Cartas desde la frontera / XVIII

Samuel entra en escena

Escrituras · IGNACIO CARBAJOSA
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20 febrero 2023
Nos detenemos en el inicio de la historia de Samuel, el primer gran profeta en el sentido clásico del término.

Querido Pascual,

 

Uno de los atractivos de la vida en Oxford es la posibilidad de asistir por las tardes a una de las “Evensongs” o vísperas cantadas en las capillas históricas de los colleges más antiguos. La semana pasada estuve por vez primera en la capilla del Christ Church, que es a la vez la catedral anglicana de la diócesis de Oxford. Para que te hagas una idea, el Christ Church es uno de los colegios donde se rodó la película Harry Potter, concretamente las escenas del comedor.

Todos los factores se combinaron para crear una atmósfera única: la belleza del lugar (un templo del siglo XII), el magnífico coro de la catedral y los textos litúrgicos que se cantaban. El primero era el largo Salmo 78, que recorre la historia de Israel desde la esclavitud en Egipto hasta la entrada en la tierra prometida, siguiendo un esquema fijo: esto es lo que hizo el Señor por su pueblo, pero Israel se rebeló contra el Señor. La melodía seguía de cerca el contenido del Salmo, marcando los momentos dramáticos. El final del Salmo presenta la decisión del Señor de rechazar a la tribu de Efraín, por su infidelidad, y elegir a David, de la tribu de Judá, para pastorear a su pueblo.

Al igual que el Salmo, también nosotros tenemos que recorrer en pocas líneas la historia que va de la salida de Egipto a la constitución del reino de Israel bajo David. La semana pasada dejamos a Moisés a las puertas de la tierra prometida (en la que nunca entraría) anunciando que el Señor suscitaría un profeta como él para acompañar a Israel en su historia. Muerto Moisés, es Josué el primero en quien el Señor pone sus palabras para guiar a su pueblo en la entrada y conquista de la tierra de Canaán. Desde entonces se sucedieron “jueces”, tal y como los llama la Biblia (puedes leer los libros de Josué y Jueces que narran esta conquista), que de algún modo podrían considerarse profetas, en el sentido de que eran suscitados por el Señor para liderar militarmente a las doce tribus y para juzgar los contenciosos entre ellas.

En este viaje rápido para llegar a David, saltándonos más de un siglo de asentamiento en la tierra prometida, nos detenemos en el inicio de la historia de Samuel, el primer gran profeta en el sentido clásico del término. Su historia, que acompaña la historia de Israel a lo largo de la segunda mitad del siglo XI a.C., se narra en el primer libro de Samuel (1 Sam). Los primeros capítulos nos cuentan la vocación de Samuel en el templo de Siló. Allí fue llevado por su madre, Ana, que lo ofreció para servir al Señor en agradecimiento al hecho de haber tenido un hijo siendo estéril. Es en el templo donde recibe la primera llamada del Señor para convertirse en guía de Israel.

Antes de seguir tenemos que hacer, como en las películas, un “flashback”. Recordarás que las tablas de la ley se entregan a Moisés como el gran don que el Señor hace a su pueblo, pues contienen una palabra inteligente (¡divina!) para regir las relaciones verticales (con Dios) y horizontales (entre los hombres). ¿Qué fue de aquellas tablas? En realidad, las primeras las rompió el mismo Moisés al ver que el pueblo se había hecho un becerro de oro y se postraba ante él. Una vez hecha una nueva copia, las tablas se guardan en un arca que será transportada con varales durante la travesía del desierto y descansará tras cada etapa en una tienda (la tienda del encuentro), anticipo de lo que será el futuro templo de Jerusalén, en cuyo santa sanctorum quedará depositada.

Una vez presentada el arca de la alianza, podemos volver a nuestro argumento para contar el primer episodio que se narra siendo ya Samuel profeta de Israel. En realidad, se trata de una historia poco conocida en la que ni siquiera interviene explícitamente el profeta. Pero merece la pena contarla porque dice mucho de la naturaleza de estos relatos y, por ende, de la Biblia. Situémonos en el capítulo cuarto del primer libro de Samuel. Durante la conquista de la tierra, a Israel se le ha resistido siempre la costa, habitada por los filisteos. Durante muchos siglos habrá un continuo ir y venir de las fronteras con esa zona al hilo de batallas e incursiones en ambas direcciones.

En una de esas incursiones, Israel es derrotado y pierde cuatro mil hombres. Cualquier otro ejército se dedicaría a rehacerse y cambiar de estrategia para la siguiente ocasión. Pero Israel vive en un diálogo continuo con el Señor de la historia, por lo que una pregunta surge: “¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor frente a los filisteos?” (1 Sam 4,3). Nace así la decisión: “«Traigamos de Siló el Arca de la Alianza del Señor. Que venga entre nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos». El pueblo envió gente a Siló para que trajeran de allí el Arca de la Alianza del Señor del universo, que se sienta sobre querubines (…). Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel prorrumpió en un gran alarido y la tierra se estremeció” (1 Sam 4,3-5).

La reacción no se hace esperar en el campamento enemigo: “Los filisteos oyeron la voz del alarido, y se preguntaron: «¿Qué es ese gran alarido en el campamento de los hebreos?». Y supieron que el Arca del Señor había llegado al campamento. Los filisteos se sintieron atemorizados y dijeron: «Dios ha venido al campamento». Después gritaron: «¡Ay de nosotros!, nada parecido nos había ocurrido antes. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de estos poderosos dioses? Estos son los dioses que golpearon a Egipto con todo tipo de plagas en el desierto. Filisteos, cobrad fuerzas y portaos como hombres, para que no tengáis que servir a los hebreos, como os han servido a vosotros. Portaos como hombres y luchad» (1 Sam 4,6-9).

Paremos un momento la “película” para preguntar: “¿qué va a suceder a continuación?”. Tú mismo podrías responder, como uno acostumbrado a ver películas de acción. Y seguramente me dirías que, después de una primera derrota, la llegada del arca de la alianza y los alaridos en el campamento serían el prólogo de una gran victoria. “Está en el guion”, añadirías. Pero lo más interesante es lo que con mucha probabilidad respondería un estudioso de historia de las religiones antiguas, con doctorados en grandes universidades. Si pongo en su boca estas palabras es porque, mutatis mutandis, las he escuchado muchas veces: “Obviamente el narrador ha construido una trama dramática para mostrar que la victoria se consigue con la presencia del dios de turno a través del arca. A continuación, seguirá una victoria contundente a mayor gloria del dios de Israel. Así es en todos los relatos religiosos de la Antigüedad. El modelo es siempre el mismo”.

Creada ya la tensión necesaria, damos de nuevo al “play” para seguir con la escena: “Los filisteos lucharon e Israel fue derrotado. Cada uno huyó a su tienda. Fue una gran derrota: cayeron treinta mil infantes de Israel. El Arca de Dios fue apresada y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí” (1 Sam 4,10-11). Gran sorpresa, ¿verdad? Puedes seguir leyendo y verás que la segunda derrota no es el prólogo de la victoria definitiva. Nada de nada. Derrota aplastante. Cayeron treinta mil infantes, es decir, Israel se quedó sin ejército. La noticia es escueta: “cayeron derrotados y el arca fue apresada”. De hecho, el arca no será recuperada por la gallardía de un ejército reconstituido. Los filisteos deciden devolverla porque les trae “mala suerte”. ¿Puede caber mayor humillación para Israel?

¿Por qué digo que este relato dice de la naturaleza de la Biblia? Porque muestra lo que Israel vive en su historia y no reproduce sin más modelos narrativos “religiosos” a mayor gloria del dios de turno. Aquello sucedió y abrió una pregunta aún mayor dirigida al Dios de Israel. Y el pueblo aprendió (aunque lo olvidó al poco tiempo) que la voluntad de Dios es misteriosa (¡Dios es testarudamente Él mismo y no la proyección de nuestros deseos, pensamientos o imaginación, como tu querida Beatriz!) y que el arca no es un amuleto para derrotar al enemigo.

En la próxima carta nos acercaremos al origen de la monarquía en Israel. Hasta ahora el pueblo elegido está compuesto por doce tribus que forman una especie de alianza. Samuel jugará un papel decisivo en el paso a la monarquía… muy a su pesar.

Un abrazo

 

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