Septiembre: el mes de las cumbres en América
La motivación ideológica que niega y envenena la raíz de tales indicaciones está en la versión bolivariana del novus ordo seclorum (famosa frase que aparece en la parte de atrás del los billetes de un dólar). Este nuevo orden preconizado se presenta como la solución a los problemas de pobreza y exclusión que se viven en los países del mal llamado "tercer mundo" y se expresa en la retórica antiimperialista, en el odio al antagonista, la negación del que tiene una postura ideológica diferente o la defensa a ultranza de los propios derechos.
La búsqueda de este nuevo orden causa polarización ideológica y el brote de "nacionalismos estrechos", como han dicho en su comunicado conjunto los obispos de Colombia, Ecuador y Venezuela; los cuales tuvieron una clamorosa expresión en los primeros días de septiembre, cuando algunos celebraron con regocijo la realización de marchas blancas en contra de un líder latinoamericano y marchas negras en contra de su antagonista; tales marchas son un índice del odio que se está gestando entre pueblos hermanos, odios que se asientan en la costumbre de no juzgar; odios que manifiestan el poco afecto a la razón y sí el mucho apego a la reactividad impulsiva; odios que tienen una relación directamente proporcional con el desprecio y atropello a razón y con la práctica de tomar partido en contra o a favor de uno u otro bando, en forma desleal; odios que pueden hacer caer en un escepticismo tal que derrumbe las certezas necesarias para vivir en fraternidad y que lleven a iniciar una tenebrosa carrera armamentista y nuclear en una región única por su unidad y diversidad en todos los sentidos.
Pero si se pone en juego la razón, es inevitable que cualquiera se pregunte: ¿Cómo puede ser que entre hombres que son hermanos, que comparten un mismo suelo, una misma lengua, una maravillosa multicultura y a la vez una identidad común, se esté viendo el brote de tales muestras de odio e intolerancia? ¿Cómo puede ser que se dé tal atropello a la razón?
Frente a estas inquietudes, ante el envenenamiento causado por la versión bolivariana del novus ordum seclorum, ¿hay algún antídoto? Que el pueblo latinoamericano no se deje aplastar por una mentalidad escéptica, que divide y mina la identidad común, y al mismo tiempo le impide reconocer y pregonar la necesidad de juzgar con lealtad lo que pasa.
El pueblo latinoamericano debe solicitar a sus gobernantes de turno que estén a la altura de las circunstancias, que caigan en la cuenta de la responsabilidad histórica que les compete a organismos como UNASUR o como la alianza ASA. Estos organismos no pueden centrar su acción en justificar o condenar decisiones internas de uno u otro gobierno; en adoptar iniciativas que perturben el equilibrio económico, político o social; en resolver diferencias ideológicas opuestas; en adoptar iniciativas que aumenten la división "tercer mundo"- mundo industrializado o, peor aún, tomar partido por una u otra postura ideológica.
Es urgente que los líderes y mandatarios latinoamericanos caigan en la cuenta de la fuerte interdependencia regional y la urgencia de proteger y dar voz eficaz a las decisiones que se tomen para proteger el bien común. Tal cometido, como dice Benedicto XVI en la Caritas in veritate, "aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos". Urge que los nacientes organismos trabajen para construir una verdadera autoridad política regional; autoridad que "deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos". De no ser así asistiremos a dolorosos episodios de nuevas formas de odio a la razón y del odio entre los hermanos; odios que se revelan como lo más indigno y desactualizado que se puede tener y la mayor desgracia que temer en Suramérica.
La mejor manera de prevenir estas desgracias, el auténtico antídoto al envenenamiento que sufren las iniciativas en pro de la integración y del desarrollo, no viene de la condena al otro, del nuevo orden que unos líderes anhelan construir; el auténtico desarrollo, la verdadera unidad, el progreso real sólo puede ser fruto de la caridad en la verdad.