¿Qué pasa en América?
En América, no en Estados Unidos. ¿Qué pasa? En Chile se ha celebrado en los últimos días la manifestación más masiva desde la vuelta a la democracia (1990) contra el presidente Sebastián Piñera. Lenin Moreno en Ecuador se ha visto obligado a echar atrás las medidas de ajuste por las protestas. Morales en Bolivia se enfrenta a una grave crisis de legitimidad, después de haberse proclamado de nuevo presidente, tras una primera vuelta de las presidenciales en la que el recuento de votos ha dado sobrados indicios de fraude.
Hay fundamentalmente dos grandes “relatos” sobre lo que está sucediendo en la América que habla español. Son expresión de las claves interpretativas que han dominado en la región durante las últimas décadas. La que Moisés Naim denomina la “teoría de la conspiración” apunta a que en las protestas, “Cuba pone la inteligencia, el régimen de Maduro pone el dinero y Rusia la tecnología digital que ayuda a sembrar el caos”. Estaríamos ante la cuarta o la quinta ola de lo que Enrique Krauze llama “redentores”, caudillos del siglo XIX, marxistas del siglo XX, populistas del XXI que atacan a “los valores liberales y republicanos que dieron origen” a las naciones americanas. Las revueltas serían un ejercicio, ahora en plena revolución digital, “de la transferencia de la esfera religiosa a la laica, de los padres redentores a los redentores civiles y revolucionarios”. Para abonar esta tesis se puede mostrar el apoyo que los distribuidores rusos de fake news han dado a los que querían derribar a Lenin Moreno o el sostén que han prestado a Morales (después de que haya dinero de Moscú para la construcción de una central nuclear en El Alto). Las manifestaciones en Ecuador han estado alentadas por el expresidente Rafael Correa desde Bruselas. Y Correa ha sido y es uno de los populistas más hábiles de la región.
La otra historia es la que explica lo ocurrido con las claves “progresistas”. Las que culpan al FMI de haber provocado, con sus recetas neoliberales, una década perdida en los 80. Los errores no se habían corregido en lo sustancial, desde entonces. Si Ecuador se ha levantado no es porque la mano negra de Correa haya estado detrás de las protestas de los movimientos indigenistas, sino porque las medidas de ajuste recetadas por el FMI vuelven a no tener alma y a ser despiadadas con los más pobres. Ya veremos lo que sucede después de las presidenciales en Argentina porque, gane quien gane, el país depende del rescate y de las políticas que dicte el Fondo. Sin duda el factor de la desigualdad no se puede nunca olvidar en la región. Aunque la miseria se ha reducido desde el año 2000, uno de cada diez latinoamericanos vive en pobreza extrema. La crisis de 2008 apenas se notó gracias al boom de las materias primas, y hay barrios, por ejemplo en Lima, que son irreconocibles. Pero ahora ese boom se ha acabado, la desaceleración es evidente y la zona se ha quedado muy atrás respecto a Asia y a África.
Las dos hipótesis tienen elementos interesantes. Pero cuando se pone el foco en lo que ha sucedido en cada uno de los países se observa que la realidad es más compleja. La reacción de sorpresa que ha tenido Piñera ante el estallido social de Chile y su torpeza de sacar el ejército a las calles muestra su desconexión de la realidad. Pero también algo más. No era fácilmente previsible lo que ha sucedido. Chile llevaba siendo desde hace treinta años un oasis político por la alternancia basada en políticas de centro. Es cierto que el “milagro económico” llevado a cabo con reformas liberales estaba algo agotado. La privatización de las pensiones, que en otro tiempo aportó soluciones, ahora supone tener un retiro por debajo del salario mínimo. También es cierto que Piñera no ha conseguido la reactivación que había prometido. Pero el estallido no se corresponde con una severa crisis económica, es la consecuencia de unas “expectativas defraudadas”. Y en esas expectativas no solo está la mejora salarial o de servicios públicos, sino probablemente el deseo de un mayor protagonismo que no se ve satisfecho con el sistema político creado tras la dictadura.
En el caso de Bolivia, el probable “pucherazo de Morales, consecuencia de su caída de popularidad, quizá tenga también que ver con la desafección a un proyecto, este de izquierdas, en el que muchos no se sienten ya representados. El sabio Luis Enrique Marius siempre defendió que Morales no es un populista al uso, como Correa o como Maduro. De hecho, desde que llegó al poder en 2005, ha hecho una política económica ortodoxa que ha dado extraordinarios resultados. Pero una buena parte de los jóvenes indios, por ejemplo en El Alto, le han retirado su apoyo. Morales ha forzado mucho las leyes para poder ser reelegido. Y seguramente la crisis de legitimidad tiene mucho que ver con esa onda larga de insatisfacción que sacude todo el planeta, un “estado de ira” por la diferencia entre lo que se esperaba y lo que se tiene entre las manos. Según el último Latinobarómetro, el 75 por ciento de los ciudadanos en la región piensa que se gobierna para unos pocos. Solo el 5 por ciento considera que hay democracia plena. En los últimos 30 años el desarrollo político y económico de América Latina ha sido evidente. Pero las “fórmulas redentoras” y “los valores liberales y republicanos” se han quedado pequeños, estrechos.