Make no mistake. El acuerdo comercial con Canadá impulsará el crecimiento de las pymes europeas

Mundo · Lucas de Haro (Vancouver)
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30 octubre 2016
Bélgica ha conseguido desbloquear el cerrojo que Valonia puso hace un par de semanas sobre CETA, el acuerdo comercial entre Canadá y la Unión Europea. El rechazo de Valonia pasó inicialmente desapercibido o –en algunos casos– celebrado en Europa; sin embargo los canadienses y europeos emigrados a Canadá lo han llorado hasta estas recientes horas de alivio. La cuestión de fondo es si CETA es un acuerdo que ayudaría a la regeneración de la economía real o si por el contrario favorecería a unos pocos con músculo financiero. Veamos de qué va CETA.

Bélgica ha conseguido desbloquear el cerrojo que Valonia puso hace un par de semanas sobre CETA, el acuerdo comercial entre Canadá y la Unión Europea. El rechazo de Valonia pasó inicialmente desapercibido o –en algunos casos– celebrado en Europa; sin embargo los canadienses y europeos emigrados a Canadá lo han llorado hasta estas recientes horas de alivio. La cuestión de fondo es si CETA es un acuerdo que ayudaría a la regeneración de la economía real o si por el contrario favorecería a unos pocos con músculo financiero. Veamos de qué va CETA.

Hace algunas semanas, cuando todavía nadie imaginaba posible el frenazo valonés, tuve la ocasión de discutir en un encuentro público con una ejecutiva del Ministerio de Comercio Internacional de British Columbia que había formado parte del equipo negociador de CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement). Le preguntaba si le preocupaba el rechazo al acuerdo que habían manifestado algunos de los nuevos partidos políticos en diferentes países de Europa. La pregunta no le pillaba desprevenida, Monica Gervais decía que los riesgos de CETA eran dos: la confusión con TTIP y una aprobación parcial. TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) es el acuerdo comercial que están discutiendo Estados Unidos y la Unión Europea, Canadá ha querido siempre escapar de las simplificaciones políticas y mediáticas que equiparan TTIP y CETA ya que estos dos acuerdos son absolutamente independientes y diferentes en naturaleza. El segundo riesgo estaba asociado a una posible aprobación parcial de CETA. Canadá preveía la posibilidad de que el Parlamento Europeo aprobara la parte del acuerdo sobre la que no hay competencia nacional; no hubiese sido una solución del todo mala ya que la mayor parte del contenido de CETA se hubiese puesto en marcha y el resto de medidas llegarían cuando los parlamentos de todos los Estados miembros ratificaran el acuerdo. Sin embargo, la viabilidad de esta vía de medio está ahora en cuestión ya que Bélgica podría reprobar la calificación de CETA como “acuerdo mixto” a cambio de desbloquear su enmienda a la totalidad. Si esto sucediera, el acuerdo no sería efectivo hasta la ratificación parlamentaria por parte de cada uno de los 28; previas experiencias análogas nos dicen que el proceso podría durar hasta cinco años.

El hecho de que Valonia vetara la aprobación del acuerdo en el Parlamento Europeo nos dice mucho acerca de la naturaleza política de la Unión, algunos verán en este gesto un paso hacia la legitimación de la Europa de las regiones-naciones. Más allá de la discusión política, la polémica en torno a CETA revela una mirada esquemática e ideológica sobre los intercambios económicos. Reducir aranceles y favorecer el comercio internacional no son necesariamente sinónimos de capitalismo feroz, atomización empresarial y desconsideración hacia el medio ambiente. Chrystia Freeland, ministra de Comercio Internacional de Canadá, plañía su decepción hace unos días por la decisión de Valonia que frenaba el impulso que Alemania, Francia, Austria, Bulgaria y Rumanía estaban dando a CETA. Para Freeland, los valores y principios sociales que comparten Europa y Canadá deberían haber favorecido la aprobación del acuerdo. Aquí vemos las nefastas consecuencias para CETA provocadas por la caricaturización liderada por parte de la opinión pública que ha metido CETA-Canadá en la misma saca que TTIP-Estados Unidos.

Pero, ¿de qué van las más de 1.600 páginas de CETA? A principios de verano, y con el objeto de preparar mi intervención en una conferencia, hice el ejercicio de enumerar cómo CETA podría beneficiar las actividades de empresas europeas en Canadá. Me encontré con lo siguiente: reducción de aranceles para equipos industriales, transferencia de personal, reconocimiento de títulos profesionales, capacidad para proveer servicio post-venta, reconocimiento de certificados de calidad, compromiso para la promoción de actividades sostenibles y energías renovables, y protección y no discriminación a las inversiones internacionales.

Pero, ¿quién se intenta beneficiar de CETA? En los últimos años, he tenido la fortuna de participar en diferentes congresos y conferencias organizadas por la Cámara de Comercio Unión Europea – Canadá Oeste. Han trabajado duro promoviendo CETA y organizando eventos de alto nivel con cientos de participantes donde he tenido la ocasión de conocer a pequeños exportadores e importadores de vino, abogados italianos, pymes belgas, pequeños productores de maquinaria, una start-up canadiense de componentes aeroespaciales que ha abierto filial en España, estudios de ingeniería suecos, etc. Ésos son los players que estaban empollándose CETA, los profesionales y pequeñas empresas dispuestas a arriesgar su tiempo y mínimos capitales para hacer crecer la buena economía, la que genera trabajo, la que innova, la que promueve la globalización sostenible.

Bruselas debería explicar mejor los beneficios reales de CETA a los escépticos y promover su potencial entre la sociedad civil y empresarial; es hora de dejar el traje de burócrata en el armario y ponerse la gorra de facilitador y catalizador. Canadá y la Unión Europea llevan siete años trabajando en CETA; un acuerdo que, si se consigue reactivar, contribuirá a la reconstrucción de la economía europea para el beneficio de los europeos.

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