¿Qué Europa hace falta después de Salzburgo? Esta seguro que no

Mundo · Robi Ronza
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24 septiembre 2018
La cumbre de Salzburgo de la semana pasada entre jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea era una cita informal. Eso significa que la reunión tenía un orden del día que pretendía favorecer un intercambio de ideas, pero no el objetivo de llegar a decisiones concretas y comprometidas. En ese sentido, no estaba prevista la publicación de comunicado alguno al término de las sesiones. Paradójicamente, eso hacía el encuentro aún más interesante desde el punto de vista político. No teniendo la obligación de llegar a la firma conjunta de un documento final, los 28 líderes podían manifestar mucho más libremente sus respectivas posiciones.

La cumbre de Salzburgo de la semana pasada entre jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea era una cita informal. Eso significa que la reunión tenía un orden del día que pretendía favorecer un intercambio de ideas, pero no el objetivo de llegar a decisiones concretas y comprometidas. En ese sentido, no estaba prevista la publicación de comunicado alguno al término de las sesiones. Paradójicamente, eso hacía el encuentro aún más interesante desde el punto de vista político. No teniendo la obligación de llegar a la firma conjunta de un documento final, los 28 líderes podían manifestar mucho más libremente sus respectivas posiciones.

De la cumbre ha salido por tanto un cuadro bastante claro de la situación actual de Europa y más concretamente de la UE. Lo bueno es que ese cuadro está claro, lo malo que la situación es evidentemente desastrosa. No tanto por los resultados inmediatos de la cumbre, que de hecho son mejores de lo que se podía esperar, sino por el vacío de ideas y de perspectiva que lo ha caracterizado. También podemos decir que esto no es una novedad, sino solo la confirmación de una situación que lleva años así. El problema es que mientras tanto el mundo no para de cambiar, y eso hace que la inercia de Europa sea cada vez menos sostenible, no solo para Europa sino para el mundo entero.

Incluir en la agenda, como se ha hecho, sustancialmente solo la cuestión de la inmigración irregular y la salida de Gran Bretaña de la Unión significa cerrarse en un perímetro defensivo de corto respiro. Afrontar estas dos cuestiones debe tener sin duda toda la importancia táctica que merece. Sin embargo, a pesar de todo lo que la prensa cuenta, las prioridades estratégicas son bien distintas. Hasta el presidente del Consejo europeo, Donald Tusk, fiel portavoz de Bruselas, lo ha tenido que reconocer respecto a los flujos migratorios de los que se decía que, “a pesar de la retórica agresiva, las cosas se están movimiento en la dirección adecuada”. Los resultados obtenidos hasta el momento se deben “principalmente al hecho de que nos hemos centrado en el control de las fronteras externas y en la cooperación con terceros países, que ha reducido el número de migrantes irregulares de casi dos millones en 2015 a menos de cien mil este año”. En definitiva, el problema se ha afrontado y se ha alejado de la fase de emergencia. Y todo gracias al hecho de que a fin de cuentas, mientras se ponía en la picota a los “malvados” que se alineaban en contra del flujo caótico e incontrolado de inmigrantes, en la realidad de las cosas se han puesto en marcha las políticas y controles que estos proponían en virtud de cuatro puntos: aumento de inversiones en África, reforma del tratado de Dublín, revisión de la operación Sophia, reforma de la Agencia europea para el control de fronteras externas de la Unión.

Al final habrá que afrontar también la propuesta, avanzada en Salzburgo por el premier italiano Conte, de que los países que no estén dispuestos a acoger a inmigrantes irregulares en su territorio contribuyan entonces financieramente con los gastos en esta materia de los países que los acojan. Hay países, como los de Europa del Este, que por motivos históricos y culturales no pueden acoger en masa a inmigrantes procedentes del hemisferio Sur sin provocar en su interior impactos económicos y sociales insostenibles. Países que en cambio están acogiendo a gran número de inmigrantes procedentes de países vecinos, como Polonia o Ucrania por ejemplo, sin que el resto de la UE lo tenga en cuenta. Por eso me parece razonable no pretender que acojan también a inmigrantes del sur, pero en cambio deberían contribuir a los gastos de quien los acoge.

Por otro lado, respecto a la salida de Gran Bretaña de la UE, es tan fuerte y vasta la integración entre la economía británica y la del resto de Europa que tanto desde Londres como desde Bruselas el problema se verá continuamente redimensionado por la fuerza de las cosas reales.

Pero nadie ha pensado plantear en Salzburgo la gran cuestión de fondo: el posicionamiento de la Unión Europea en el nuevo orden internacional que se está delineando. Hay que recordar que Europa, una zona de importancia crucial desde el punto de vista sociocultural y de mercado con un alto nivel de desarrollo y más de 500 millones de habitantes, no puede quedarse a un lado esperando a ver qué pasará. Tiene tales dimensiones que si no actúa como un gran protagonista acabará convirtiéndose en una gran presa. Censurando su identidad e ignorando su historia para presentarse como un dócil gigante económico no solo se debilita su economía sino que también se transforma en un enano político. Antes de que sea demasiado tarde, conviene cambiar de rumbo.

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