Los venezolanos y Casa de América: estar a la altura de lo que representa

Cuando un venezolano emigra, espera todo del lugar al que llega. Espera una mejor calidad de vida, nuevas oportunidades… Los que hemos emigrado a Madrid no somos la excepción. Y puedo decir que, al menos en mi experiencia, Madrid me recibió, con los brazos abiertos.
Imagínense lo bienvenido que uno se siente cuando llega a una ciudad en la que, en el corazón de su avenida principal, hay un lugar que se llama “Casa de América”. En una de las estampas más madrileñas como lo es la Plaza de Cibeles, hay un pedacito de nuestra tierra.
Nosotros no le pedimos a nadie estar allí, pero qué gusto es encontrarnos ahí representados… Ahora bien, nosotros, que lo esperamos todo del lugar al que hemos llegado, también esperamos estar bien representados. ¿Y qué significa estar bien representado? Que se hable con la verdad de quién es uno.
Por eso todo el alboroto este fin de semana con el ciclo “Cine y memoria: la voz del pueblo y la lucha por la soberanía” impulsado por Casa de América. Esta cita cultural, dicen los voceros de Casa de América, era realmente una propuesta de la embajada venezolana que ellos decidieron acoger. El problema es que, por más que este ciclo lo gestione la embajada de Venezuela, Casa de América aceptó llevar a cabo una propuesta que no representa bien la realidad del país.
Esta propuesta incluía la emisión de tres películas los días 17, 18 y 24 de marzo, y un posterior coloquio con los directores de cada una de ellas. Las películas eran Operación Orión (2018), Alí Primera (2024) y La batalla de los puentes (2020).
Operación Orión (2018) relata una supuesta invasión paramilitar en 2004, cuyo fin era asesinar al presidente Chávez. Alí Primera (2024) cuenta la vida del cantautor venezolano, quien ha sido uno de los abanderados del chavismo por su música dedicada a los sectores más humildes de la población. Y La batalla de los puentes (2020) muestra la narrativa del gobierno de Maduro frente al intento por parte de la Oposición de ingresar ayuda humanitaria al país a través de la frontera entre Colombia y Venezuela en el año 2019.
El problema con estas tres películas es que todas forman parte del aparato de propaganda del chavismo. Operación Orión muestra como verdadero un intento de asesinato a Hugo Chávez que nunca existió –y no es el primero que se inventan–. Alí Primera muestra a un cantautor a través del lente de la cultura como forma de propaganda social. Y en La batalla de los puentes el régimen pone en duda si lo que se quiso ingresar al país era realmente ayuda humanitaria o más bien otro tipo de recursos para una resistencia armada en Venezuela y que gracias a una “unión cívico-militar” Maduro y el pueblo lograron detener este “atentado” contra la estabilidad nacional.
Cuando me enteré, lo primero que sentí fue frustración. ¿De verdad Casa de América, una institución que yo consideraba como seria en la representación latinoamericana en España, era capaz de promover un ciclo con material propagandístico de una dictadura? Los trabajadores de Casa de América no pueden ignorar la realidad venezolana, entonces ¿por qué accedieron a algo así? Lo que decía antes, cuando uno espera ser representado, espera que se le represente bien. Con toda la verdad de quien uno es. Y estas películas no representan la realidad venezolana.
Lo interesante fue cómo de esta frustración, en vez del sentimiento de derrota, este “esperar” adquiría una nueva urgencia. Esperábamos que Casa de América se retractara, que cambiaran de opinión. Esperábamos que se resarciera el error. Y así surgió, de diferentes maneras, la exigencia de los venezolanos de estar bien representados.
Unos comentaron en la publicación de Casa de América para demostrar su descontento. Otros, en redes sociales, publicaron balances de cifras reales de presos políticos, asesinatos a manos de funcionarios, denuncias de torturas, y le planteaban la pregunta a Casa de América si también hablarían de estas cosas en ese ciclo. Algunos llamaron a protestar frente a la Plaza de Cibeles los días del ciclo. Muchos le escribieron a las distintas instituciones y funcionarios que gobiernan la ciudad de Madrid para reclamarles que hicieran algo. E incluso unos sugirieron que no retiraran el ciclo, pero que incluyeran películas como Simón (2023) que sí ofrece una visión de las atrocidades que ocurren en Venezuela y que así se mostraran las dos caras del país: la realidad de la persecución política frente a la narrativa propagandística del gobierno.
Delante de todo este despliegue, no podía evitar preguntarme: ¿cómo alguien puede comentar en una publicación su descontento, cuando viene de un país donde hay gente presa por un tweet? ¿Cómo alguien puede ofrecer información verídica en redes sociales para demostrar lo dolorosa que era esta propuesta, cuando viene de un país donde hay censura? ¿Cómo alguien puede esperar que si le escribe a las autoridades de la ciudad estos puedan hacer algo para resolver el problema, cuando viene de un país donde el miedo y la desconfianza hacia la autoridad son absolutos? ¿Cómo alguien puede llamar a protestar cuando tantas veces lo ha hecho en su país y parece que no ha servido más que para contar personas heridas o asesinadas por el régimen? ¿Cómo alguien puede estar dispuesto a un debate abierto donde se ofrezcan dos perspectivas sobre la realidad, cuando viene de un lugar donde opinar diferente puede ser una sentencia de muerte?
Y sobre todo, me preguntaba: ¿Por qué, a todos los venezolanos que protestamos por esta propuesta, nos dolía que viniera justamente de Casa de América? Porque nosotros también pertenecemos a esa Casa. En ella estamos representados. Sabemos que esa Casa, porque somos parte de ella, es mucho más grande que el mal que allí puede proponerse.
Por eso el alboroto y la protesta. Porque los venezolanos esperábamos todo de Casa de América y al ver esto, contra todo pronóstico, seguíamos esperando que se comportara a la altura de lo que realmente representa. Ceder a los intereses políticos de la embajada de un régimen dictatorial está por debajo de lo que Casa de América es, o lo que aspira a llegar a ser.
Después de las presiones, Casa de América ha cancelado este ciclo. Y cuando supe que se había cancelado no podía evitar sentir alivio. Pero no era un alivio que viniera solo por haber ganado esta batalla. Era un alivio de saber que sí que podemos esperar que las instituciones funcionen, a pesar de venir de un país donde están destruidas por la dictadura. Sí que podemos esperar que Casa de América nos represente bien. Sí que podemos esperar que las autoridades madrileñas nos escuchen y respondan. Sí que podemos esperar que el error sea resarcido.
Ahora, como venezolanos, podemos volver a comenzar nuestra relación con Casa de América. Algunos perdonarán el error más rápido que otros, pero ninguno ha dejado de esperar que esta institución haga más cosas sobre Venezuela. ¿Que se han equivocado con este ciclo? Sí. ¿Que queremos seguir viendo actividades donde se pueda dar un diálogo verdadero sobre la realidad venezolana? También.
Mientras tanto, Maduro, en televisión nacional, ha llamado a Ayuso y a Almeida “nazis” y “fascistas” por la cancelación de este encuentro cultural.
Ante este suceso, los venezolanos también hemos llegado a sentir un gran agradecimiento hacia Casa de América. Los venezolanos tenemos un postgrado en esperar cosas que terminan en decepción porque no sucede lo que tanto ansiamos. Tenemos veinticinco años en esto. Por eso, cuando hemos visto que Casa de América cancelaba el ciclo, la sorpresa era mayúscula: nos han escuchado, han accedido, nos han hecho caso. ¡Esto muy pocas veces nos ha pasado, casi nunca! Si tenemos tanto tiempo esperando tantas cosas que no suceden, y ahora que sí sucede lo que tanto esperábamos, entonces uno se llena de esperanza, no de escepticismo. ¿Cómo, después de esto, no atrevernos a esperar más?
Alguien podría preguntar con toda razón: pero, ¿por qué volver a esperar algo bueno de quienes se han equivocado con ustedes al representarlos? Nosotros podríamos devolver la pregunta: ¿Por qué no? ¿Ahora se supone que no debemos esperar nada de los que nos representan? ¿Es eso posible: no esperar nada, nunca, de nadie?
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