ellos. Esto es, ha sido, y será siempre lo que distinguirá a Israel del resto de las naciones y lo que le hará que prospere… o que decaiga cuando el pueblo olvida.

Para terminar, y ya que estoy en Oxford, te recomiendo una película ambientada en esta ciudad: “Tierras de penumbra” (Shadowlands, de Richard Attenborough). Cuenta un cierto periodo de la vida de C.S. Lewis, concretamente cuando conoce a la que sería su mujer. Además de plantear de forma pedagógica el misterio del dolor humano (el guion sigue dos obras de Lewis: “El problema del dolor” y “Una pena en observación”), describe de forma muy plástica el vendaval de novedad que es Joy Gresham para la vida ordenada y un tanto cerrada del autor de los cuentos de Narnia. Estoy seguro de que cuando la veas te acordarás de Beatriz…

Un abrazo

 

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