Especial 25 años de dictadura en Venezuela

Veinticinco años de dictadura: ¿Por qué en Venezuela aún hay esperanza?

Mundo · Mary Cruz Fuentes Ávila
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2 febrero 2024
El 2 de febrero de 1999 Hugo Chávez Frías llegó al poder después de haber ganado las elecciones presidenciales de Venezuela de diciembre de 1998. Así, comenzó la Revolución Bolivariana: el proceso político, ideológico y social del régimen en Venezuela que cumple 25 años.

Este año en Venezuela hay elecciones presidenciales. O al menos, debería haberlas. Para nadie es un secreto la complejidad de la situación social y económica que atraviesa el país, producto de las muchas vicisitudes políticas que ha atravesado la nación durante los últimos 25 años.

Si hay algo que en Venezuela no se ha perdido –y espero que no se pierda jamás– es la capacidad de asombro y la esperanza. Podríamos creer que estamos acostumbrados al caos, que ya lo hemos visto todo, que ya no se puede estar peor, y sin embargo, el país, la situación, nunca deja de sorprendernos. Como a mí me han sorprendido otros venezolanos, dentro y fuera del país. Porque, frente a los 25 años de dictadura que hemos vivido, le pregunto a otros venezolanos y me sorprende que aún consigo esperanza en ellos. Por lo tanto, la pregunta es válida: ¿Por qué, a pesar de todo, en Venezuela aún hay esperanza?

Es lo que intentaré explicar en este artículo, pero antes, un resumen de 25 años de historia.

Chávez da un Golpe de Estado en 1992

A pesar de que se cumplan este año 25 años de la llegada de Hugo Chávez al Palacio de Miraflores, no fueron las elecciones del 98 su primer intento de hacerse con el poder. En 1989 hubo una crisis social en Venezuela conocida como El Caracazo. Fueron una serie de protestas, disturbios y saqueos que se dieron a raíz de la subida del precio de la gasolina y el transporte público.

Después de 40 años de democracia, un estallido social de esas magnitudes –las cifras oficiales hablan casi de 300 muertos– era prácticamente inconcebible en Venezuela, cosa que, hasta el día de hoy, aún hace sospechar a ciertas personas. Lo único que quedó claro entonces, y ahora más, es que ese solo era el comienzo del fin de la democracia en Venezuela.

Hugo Chávez Frías, para ese entonces militar al mando de la Brigada de Paracaidistas «Coronel Antonio Nicolás Briceño», empezó a trazar el plan que llevaría a cabo el 4 de febrero de 1992: el Golpe de Estado al presidente Carlos Andrés Pérez.

Foto: Prensa Presidencial Gobierno de Venezuela

El Golpe de Estado, cuya operación consistía en la sublevación simultánea de 4 ciudades estratégicas para el Ejército de Venezuela, fracasó. Chávez, rindiéndose en televisión nacional, admitió que “lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”. Nadie podría haberse imaginado que ese “por ahora” sería una sentencia para toda la nación.

Chávez y sus aliados esperaron 2 años en la prisión de San Francisco de Yare esperando juicio. Mientras tanto, el presidente Carlos Andrés Pérez era destituido de su cargo en 1993 por corrupción y en las elecciones, Rafael Caldera ganaba la presidencia.

En 1994, Caldera le concede un indulto a Hugo Chávez y a sus compañeros, dejando así la vía libre para que Hugo Chávez pudiese volver al ámbito político y lanzarse como candidato presidencial en las siguientes elecciones.

Chávez gana las elecciones de 1998

Que Hugo Chávez ganara las elecciones de 1998 sacó a relucir muchos fantasmas que en ese momento rondaban en la sociedad venezolana.

En primer lugar, dejaba de manifiesto el innegable, por más que se odie admitirlo, carisma que tenía Chávez. Las personas hablaban de cómo era un personaje “magnético”. Muchos recuerdan cómo no eran capaces de quitarle la mirada de encima, o cómo, a pesar de decir cosas atroces, lograba levantar las pasiones de quiénes le escuchaban.

La segunda cosa que dejó en evidencia fue la fractura que había en el sistema de alternancia de poder entre los dos grandes partidos políticos de la época. Acción Democrática (centro izquierda) y COPEI (también llamados Partido Socialcristiano, de centro derecha), que habían estado saliendo y entrando del palacio presidencial desde 1958, perdían toda la popularidad de la cual habían disfrutado durante los cuarenta años de democracia.

El encanto de Chávez como un revolucionario antisistema, los viejos zorros de la política venezolana que ya todos conocían y pocos querían, más el fantasma de El Caracazo y de una futura crisis económica llevaron a los venezolanos a unas elecciones donde Hugo Chávez ganó con el 56.20% de los votos. Sin embargo, la participación fue de 63.45% de la población. Casi 7 millones de venezolanos no asistieron a los centros electorales ese día. Quién diría que 7 millones es la cifra que representa a la “diáspora” venezolana hoy en día.

Chávez cambia la Constitución de 1999

Cuando Chávez tomó posesión el 2 de febrero de 1999 juró sobre la Carta Magna y la llamó una “moribunda Constitución”. Prometió entonces renovar el Estado venezolano para que se “adecuara a los nuevos tiempos”.

Así, lo primero que hizo fue cambiar la Constitución que había en Venezuela desde 1961, desde los inicios del período democrático más largo en el país, después de que se acabara la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el dictador militar que gobernó desde 1952 hasta 1958. Esto fue solo el comienzo de una larga tradición de reformas constitucionales –avaladas o no por el pueblo venezolano– que llevó a cabo Chávez a lo largo de sus años en el poder.

A partir de este cambio de Constitución, Chávez, entre muchas cosas, eliminó el Senado y el Congreso pasó a llamarse Asamblea Nacional, quitando así un ente regulador del Poder Legislativo. También establecía que, a parte del castellano, los idiomas indígenas serían, también, lenguas oficiales.

Creó, además, dos poderes públicos (a parte de los ya establecidos Legislativo, Ejecutivo y Judicial). Estos son: el poder Electoral, organismo encargado de organizar todas las elecciones que se lleven a cabo en Venezuela, y el poder Ciudadano, también llamado el “poder moral” y su misión es prevenir, investigar o sancionar los hechos que atenten contra la “ética pública”. No hay que tener un postgrado en Ciencias Políticas para saber qué pasa cuando un gobierno de este estilo quiere determinar cuál es la “ética pública”, qué pasa cuando son ellos quienes deciden qué es bueno y qué es malo.

Pero los tres cambios constitucionales más importantes y peligrosos fueron los siguientes: Se aumentó el período presidencial de 5 a 6 años. Se hizo posible la reelección inmediata presidencial, cuando antes, los presidentes tenían que esperar como mínimo un período presidencial para volver a lanzarse como candidatos. Y se le concedía derecho al voto a los militares activos, cuando antes no lo tenían porque garantizaba la “objetividad” o “neutralidad” de las Fuerzas Armadas: al no votar, fuera quién fuera el presidente del país, las Fuerzas Armadas no estaban comprometidas con el gobierno. A partir de 1999, con un presidente ex-militar y golpista indultado, las cosas cambiaron.

Carmonazo: Golpe contra el golpista

En diciembre de 2001, Chávez usó la Ley habilitante –artículo 203 de la Constitución venezolana– en la que el Presidente puede gobernar de facto sobre los otros poderes públicos. Con esta, promulgó un grupo de 49 leyes que quería integrar al nuevo proyecto de Constitución y, si los cambios señalados antes eran controversiales, estas 49 leyes lo eran aún más. Entre ellas estaba la llamada Ley Orgánica de Hidrocarburos que afectaba directamente al corazón de la economía venezolana: el negocio petrolero.

Esto provocó un estallido social que fue escalando. Liderado por la Confederación de Trabajadores de Venezuela y la asociación civil Fedecámaras, en febrero y marzo de 2002 se sucedieron una serie de protestas y paros generales.

La oposición venezolana convocó un nuevo paro nacional por tiempo indefinido y el 11 de abril de 2002 miles de ciudadanos en Caracas marcharon en una manifestación cuyo destino era, inicialmente, la sede de la empresa PDVSA (Petroleos de Venezuela). Pero los ánimos caldeados llevaron a que los manifestantes siguieran caminando en dirección al palacio presidencial. Cosa que terminó de desatar el caos.

Foto: El Nacional

El palacio presidencial de Miraflores se encontraba rodeado por simpatizantes del gobierno y, cuando llegaron las miles de personas a favor de la oposición, se enfrentaron entre ellos, con la Policía Metropolitana de Caracas y la Guardia Nacional de por medio.

La violencia fue en escalada y así, Chávez, desde Miraflores, en televisión nacional, ordenó a los militares implementar el llamado Plan Ávila. Este plan le permitía a los militares usar armas de guerra para controlar manifestaciones civiles. Los medios de comunicación venezolanos transmitían las imágenes con la pantalla partida en dos: Chávez y sus declaraciones en un lado, las imágenes de las calles en el otro. El gobierno, al enterarse de esto, sacó del aire a estas televisoras.

Entre esas imágenes, salió al aire un grupo de militares que denunciaban heridos y fallecidos en los enfrentamientos y desconocían el gobierno de Chávez. También, se mostró a civiles armados adeptos al gobierno disparando, desde el Puente Llaguno, hacia los manifestantes.

A partir de este momento, este grupo de civiles armados, o paramilitares, serán conocidos en Venezuela como “colectivos”. Según el mismo Chávez, los colectivos son “el brazo armado de la revolución bolivariana”. Desde entonces han sido utilizados por el gobierno para dispersar manifestaciones y mantener el control social.

La noche del 11 de abril a Chávez, presionado por los militares que lideraban el Golpe, le exigieron que se entregara y renunciara a la presidencia sin que les obligara a atacar el Palacio de Miraflores, por la cantidad de civiles adeptos al gobierno que permanecían en la zona. A media noche, el ministro de la Defensa, el general Lucas Rincón Romero, dijo en televisión nacional que “al presidente se le solicitó la renuncia, la cual aceptó”. Chávez abandonó el Palacio de Miraflores y lo llevaron a la base militar de Fuerte Tiuna en Caracas.

Al día siguiente, 12 de abril, Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras, fue juramentado como presidente interino. De inmediato fue designado Daniel Romero como Procurador General de la República y derogó las 49 leyes promulgadas por Chávez. También, disolvió varios organismos públicos y se adjudicó poderes sobre la Constitución. Esto causó gran indignación no solo entre los partidarios de Chávez, sino también en los sectores más moderados de la oposición y le restó apoyo internacional a la causa de Carmona.

El 13 de abril, Chávez fue trasladado a una base naval en Turiamo, desde donde se dirigió a los venezolanos diciendo: “No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me dio”. Después lo llevaron a la Isla La Orchila para negociar su salida del país. Los seguidores del chavismo tomaron el Palacio de Miraflores y nombraron al vicepresidente, Diosdado Cabello, como presidente provisional.

En horas de la madrugada del 14 de abril, un grupo comando liberó a Chávez. Lo trasladaron a Caracas y Cabello le transfirió el poder, volviendo así a ser Hugo Chávez el presidente de la nación.

Venezuela entra en el Paro Petrolero

Después de que Chávez promulgara la Ley Orgánica de Hidrocarburos y el fracaso del Golpe de Estado de Carmona, en octubre de 2002 hasta 120 militares en activo llegaron a pronunciarse abiertamente en contra del gobierno de Chávez, cosa que apoyaron miles de miembros de la oposición.

El 2 de diciembre Fedecámaras convocó el Paro Nacional. Su duración inicial era de 24 horas pero día a día se extendía hasta que se convirtió en una huelga indefinida, para lograr la renuncia de Chávez a la presidencia paralizando al país.

Esta paralización llegó a su cúspide cuando miles de los empleados de PDVSA decidieron no ir a sus puestos de trabajo para plegarse al Paro Nacional. Tripulaciones a cargo de varios barcos que trasportaban el crudo también se declararon en rebeldía y fondearon los buques.

Las protestas siguieron en la Plaza Altamira, centro neurálgico para la oposición en la capital venezolana. Las tensiones entre oposición y gobierno aumentaron cuando, el 6 de diciembre de 2002, un hombre disparó más de 20 veces desde uno de los edificios aledaños a la plaza, matando a 3 personas e hiriendo a 13. El hombre fue detenido y mientras la oposición lo acusaba de ser un sicario del gobierno, el gobierno decía que la misma oposición lo había contratado para generar esa matriz de opinión.

El paro se fue debilitando a lo largo de los días por no lograr arrinconar lo suficiente al gobierno para forzar la salida de Hugo Chávez del poder. Poco a poco, los empresarios empezaron a abrir sus negocios por su cuenta, y así, el paro terminó el 3 de febrero de 2003. Duró 62 días.

Para cuando los trabajadores de PDVSA quisieron volver a sus puestos de trabajo, Chávez había recopilado listas de hasta 15 mil trabajadores, a quienes, nombrándolos por nombre y apellido los despidió en televisión nacional. La empresa fue completamente reestructurada y pasó a estar bajo el control total del gobierno.

Reescribiendo la Constitución: Referéndums de 2004, 2007 y 2009

Durante los primeros años del chavismo, la figura del referéndum ha estado muy presente, y siempre rodeados de muchas controversias.

Desde que el Consejo Nacional Electoral se fundó en 1999, su presidenta –hasta el 2020– fue la política y socióloga venezolana Tibisay Lucena, quién siempre se mostró abiertamente a favor del régimen de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro. Estas inclinaciones políticas han generado descontento en la población, sobre todo en el ala opositora, por la injusticia que representa someterse a un proceso electoral donde, quién cuenta los votos, está a favor de la causa chavista.

En el 2004, se llevó a cabo el “referéndum revocatorio” para decidir la permanencia de Hugo Chávez en la jefatura del Estado. El resultado fue no destituir a Chávez con un 59.1% de los votos, sin embargo, la oposición alegó fraude. Después del referéndum, se hizo pública la llamada “Lista de Tascón”, por el nombre del diputado Luis Tascón, quién fue el encargado por el gobierno de investigar este asunto. Dicha lista se había recolectado en el 2003 entre miembros de la oposición, consiguiendo 3.2 millones de firmas para destituir a Chávez. Esta lista, después de hacerla pública, se usó para perseguir y discriminar a las personas que en ella aparecían.

Al salir fortalecido políticamente de este referéndum, Chávez siguió con su política de las llamadas “misiones”, las cuales eran programas sociales que pretendían ayudar a las poblaciones más vulnerables. Sin embargo, este tipo de ayudas donde se le daba desde educación gratuita hasta viviendas a las personas que más lo necesitaban, se han convertido en mecanismos de control social.

Además, Chávez puso en práctica otra de las controversiales leyes que promulgó en el 2001: la Ley de Tierra. Gracias a ella, podía expropiar latifundios y tierras que, según el gobierno, eran “improductivas”. En los 13 años de gobierno de Hugo Chávez (1999-2012), se expropiaron 3.6 millones de hectáreas. Entre ellas, muchas eran haciendas productivas de políticos opositores venezolanos, como el caso de las fincas de Diego Arria y Manuel Rosales. Contra este último se enfrentó Chávez en las elecciones presidenciales del 2006 y le ganó.

Foto: El Nacional

Comenzando, entonces, su tercer mandato en 2007, Chávez amenazó con cerrar la famosa televisora Radio Caracas Televisión  (RCTV). Esto provocó una nueva ola de protestas en Venezuela que terminó con el cierre del canal. Es a partir de este momento cuando el Movimiento Estudiantil –un movimiento sin filiación a ningún partido político, conformado por estudiantes de distintas universidades venezolanas que se opusieron al gobierno de Hugo Chávez y ahora al gobierno de Nicolás Maduro– comenzó a tomar protagonismo como fuerza política dentro de la oposición venezolana.

En el 2007, con estos antecedentes de censura, Chávez siguió con las expropiaciones, esta vez a empresas nacionales e internacionales, como las empresas más grandes de telefonía y luz en Venezuela (CANTV y La Electricidad de Caracas), así como casos internacionales como la empresa estadounidense de arroz Cargill. Entre el 2002 y el 2012, el gobierno llegó a expropiar más de 1.000 empresas. La mayoría de estas, desde su expropiación, bajaron su producción o quebraron.

A parte de estas políticas económicas, Chávez quiso impulsar otra modificación de las leyes. Esta vez, quería cambiar 69 artículos de la Constitución para convertir de manera oficial a Venezuela en un Estado socialista. El referéndum del 2007 fracasó para la causa chavista. Según algunos analistas, el Movimiento Estudiantil tuvo un efecto decisivo en este resultado. De esta primera generación de estudiantes han salido muchos de los rostros que hoy representan políticamente a la oposición venezolana.

Chávez calificó la victoria opositora como “una victoria de mierda” y se lamentó de que Venezuela no estuviera lista aún para emprender un gobierno “abiertamente socialista”. Reiteró que “no retiro ni una sola coma de esta propuesta, esta propuesta sigue viva” y aseguró que la volvería a presentar con modificaciones. Sin embargo, según la Constitución venezolana, en un mismo período presidencial no se puede volver a presentar una propuesta que ya haya sido rechazada.

Chávez, haciendo caso omiso a su propia Constitución de 1999, presentó nuevamente la propuesta y en el 2009 se llevó a cabo otro referéndum para someter otra vez a votación esta propuesta del chavismo. La modificación que se hizo para volver a introducir la propuesta fue preguntar si el pueblo venezolano estaba a favor de permitir ya no solo la reelección inmediata de cualquier candidato presidencial, sino también la reelección indefinida (cuando antes, los políticos solo podían estar dos períodos como presidentes del gobierno). El Sí, a favor de la reelección indefinida, ganó con un 54.35% de los votos.

Últimas elecciones y muerte de Hugo Chávez

Con intenciones de derrotar al chavismo, la oposición venezolana llevó a cabo un proceso de elecciones primarias para escoger a un solo candidato en el cual depositar todos los votos. Entre los cinco candidatos, el ganador fue Henrique Capriles Randosky. Al medirse en las urnas, Chávez derrotó a Capriles con un 55% de los votos, mientras el candidato opositor obtuvo un 44%.

Sin embargo, Chávez, con un cáncer muy avanzado que dio a conocer a mediados del 2011, no pudo ejercer prácticamente su cuarto mandato. A pesar de querer esconderlo a toda costa, se notaba el deterioro físico y las ausencias para ir a tratarse en Cuba eran cada vez más frecuentes. Cabe destacar que la propaganda del Estado decía que a Chávez “sus enemigos históricos le habían inoculado el cáncer”.

Foto: 20 Minutos / EFE

El 8 de diciembre de 2012 Chávez le pidió a sus seguidores que, si no se recuperaba del cáncer, apoyaran y votaran por Nicolás Maduro, Vicepresidente en aquel momento, si se daban unas hipotéticas elecciones presidenciales en el 2013. Después de esto, Chávez partió a Cuba para operarse nuevamente.

El 30 de diciembre, Maduro emitió un comunicado desde La Habana para informarle al país sobre las complicaciones de salud que presentaba Chávez.

A pesar de que, a partir de esta fecha, se siguieron dando informes sobre la salud de Hugo Chávez, hasta el anuncio oficial de su fallecimiento el 5 de marzo de 2013, fuentes distintas al gobierno, como el periodista Nelson Bocaranda Sardi o Guillermo Cochez, ex embajador de Panamá ante la Organización de los Estados Americanos (OEA), aseguraban que Chávez murió el 30 de diciembre de 2012. En años posteriores, distintos funcionarios que habían formado parte del chavismo y después se separaron, presentaron distintas versiones de los hechos donde todos aseguraban que Chávez había muerto en diciembre de 2012.

Maduro se enfrenta a sus primeras elecciones

Las teorías de que el gobierno retuvo la información sobre la muerte durante un tiempo considerable cobraron fuerza cuando, después del período de luto nacional, convocadas las elecciones presidenciales del 2013, Maduro ya tenía toda su campaña preparada, mientras que la oposición tenía que empezar de cero. Para aprovechar la popularidad política con la que contaba en el momento, Capriles Radonsky fue el candidato de la oposición para estas elecciones.

Las elecciones, llevadas a cabo en abril de 2013, terminaron con Maduro ganando por un 50.61% de los votos y Capriles obtuvo un 49.12% según el CNE, una diferencia de 23.000 votos. Sin embargo, como se dijo antes, con Tibisay Lucena a la cabeza del CNE y sus claras inclinaciones políticas, el pueblo venezolano sospechaba de este resultado. Sospecha que se confirmó cuando Capriles desconoció los resultados y pidió un reconteo total de los votos, porque él y su equipo de campaña habían documentado hasta 3500 irregularidades en el proceso electoral. Maduro aceptó el reconteo, el CNE se negó a llevarlo a cabo.

El pueblo venezolano quedó decepcionado con la actuación de Capriles. La opinión general es que “se dejó robar los votos”. Con este panorama, donde desde el comienzo se cuestionaba su legitimidad para gobernar, Nicolás Maduro empezó su primer mandato, que duraría desde el 2013 hasta el 2019.

Los venezolanos vuelven a tomar las calles en el 2014

Venezuela, para este momento, era el país con la inflación más alta del mundo según el Banco Central de Venezuela. También, se había alcanzado un índice de criminalidad tal que el Observatorio Venezolano de Violencia hablaba de 79 muertes por cada 100.000 habitantes, mientras que el Ministerio de Interior reconocía 39 muertes por cada 100.000 habitantes.

Solo para entender mejor estas cifras, los números de muertes solo en crímenes violentos (es decir, las muertes por accidentes automovilísticos, enfermedades, y demás, quedaban por fuera) podían compararse al índice de mortalidad de la Guerra de Irak. Es decir, durante algunos períodos de estos 25 años de régimen bolivariano, los índices de muertes violentas en Venezuela han alcanzado números de guerra a pesar de que el país está en “paz”.

Después de los asesinatos del estudiante universitario Héctor Moreno y la actriz Mónica Spear, la indignación por la inseguridad que azotaba al país creció entre los venezolanos. El Movimiento Estudiantil, en distintos puntos del país, comenzó a movilizarse para exigir la restitución de las garantías constitucionales que Maduro había eliminado y pedir su renuncia.

Leopoldo López, ex alcalde del municipio Chacao en Caracas, y María Corina Machado, para ese momento diputada de la Asamblea Nacional, apoyaron al Movimiento Estudiantil y llamaron a los venezolanos a protestar.

El 12 de febrero de 2014 se convocaron manifestaciones en todo el país. En Caracas, la marcha llegó hasta la sede de la Fiscalía General y allí, en un enfrentamiento entre la policía, los colectivos y los estudiantes, es asesinado con un disparo a la cabeza el estudiante Bassil Da Costa. Esto provocó una serie de disturbios en todo el país.

El día terminó con el gobierno sacando del aire al canal NTN24 por “incitar a la violencia y el desconocimiento a las autoridades”, cuando realmente estaban reportando lo que sucedía, y con el asesinato del estudiante Robert Redman en el Municipio Chacao de Caracas.

Mientras tanto, un tribunal de la Fiscalía General ordenó que se detuviera a Leopoldo López, al que acusaban de terrorismo, incitación a la delincuencia, daños a la propiedad y homicidio. López y María Corina Machado acusaban a Maduro de suspender las garantías constitucionales y llamaron a seguir apoyando al Movimiento Estudiantil y que continuaran las protestas.

El 18 de febrero de 2014 Leopoldo López decidió entregarse a las autoridades venezolanas, después de que las fuerzas del Estado persiguieran y amenazaran a su familia, allanando sus casas y oficinas, para buscarlo y apresarlo. López llamó a construir una “salida pacífica, dentro de la Constitución, pero en la calle”, señalando que ya no había medios por los cuales los venezolanos pudiesen manifestar su descontento. Afirmó también que “si mi encarcelamiento permite a Venezuela despertar definitivamente y para los venezolanos que queremos el cambio, mi encarcelamiento valdrá la pena”. Y así, se entregó a la Guardia Nacional Bolivariana, subrayando que se entregaba a una “justicia corrupta”. María Corina Machado y el alcalde Antonio Ledezma pidieron que siguieran las protestas de manera pacífica.

Foto: Reuters (Jorge Silva)

En distintas ciudades del país se construyeron barricadas para bloquear las calles y avenidas y el gobierno denunció las muertes de distintas personas al intentar cruzarlas, acusando a la oposición de asesinos. Mientras, las fuerzas de represión del gobierno iban en aumento y se denunciaba por parte de los manifestantes la presencia de agentes cubanos entre los militares venezolanos, a parte del uso de armas de fuego para reprimir las manifestaciones. Los familiares de los presos políticos y los manifestantes excarcelados comenzaron a denunciar las torturas que se llevan a cabo en los centros de detención en Venezuela.

Además, se denunció la censura de muchos medios de comunicación. En su formato físico, el gobierno cortó el suministro de papel para que no se imprimieran más periódicos y en el formato digital, se bloqueaban páginas webs para no permitir el acceso de los ciudadanos a las únicas fuentes de información que reportaban lo que estaba pasando, ya que las amenazas contra los canales de televisión y emisoras de radio iban en aumento.

María Corina Machado representó a Venezuela frente a la OEA gracias a que Panamá le cedió el puesto de su funcionario y así, pudo denunciar lo que sucedía en el país. Por esto, fue destituida como diputada de la Asamblea Nacional. A partir de entonces, el gobierno la perseguirá, aunque, a diferencia de López, no establecerán cargos específicos por los que tuviese que presentarse a declarar en un tribunal, mucho menos abrir un expediente a su nombre.

Por su parte, Capriles Radonsky y otro grupo de políticos se oponían a seguir en las calles, generando así una fractura interna dentro de la oposición venezolana.

Las protestas se prolongaron durante 3 meses y terminaron con un saldo de 43 fallecidos, más de 486 heridos y 1854 detenidos, según un informe de la Fiscalía General de la República y 33 casos de tortura según el Foro Penal Venezolano.

El régimen y la oposición luchan por la Asamblea Nacional en el 2015

La oposición siguió buscando formas de terminar con el gobierno de Nicolás Maduro de manera constitucional, por lo que, las elecciones legislativas del año 2015 representaban una gran oportunidad. Si la oposición se hacía con la mayoría absoluta (112 escaños de 167) en la Asamblea Nacional, podían modificar la Constitución sin preocuparse por los votos del ala chavista.

Muchos de los candidatos que se convirtieron en diputados de la oposición salieron del Movimiento Estudiantil, como Juan Requesens, Freddy Guevara, Miguel Pizarro, Gaby Arellano, Juan Andrés Mejías, Juan Guaidó, entre otros.

Foto: El Nacional

Esta fue una gran victoria para la oposición venezolana, puesto que se consiguieron los 112 escaños que se propusieron conseguir. Como respuesta por parte del gobierno, nombraron 13 magistrados principales y 21 suplentes del Tribunal Supremo de Justicia en un tiempo récord: menos de quince días. Tanto políticos de la oposición como juristas denunciaron la ilegalidad de este hecho.

Antes de que la Asamblea Nacional tomara posesión en enero de 2016, el Tribunal Supremo de Justicia, con sus magistrados recién nombrados, suspendió por presuntas irregularidades la elección de los diputados del estado Amazonas. Esta decisión inhabilitaba a 4 diputados, 3 de representación indígena que estaban con la oposición y 1 del partido de gobierno.

Cuando los diputados de la Asamblea Nacional se juramentaron, de estos 4 inhabilitados, los 3 diputados de representación indígena se juramentaron, puesto que la oposición y otros juristas alegaban que un Tribunal Supremo de Justicia ilegítimo no podía inhabilitar a diputados sólo porque sí. El diputado del partido de gobierno no se juramentó. Días después, estos tres diputados de representación indígena se retiraron de la Asamblea Nacional para “cesar el desacato” que habían llevado a cabo al juramentarse estando inhabilitados.

Así, el gobierno le arrebató la mayoría absoluta a la oposición, con la cual hubiesen podido sacar constitucionalmente a Maduro del poder, pero, al menos, la Asamblea Nacional era reconocida por los venezolanos y en el extranjero, como la única institución política en Venezuela que era legítimamente democrática.

Aparecen la escasez y la hiperinflación tomadas de la mano     

A pesar de que la Asamblea Nacional de mayoría opositora intentó legislar durante su primer año en el poder, las políticas económicas de Maduro llevaban, de manera acelerada, al país a la quiebra. Por eso, a partir del año 2016, el desabastecimiento en Venezuela se convirtió en un problema real que afectaba a todos por igual. Ya no se trataba de tener o no el dinero para comprar un producto, en ese momento, no existía el producto para comprarlo, no importaba cuánto dinero se tuviese en el bolsillo.

A partir de la Ley de Precio Justo que impulsó Maduro, las empresas que se dedicaban a la venta de productos básicos no podían aumentar el precio de estos, a pesar de que la inflación no hacía más que subir. Esto provocó un déficit en la producción, puesto que no había dinero con el cual las empresas pudiesen seguir produciendo. Este déficit de producción provocó una caída en la oferta y se empezó a ver la gran escasez de productos alimenticios en los supermercados y de medicinas en las farmacias.

Foto: The Telegraph

A raíz de esta escasez, el gobierno declaró que tenían que organizar y regular la compra de los ciudadanos. Así, cada día de la semana estaría dedicado a las personas que su documento de identidad –cédula– terminara en un número específico: Lunes para las personas cuya cédula terminara en 1 y 2, Martes para 3 y 4, Miércoles para 5 y 6, Jueves para 7 y 8, Viernes para 9 y 0. Por lo tanto, los ciudadanos no podían acercarse a hacer la compra el día que quisieran, sino el día que les correspondiera por el último número de su cédula. Por otro lado, el gobierno también estableció que los productos de primera necesidad solo podían comprarse una o dos unidades por persona.

Esto activó la astucia del venezolano, o lo que llamamos nosotros “viveza criolla”, y los ciudadanos comenzaron a tomar medidas cada vez más extremas. Desde ponerse de acuerdo en casa padres e hijos según sus números de cédula para repartirse los días de ir al mercado, ir el mismo día a varios mercados para comprar varias unidades del mismo producto y así abastecerse antes de que el producto volviera a desaparecer, pasando por aquellos que se iban a las tantas de la madrugada al mercado antes de que este abriera para sentarse frente a la puerta a hacer cola –incluso durante horas–, aquellos que hacían la cola pero vendían sus puestos para que otros los compraran y pudiesen ingresar en la cola sin haber estado horas allí, como los que, una vez dentro del supermercado se dedicaban a robarle los productos a otros clientes, sacándoselos del carrito para meterlos en el suyo, hasta los que asaltaban y saqueaban camiones de distribución en las carreteras de la ciudad para robarles la mercancía, y sobre todo, los famosos “bachaqueros”.

El término “bachaquero” hace referencia al “bachaco” que es una especie de hormiga culona bastante común en Venezuela. Estos individuos se dedicaban al tráfico o contrabando de productos alimenticios y de higiene de primera necesidad.

Funcionaba exactamente igual que el narcotráfico pero no se compraba droga, se compraban alimentos. Los “bachaqueros” actuaban como los dealers y a ellos se les compraba el producto que tuviesen. A veces, las personas llegaban a comprar bultos enteros de harina, por ejemplo, los cuales traen 20 paquetes de 1kg de harina. Es decir, compraban 20kgs de harina de un solo golpe, y los guardaban todos en sus casas, porque no sabían cuándo volverían a ver harina a la venta.

Y por supuesto, el precio de la harina o de cualquier producto que se “bachaqueara” no era el que establecía la Ley de Precio Justo, sino el precio que el bachaquero decidiera. Así, mientras la harina según la Ley costaba 20 bolívares, los venezolanos la terminaban comprando a un bachaquero por 100 bolívares la unidad, no el bulto.

El gobierno lanzó una campaña contra los “bachaqueros” alegando que la “guerra económica” que sufría el país era culpa de ellos. Así, empezaron a allanar casas, apresando a personas que tenían grandes cantidades de comida en sus propiedades, cuando los verdaderos “bachaqueros” decían tener lugares a los que nunca llegaría la policía, en los que le pagaban a otras personas para que les escondieran la comida que ellos después venderían.

Una de las medidas que tomó el gobierno como parte de esta “guerra económica” fue la creación de las cajas CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción). Estas son una ayuda social mediante la cual se distribuye, casa por casa, cajas de alimentos básicos para las personas más necesitadas.

Sin embargo, este sistema de las cajas CLAP resultó en dos grandes problemas. El primero es que para acceder a esta ayuda hay que contar con el Carnet de la Patria, que es una suerte de billetera digital que otorga el gobierno a las personas, según su estatus socioeconómico, para brindarles cierta ayuda a través de subsidios para la gasolina o para pagar estas cajas de alimentos.

Esto se convirtió entonces en un mecanismo de control social, mediante el cual, la amenaza se hacía cada vez más directa: si el ciudadano no colaboraba con el gobierno no recibiría la comida que, probablemente, es su única forma de sustento. Además, el peligro de la amenaza aumenta al considerar que, por un lado, al ser una distribución casa a casa, el gobierno y sus funcionarios saben perfectamente donde vive cada quién. Y, por otro lado, los que llevan a cabo la distribución son militares, por lo tanto, las Fuerzas Armadas también saben dónde viven las personas que se benefician de esta ayuda y dónde habría que buscarlas en caso de que se emita una orden de captura.

El segundo problema fue que se desarrolló un negocio ilegal entre el empresario Alex Saab y Nicolás Maduro. Mientras Saab y Maduro ganaban hasta 200 millones de dólares por la importación de los productos que componen las cajas CLAP, estos alimentos no cumplen con los índices de calidad de la nación. Esto ha derivado en una serie de denuncias y acusaciones que han llevado a la detención de Alex Saab en 2020 y a su excarcelación en diciembre de 2023.

Foto: AFP (Federico Parra)

La situación económica en Venezuela fue escalando a un ritmo vertiginoso hasta que, en el 2018, se alcanzaron niveles altísimos de inflación en el país, llamados hiperinflación. Se considera la peor hiperinflación de la historia americana.

Si bien los economistas sugieren que este proceso había comenzado en el 2015, ya que fue la primera vez que se registró una subida de 56,7% de la inflación mensual, el pico de esta se alcanzó en el 2018, con una inflación mensual de 233,3%, y acumulada en el año 130.060%, según los datos del Banco Central de Venezuela.

Porque aquí, otra vez, aparecen las discordancias entre el gobierno y la oposición. Mientras el Banco Central de Venezuela decía que la inflación para el 2016 había sido de 274%, la Asamblea Nacional de mayoría opositora, con su comisión de finanzas, estimaba una inflación de 550% y el Fondo Monetario Internacional hablaba de una inflación hasta de 720%.

Esto provocó un auge en la migración venezolana. Hasta ahora se contabilizan 7.7 millones de venezolanos fuera del país. La “diáspora venezolana” está poblada de imágenes de padres de familia que se separan de sus hijos para irse a trabajar a otros países y mandar remesas a Venezuela, o donde familias enteras migran mediante rutas altamente peligrosas como son la frontera colombo-venezolana para dirigirse al norte hacia La Selva del Darién o hacia el sur, donde las personas pueden pasar hasta meses caminando para alcanzar países como Perú o Chile.

Este panorama económico fue, también, el inicio de la dolarización de la economía venezolana.

Otra crisis, otra vez en las calles

A medida que sucedía todo este panorama económico, en el año 2017 el país volvió a tener una crisis gubernamental que provocó otro estallido social, mucho peor que el del año 2014.

En marzo de 2017 el Tribunal Supremo de Justicia dictaba una decisión jurídica mediante la cual despojaba a la Asamblea Nacional de mayoría opositora de sus poderes. Estos poderes pasaban a estar entonces en manos de Maduro, lo que originó una nueva oleada de protestas.

El peligro de esta decisión era que, al quitarle los poderes a la Asamblea Nacional, los diputados perdían su inmunidad parlamentaria, por lo que podían ser apresados por el régimen en cualquier momento.

La violencia de estas protestas fue tal que en 3 semanas (a partir del 1 de abril de 2017) ya se habrían registrado 30 muertes en el territorio nacional. A partir del 18 de abril, el gobierno aplicó lo que se llamó el Plan Zamora, el cual era una estrategia del gobierno para reprimir las protestas.

Foto: Miguel Gutiérrez (EFE)

Esta estrategia consistía en “la incorporación del pueblo” a las fuerzas de represión, es decir, la incorporación de los colectivos –civiles paramilitares armados–, la Milicia Nacional –la cual está bajo el comando directo del presidente– y tropas de operaciones militares que también se considerarían fuerzas de choque. A finales de mayo se denunció la presencia de francotiradores que disparaban hacia los manifestantes.

En junio de 2017 la fiscal general Luisa Ortega Díaz, quién estuvo detrás de la orden de captura de Leopoldo López, comenzó a actuar en contra del gobierno de Maduro. La fiscal declaró como inconstitucional la decisión del Tribunal Supremo de Justicia y aseguró que a Juan Pablo Pernalete, un estudiante que murió el 26 de abril por el impacto de una bomba lacrimógena contra el pecho, sí que había muerto por la represión y no por un paro cardíaco como alegaba el gobierno. Esto avivó la esperanza de los venezolanos de que por fin sucedía el quiebre entre las fuerzas del Estado. Sin embargo, la fiscal fue destituida por Maduro y abandonó el país.

Otro atisbo de esperanza, aunque generó bastante confusión, fue la aparición de Óscar Pérez. Este piloto del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas de Venezuela (CICPC) lideró un ataque con un helicóptero contra el Tribunal Supremo de Justicia. Él y su equipo lanzaron granadas sonoras sobre el edificio.

Las opiniones sobre Óscar Pérez eran muy variadas. Por el lado del gobierno lo declararon “terrorista” mientras que entre los miembros de la oposición, algunos ciudadanos querían apoyarle abiertamente, mientras que otros con el fantasma del golpe de Estado de Chávez en el 92 y el de Carmona en el 2002, tenían miedo de que se repitiera la historia de apoyar un golpe que fracasaría, incluso llegaron a acusar a Óscar Pérez de infiltrado del gobierno para dispersar las fuerzas de la oposición. Óscar Pérez y su equipo fueron asesinados por el régimen usando lanzacohetes en una operación militar en enero de 2018.

Como estas protestas eran lideradas por los diputados de la oposición de la Asamblea Nacional, el gobierno decidió crear una Asamblea Nacional Constituyente. Es decir, una Asamblea que redactaría una nueva Constitución para el país, pero Maduro buscaba tener –y lo consiguió– una Asamblea paralela que estuviese bajo su control.

Foto: DW

El 16 de julio de 2017, frente a este panorama, antes de que se nombrara la Asamblea Nacional Constituyente, la oposición venezolana llevó a cabo un acto de desobediencia civil llamado “Consulta popular”. Este era una especie de referéndum, donde se le hacía al pueblo venezolano tres preguntas: si el ciudadano rechazaba y desconocía la Asamblea Nacional Constituyente que proponía Maduro, si el ciudadano le pedía a las Fuerzas Armadas y a los funcionarios públicos seguir la Constitución de 1999 y respaldar a la Asamblea Nacional electa por el pueblo, y finalmente, si el ciudadano aprobaba la renovación de los poderes públicos y la realización de elecciones libres.

Este proceso se considera de desobediencia civil puesto que, avalados por los artículos 333 y 350 de la Constitución venezolana, la ciudadanía desconocía al Tribunal Supremo de Justicia y al Consejo Nacional Electoral por estar aliados con el régimen. Al desconocer al Consejo Nacional Electoral, el pueblo llevó a cabo unos comicios sin su ayuda, todo se hizo a través de la colaboración y organización ciudadana.

Los resultados de estos comicios fueron anunciados por cinco rectores de distintas universidades venezolanas. Cecilia García Arocha, rectora de la Universidad Central de Venezuela, explicó que 7 millones de venezolanos participaron en esta “consulta popular” donde el Sí a las tres preguntas propuestas ganó con 98% (el 2% restante representa al porcentaje de los No y los Voto Nulos juntos). El gobierno desconoció estos resultados, mientras que la comunidad internacional los respaldó.

El 30 de julio de 2017 el gobierno llevó a cabo elecciones para escoger a la Asamblea Nacional Constituyente propuesta por Maduro. Estas elecciones fueron declaradas como fraudulentas por Smartmatic (la empresa de computadoras que se utilizan para las elecciones venezolanas). Aún así, se instaló la Asamblea Nacional Constituyente de mayoría chavista (de los 525 escaños, 503 son diputados adeptos al régimen y los 42 puestos restantes están vacíos por renuncias o decesos de diputados que inicialmente estaban en las listas).

Las protestas terminaron después de 134 días, con un saldo de 163 muertos, 2977 heridos y 1351 detenidos, según el Foro Penal Venezolano. A partir de este momento, los gobiernos de distintos países, el primero de ellos Estados Unidos, comenzarían a implementar sanciones sobre funcionarios venezolanos adeptos al régimen de Maduro.

Para marzo de 2018, el gobierno de Estados Unidos ya había sancionado hasta 78 personas asociadas con el régimen de Maduro. Estas sanciones implican distintas restricciones, como el congelar cuentas bancarias y prohibir transacciones con las mismas, congelar y confiscar bienes, embargos de armas y hasta prohibiciones de viaje.

Venezuela: un país, dos presidentes

Como la Constitución venezolana indica que el período presidencial es de seis años, Maduro después de haber asumido la presidencia en el 2013 tendría que haberla dejado en el 2019. Sin embargo, las elecciones presidenciales de 2018, en las que ganó Maduro para su reelección, fueron unas elecciones fraudulentas. Organismos como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Unión Europea, la OEA y otros países no reconocieron los resultados por la falta de transparencia en los comicios.

Para empezar, la abstención fue de un 64%. Habría que preguntarse si un presidente puede ser electo por menos del 50% de la población. Esto se debió a que la oposición venezolana consideraba que estas elecciones eran ilegales, puesto que no fueron convocadas por el Consejo Nacional Electoral –que seguía presidido por Tibisay Lucena, quién aún se mostraba a favor del gobierno– sino por la Asamblea Nacional Constituyente, organismo que no tiene las competencias para llamar al país a unas elecciones.

Por otro lado, Maduro en el 2018 fue acusado de corrupción en el Caso Odebrecht, uno de los casos de corrupción más grandes que ha habido en América Latina. El caso es que esta constructora brasileña ha estado en distintos países con distintos casos de corrupción pero en Venezuela fue contratada por el gobierno en varias instancias, dejando las obras inconclusas, y aún así el dinero terminaba en manos de la constructora o en las de Nicolás Maduro.

El Tribunal Supremo de Justicia en el exilio –cuyos miembros forman parte de la oposición– se instaló después de las protestas del 2017 como reemplazo del TSJ que apoya a Nicolás Maduro. Luisa Ortega Díaz, ya exiliada, presentó en el 2018 la denuncia que vinculaba a Maduro con el Caso Odebrecht. El TSJ en el exilio presentó el expediente en la Asamblea Nacional de mayoría opositora y esta con 105 votos a favor permitió la continuidad del caso a un juicio. Juicio al que, por supuesto, Maduro no se presentó. De igual manera, el TSJ en el exilio sentenció a Maduro a 18 años de cárcel y lo inhabilitaban políticamente. Aún así, Maduro se presentó a las elecciones presidenciales y las ganó.

A principios de enero de 2019, cerca de la fecha de toma de posesión, la comunidad internacional (OEA, Unión Europea, y varios países) emitió una serie de comunicados donde expresaban su desconocimiento hacia Maduro como presidente. En el país, instituciones como la Asamblea Nacional de mayoría opositora, la Conferencia Episcopal, entre otros gremios, se pronunciaron en contra de Maduro. Si tomaba posesión del poder en enero, no le reconocerían como presidente. Pero, ¿qué otra opción quedaba?

Según el artículo 233 de la Constitución venezolana, si antes de la toma de posesión el presidente no puede ejercer funciones, quién queda a cargo del poder mientras se convocan unas nuevas elecciones es el presidente de la Asamblea Nacional. Como Maduro no era reconocido ni por la comunidad internacional ni por la oposición venezolana, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, se proclamó presidente encargado de Venezuela el 23 de enero de 2019. La estrategia política de Guaidó se basó en tres objetivos: cese de la usurpación (refiriéndose a que Maduro dejara el gobierno de facto que instaló a partir de enero de 2019), gobierno de transición (para garantizar un paso legítimo de la dictadura a la democracia, cuyos protagonistas serían los diputados elegidos por el pueblo en las elecciones de la Asamblea Nacional del 2015) y elecciones libres (para escoger a un nuevo presidente).

Foto: Carlos García Rawlins / Reuters

El apoyo de la ciudadanía a Juan Guaidó, respaldado por hasta 60 países, mientras que a Maduro lo reconocían solo 20, desató una serie de protestas en Venezuela que, si bien alcanzaron el mismo o un mayor número de ciudadanos presentes frente a las del 2017, fueron menos reprimidas porque toda la comunidad internacional estaba viendo lo que pasaba en Venezuela.

Como demostración de su apoyo y reconocimiento, el secretario de Estado de EEUU le transfirió a Juan Guaidó el control de los activos del gobierno de Venezuela que previamente habían sido confiscados con las sanciones. En reacción a esto, la Corte Suprema de Venezuela le prohibió a Guaidó la salida del país y congeló sus cuentas bancarias.

Juan Guaidó promulgó la Ley de Amnistía dirigida a los miembros de las Fuerzas Armadas y a los funcionarios públicos que quisieran ayudar a restablecer el orden constitucional. Sin embargo, el gobierno propagó imágenes de soldados quemando dicha Ley para demostrar que ningún funcionario aceptaría pactar con el presidente encargado.

Frente a la pobreza que aqueja al país, Juan Guaidó negoció que los países que reconocían su gobierno pudiesen enviar cargamentos de ayuda humanitaria: comida, medicinas, y demás productos básicos para socorrer a la sociedad venezolana. Así, el Consejero de Seguridad Nacional de EEUU, John Bolton, anunció que, con la colaboración entre 25 países, aupados por la ONU, se comprometían a entregar 100 millones de dólares en ayuda humanitaria a Venezuela, a través de tres centros de acopio ubicados en Curazao, Cúcuta (frontera colombo-venezolana) y Roraima (frontera entre Brasil y Venezuela).

El gobierno se opuso a la entrega de la ayuda humanitaria. Acusaron a Estados Unidos de que este era el pretexto para invadir el país. Maduro declaró que “ con la ayuda humanitaria nos quieren tratar como mendigos… en Venezuela tenemos la capacidad de cuidar a nuestros niños y mujeres. Aquí no hay crisis humanitaria”. Y para demostrar su punto, envió 100 toneladas de ayuda a Cuba después de que un tornado devastara a La Habana, queriendo mostrar que Venezuela no necesitaba la ayuda humanitaria.

Mientras tanto, la Guardia Nacional Bolivariana bloqueó el Puente Internacional “Las Tienditas”, frontera entre Colombia y Venezuela, para impedir la entrada de los camiones cargados con ayuda humanitaria, cosa que fue calificada como un delito internacional por el ministro de Relaciones Exteriores de Colombia.

Ante este conflicto, el empresario Richard Branson organizó un concierto benéfico en Cúcuta llamado “Venezuela Aid Live” para recaudar dinero y apoyo para que ingresara la ayuda humanitaria al país. El gobierno organizó el mismo día un concierto del lado venezolano de la frontera llamado “Hands Off Venezuela” como protesta a la “intervención estadounidense”.

Cuando intentaron ingresar los camiones de ayuda humanitaria al país, una vez cruzada la frontera, colectivos y miembros de la Guardia Nacional Bolivariana dispararon hacia los camiones e incendiaron la comida y las medicinas que estos traían. En la frontera con Brasil el panorama fue el mismo. Al final, en medio de los enfrentamientos, soldados venezolanos desertaron, cruzando la frontera hacia Colombia y después se descubrió que otros escaparon a otros países. Se habla de hasta 4 muertos y más de 285 heridos ese día. Para finales de febrero, se contabilizaron 440 deserciones de soldados venezolanos.

Foto: Deibson Torrado (EFE)

A pesar de la supuesta prohibición de su salida del país, Juan Guaidó logró cruzar la frontera colombo-venezolana e inició una gira internacional para reunirse con las principales autoridades de los países que lo reconocían como el presidente encargado de Venezuela para llegar a acuerdos en donde pudiesen contar con el apoyo de la comunidad internacional para conseguir la democracia en el país.

Para marzo de 2019, Venezuela sufrió el apagón nacional más grande de su historia. El país entero estuvo sin electricidad durante días, y si bien es cierto que después de estos primeros días se restableció el servicio eléctrico en algunos lugares, zonas como el estado de Zulia estuvieron 42 días consecutivos sin luz. En total se registraron 4 apagones: el primero duró cinco días (del 7 al 12 de marzo) y afectó a todo el territorio nacional, el segundo apagón duró tres días (del 25 al 27 de marzo), el tercer apagón duró tres días (del 29 de marzo al 1 de abril) y el cuarto se registró el 9 de abril y tuvo distintas duraciones dependiendo de la zona del país. Para el 12 de marzo se habían registrado 43 muertes producto del (primer) apagón. Entre la mercancía que se perdió y la que fue saqueada, más los electrodomésticos que se dañaron y demás pérdidas, se calcula que representó una pérdida de 100 millones de dólares para el país.

Mientras expertos en el tema eléctrico aseguran que esta serie de apagones se produjo por falta de mantenimiento a la represa de Guri, ubicada al sur del país y que le provee electricidad a todo el país, y esta falta de mantenimiento se produce a su vez por la corrupción dentro de Corpoelec (Corporación Eléctrica Nacional), el gobierno atribuyó estos apagones a sabotajes, como el supuesto ataque de un francotirador que disparó contra la represa, causando los daños que ocasionaron el apagón. Para algunos hoy, aunque sea mera especulación, se sostiene la teoría de que el gobierno forzó el apagón para “apagar” las protestas nacionales que iban en auge, así como el apoyo a Juan Guaidó.

A pesar de que parecía que la población había perdido el impulso para seguir en las calles, el 30 de abril se dio otro vuelco al panorama político que despertó el ánimo de la gente. Juan Guaidó y un grupo de soldados de las Fuerzas Armadas leales a la Constitución liberaron a Leopoldo López del arresto domiciliario en el que se encontraba.

Foto: ABC.es

El gobierno consideró esta acción un Golpe de Estado, mientras que las Fuerzas Armadas se enfrentaban el grupo a favor de Juan Guaidó –con un pañuelo azul en el brazo– y las aún leales al régimen en la Autopista Francisco Fajardo en Caracas, frente a la Base Militar de La Carlota. El gobierno llamó a los colectivos a defender “la revolución” con las armas, registrándose tiroteos en zonas aledañas a La Carlota donde Guaidó y López se congregaban con miles de miembros de la sociedad civil y más políticos como María Corina Machado. Aquel día se reportaron 4 muertos, 230 heridos y 205 detenidos.

El gobierno respondió desconectando las señales de la BBC y la CNN en Venezuela, y también allanando ilegalmente la inmunidad parlamentaria de los diputados de la Asamblea Nacional, desapareciendo al diputado Gilber Caro, deteniendo al primer vicepresidente Edgar Zambrano y produjo 14 allanamientos más, además de amedrentar a más de otros 6 diputados y a sus familias con mensajes de odio pintados en las paredes de sus casas. Una lista de 22 diputados se publicó, declarando que estos se encontraban en desacato, lo que produjo que fueran encarcelados o tuviesen que huir del país.

El fracaso de esta maniobra apagó el ánimo de la población venezolana frente a seguir con las protestas, lo que hizo que la popularidad de Juan Guaidó bajara considerablemente. Frente a la pandemia del COVID-19, Guaidó negoció con el gobierno la entrada de vacunas COVAX al país. La presencia de Guaidó en las negociaciones permitió que se desbloquearan las cuentas del gobierno necesarias para hacer el pago por estos cargamentos, pero su presencia y popularidad política seguían decayendo.

En medio de amenazas y persecución hacia su persona y su familia, Juan Guaidó salió por la frontera con Colombia el 22 de abril de 2023. En Bogotá se presentó ante las autoridades colombianas, resguardado por agentes de la Interpol, para salir desde la capital colombiana rumbo a Estados Unidos, donde su esposa y su hija ya le esperaban. Al llegar a Miami declaró no buscar asilo político y su apoyo a la oposición venezolana desde el exterior.

Desde el 2019, el número de sanciones ha aumentado para las empresas, embarcaciones e individuos que están relacionados con el régimen de Maduro, alcanzando números hasta 150 sanciones y la revocación de 718 visas americanas a ciudadanos vinculados con la dictadura.

Si bien es cierto que el gobierno y algunos analistas aseguran que el declive de la economía venezolana ha sido culpa de la implementación de estas sanciones, habría que recordar que, por un lado, la economía venezolana ya estaba en condiciones graves antes de que se sancionara al gobierno, y también es cierto que las sanciones se han aplicado a individuos concretos, por lo tanto, este tipo de sanciones no son capaces de frenar todo un área de la economía venezolana que no estuviese afectada previamente.

Lo que se ha podido observar en el 2022, bajo la falsa consigna de que “Venezuela se arregló” es que ha habido un incremento, mínimo, pero se ha visto, de la economía venezolana, pero por razones “anti-revolucionarias”. Mientras Chávez y a los inicios del gobierno de Maduro, la postura del gobierno siempre era –y sigue siendo, al menos de manera nominal– anti-estadounidense, resulta cuanto menos, curioso, que se haya liberado el control de cambio en Venezuela, acelerando así la dolarización de la economía.

Algunos manejan la teoría de que esto se debe a que, como las personas que han sido acusadas de lavado de dinero y corrupción no pueden salir del país por las sanciones impuestas sobre ellos, no les ha quedado más remedio que invertir ese dinero en el país. Por supuesto, no lo invierten en escuelas y hospitales, sino en la creación de restaurantes de lujo, casinos y otro tipo de establecimientos de este estilo, mientras que fuentes como El País habla de 94.5% de personas viviendo en la pobreza y que el 76.6% vive en la pobreza extrema.

Sin embargo, esta pequeña mejora de la economía venezolana se ha desplomado nuevamente, por lo que el dicho de “Venezuela se arregló” ya no aplica para el caso que viven los venezolanos.

Primarias y el panorama para las Presidenciales

Frente al panorama de las elecciones presidenciales de 2024, la oposición venezolana se ha organizado en un nuevo acto de desobediencia civil y de organización interna para organizar las Elecciones Primarias que se llevaron a cabo el pasado 22 de octubre de 2023.

Estas elecciones, no reconocidas por el gobierno desde el primer momento que se anunciaron, fueron organizadas por la Plataforma Unitaria Democrática, una asociación que une a la sociedad civil, a algunos sindicatos, militares retirados, los partidos políticos de la oposición y los diputados de la Asamblea Nacional electos en el 2015.

Estas elecciones se llevaron a cabo para, como se hizo en el 2012, escoger un candidato de oposición en el cual unificar todos los votos en los comicios presidenciales de este año 2024. Las Primarias fueron organizadas sin ayuda del Consejo Nacional Electoral, como se realizó la “Consulta popular” en el 2017, demostrando aquella vez que era posible llevar a cabo un procedimiento semejante, esta vez se replicó y se realizó exitosamente.

La Plataforma Unitaria Democrática logró organizar las Primarias de tal forma que tuvo presencia en 29 países y 77 ciudades del extranjero, para que los 7.7 millones de venezolanos que se han ido del país también tuviesen la oportunidad de participar.

En principio, al gobierno venezolano no le interesaba que se llevara a cabo este proceso consultivo y estaba dispuesto a usar la fuerza para impedirlo, pero, gracias a los llamados “Acuerdos de Barbados” donde una representación de la oposición venezolana ha estado negociando en una mesa de diálogo con el gobierno, se acordó que Estados Unidos levantaría ciertas sanciones siempre y cuando el gobierno permitiera que se llevaran a cabo las Elecciones Primarias y reconociera al candidato que ganara las mismas como alguien que podría ser candidato presidencial en las elecciones del 2024.

Una vez permitidas las Primarias, la Plataforma Unitaria Democrática hizo aún más hincapié en que los venezolanos salieran a votar y los resultados sorprendieron tanto a los dirigentes de la oposición como a las fuerzas del gobierno, puesto que no se esperaba que participara tanta gente. Después de contabilizar más de 2 millones de votos, María Corina Machado fue electa con más del 90% de los votos.

Foto: Ariana Cubillos (AP)

Esto ha generado que el gobierno lleve a cabo una serie de maniobras algo rocambolescas para impedir las elecciones presidenciales del 2024.

En primer lugar, se desató la crisis del Estado venezolano con la Guyana Esequiba. Desde el siglo XIX, entre Venezuela y Guyana ha habido una “zona en reclamación” que no se ha resuelto. En noviembre de 2023, el gobierno venezolano dijo que llevaría a cabo un referéndum para consultar con el pueblo si este territorio debía anexarse al territorio venezolano, cosa que hizo saltar las alarmas internacionalmente. Con una invasión de Rusia en territorio Ucraniano y la guerra entre Israel y Palestina, la comunidad internacional veía con cierto temor que el gobierno de Maduro de verdad se atreviera a invadir el territorio guyanés.

Expertos en la materia aseguran que el gobierno declaró sus intenciones de llevar a cabo esta acción por una razón económica y otra política. Por el lado económico, en la sección de mar que se encuentra frente a la costa de la “zona en reclamación” se han encontrado yacimientos de petróleo que al gobierno venezolano le convendría explotar. El interés, por tanto, no es en la tierra, sino en que esas aguas se conviertan en aguas venezolanas.

El gobierno llevó a cabo el referéndum consultivo a la población venezolana muy pocos días después de las Primarias venezolanas y consiguió pocos resultados. Esta es la razón política: otros expertos sostienen la teoría de que el gobierno quería medir sus fuerzas de convocatoria electoral para poder proyectar cómo sería su rendimiento en las elecciones presidenciales de 2024.

Al ver el resultado tan pequeño en comparación con la convocatoria de las Primarias, el gobierno ha acusado a algunos miembros de la oposición venezolana y ex-miembros del régimen, emitiendo orden de captura hacia ellos aunque están todos fuera del país, asegurando que estaban tramando sabotear la “misión bolivariana” de “recuperar” el territorio guyanés para el territorio venezolano.

Fuerzas como los ejércitos estadounidense, británico y brasileño se han manifestado, asegurando que defenderían a Guyana frente al ejército venezolano. A partir del 14 de diciembre se inició un diálogo entre el gobierno venezolano y el guyanés para alcanzar una solución pacífica del conflicto. Algunos politólogos han sostenido que la excusa de una guerra sería perfecta para el gobierno para decir que las condiciones en el país no están dadas para llevar a cabo unas elecciones presidenciales.

Y aunque parecería que la crisis del Esequibo se mantienen en una suerte de pausa, el gobierno no ha perdido el tiempo en el caso de las elecciones venezolanas. Recién nombrada María Corina Machado la ganadora de las Primarias, el gobierno aseguró que los candidatos a las elecciones presidenciales debían ser habilitados por el Tribunal Supremo de Justicia.

Machado abrió el procedimiento a su nombre en dicho organismo y el pasado viernes 26 de enero el TSJ aseguró que María Corina Machado estaba inhabilitada y que no podía participar en las elecciones presidenciales de 2024. Las reacciones internacionales no se hicieron esperar, condenando esta decisión del TSJ. María Corina Machado, en su cuenta de X (Twitter anteriormente) escribió: “El gobierno ha decidido acabar con los Acuerdos de Barbados”. Y en una rueda de prensa ha asegurado que ella seguirá por la vía constitucional y electoral luchando para llegar a las elecciones de 2024. Ha dicho: “el gobierno no puede escoger el candidato del pueblo” refiriéndose a que ella ya ha sido elegida en las Primarias y la inhabilitación no supondrá un cambio en su candidatura.

Esta semana Óscar Schémel, presidente de la encuestadora Hinterlaces y con inclinaciones pro-Maduro, aseguró que las elecciones presidenciales de 2024, que hasta ahora no se tenía fecha, “se celebrarán en mayo”.

Entonces, a pesar de todo esto, ¿por qué los venezolanos aún tienen esperanza?

Esta es la pregunta que más me ha interesado contestar. Frente a esta cantidad de hechos que durante 25 años podrían haber socavado el espíritu venezolano, es cuanto menos impresionante ver que los ciudadanos una y otra vez vuelven a levantar la cabeza con dignidad.

Haciendo el ejercicio de conversar con distintas personas dentro y fuera del país, cada uno con distintas situaciones sociales y económicas, la visión política parecería estar dividida en dos: una esperanza granítica o una indiferencia profunda. (Aquí me perdonarán el anonimato de los entrevistados, pero es por la protección de todos).

Dos de las personas a las que les pregunté lo ilustraban bastante bien. Una me decía “yo ya no veo las noticias, no me interesa la política, a mí que me dejen vivir mi vida por mi lado y ellos por el suyo”, mientras que otra me señalaba: “Los venezolanos siempre decimos “Tranquilo, todo va a estar bien” y a mí me gusta preguntar, “Y tú, ¿cómo estás tan seguro que todo va a estar bien?” Es decir, ¿de dónde nos sale esta certeza? ¡Y más frente a tanta dificultad!”.

Esta pregunta, “¿de dónde nos sale esta certeza?” es lo que he querido descubrir. Es cierto que el tamaño de mi muestra es reducido, pero creo que sí se vislumbra si no una respuesta, al menos un camino hacia esta.

Desafiando a aquellos que, como la primera respuesta, me hablaban de su escepticismo frente al futuro del país, aquellos cuya posición parecería ser bastante cómoda puesto que se plantean la vida separada de la política, aparecía, sin embargo, debajo de esa costra, de esa coraza que se han puesto frente al mundo que les rodea, lo mismo que aparece de entrada en aquellos que conservan aún la esperanza a flor de piel: un deseo profundo de tener un país mejor.

Puedo asegurar que no conozco a nadie, venezolano o no, que no quisiera mejorar su calidad de vida. Es decir, nadie desea que le vaya mal. Estructuralmente no funcionamos así. Por lo tanto, ¿por qué alguien podría separarse, desentenderse, de la política si es eso en cómo se manifiesta nuestra convivencia con el otro? ¿Realmente estamos hechos para vivir solos, cada uno en su propia isla, sin conexión con el resto?

Aquí aparecía un dato interesante, y es que, frente a los supuestamente indiferentes, la respuesta era la misma: No. No estamos hechos para desentendernos del otro. Por eso, una persona que está a punto de marcharse del país me decía que votó en las Primarias porque, aunque ella no iba a disfrutar de la Venezuela que vendrá si cae el régimen de Maduro, ella sí quería marcharse de aquí sabiendo que “hasta el último momento, luché para dejar a mis padres en un buen lugar”. ¡No hace falta que ella se comprometa con una causa política, ni que le ofrezcan estar a cargo de un Ministerio! ¡Lo único que necesita es la certeza de que sus padres están bien! ¡Y no solo sus padres, el resto de personas que se queden en este lugar! ¡Es el deseo del bien lo que ha movido a esta persona a actuar así!

Otra, que no pudo votar en las Primarias de octubre, me decía que, a pesar de su escepticismo frente a la política venezolana, aquel día se moría de la culpa por no haber podido votar. Me interesaba esto: ¿por qué sentiría culpa por no participar en algo que cree que no va a resultar? Porque, por eso es escéptica ¿no? Presionándole un poco más, le preguntaba entonces ¿cómo definiría la culpa que sentía? Y me contestaba que era “la sensación de saber que no estaba donde tenía que estar” ¿Y por qué tenías que estar en el centro de votación?, le pregunté. “Porque a mí me interesa votar si es para construir un país donde voy a estar mejor”. ¡Otra vez el deseo del bien!

Y sin embargo, a pesar de que parecería que para los venezolanos todo está en sus manos, hace mucho tiempo nos dimos cuenta de que esto no es así. No me malinterpreten. Es verdad que hay que, como ciudadanos, atender al llamado de los líderes que consideremos legítimos, de cumplir nuestra parte como sociedad civil, como decíamos hace unos años, “cada quién lucha desde su trinchera”, pero también es cierto que todos sabemos que nadie tiene la respuesta inequívoca en sus manos para salir de esta situación, porque si no, la habría aplicado hace mucho tiempo.

Una de las personas que entrevistaba veía esto con mucha claridad. Me decía: “Qué fácil es tener a alguien que podamos seguir. Si no estuviese María Corina Machado ¿dónde estaríamos? O con la cabeza metida en la tierra como avestruces o buscando a alguien que nos acerque a ese futuro que tanto ansiamos”. Me impresionaba la facilidad con la que se daba cuenta de que sin una presencia presente era imposible caminar hacia un destino bueno, uno que incluye a todo un pueblo. Nadie actuando solo es capaz de derrotar al gobierno, ellos se han encargado de demostrárnoslo una y otra vez. Pero lo que han hecho, en vez de apagar los ánimos de lucha –aunque por temporadas ha permanecido adormilado– es que hicieron que nos diéramos cuenta de que solos no podemos. Así como el deseo del bien no es solo nuestro, es para todos.

Si quisiéramos el bien solo para nosotros, no hubiésemos salido a las calles a arriesgar la vida en tantas ocasiones. Si quisiéramos el bien solo para nosotros, no nos indignaría que el gobierno reclutara a ancianos como milicianos. Si quisiéramos el bien solo para nosotros, no nos dolería que haya gente que está en contra del gobierno y sin embargo, dependen de una caja CLAP para vivir. Si quisiéramos el bien solo para nosotros, no nos dolería cada caso de xenofobia hacia venezolanos en el exterior. Si quisiéramos el bien solo para nosotros, los presos políticos que han sido liberados no se habrían convertido en activistas que repiten una y otra vez su experiencia traumática, sino que se hubiesen retirado a vivir en santa paz. Si quisiéramos el bien solo para nosotros, las personas que tienen una “vida cómoda” en el exterior no hubiesen interrumpido sus rutinas para hacer colas de horas o movilizarse hasta otras ciudades y votar en las Primarias de octubre.

Cuando María Corina Machado anunció que el TSJ la había inhabilitado en su cuenta de Instagram, entre los muchos comentarios de apoyo hacia su persona o insultos hacia el régimen, un usuario preguntaba: “¿Por qué esperaban que actuarían diferente esta vez?” Era imposible que no me acordara de las notas de Cesare Pavese: “Qué grande es el pensamiento de que verdaderamente nada se nos debe. ¿Alguien nos ha prometido nunca nada? Y, entonces, ¿por qué lo esperamos?” (C. Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral, Barcelona, 1992, p.290) ¡Y es verdad! ¿Por qué esperamos que el gobierno juegue limpio? ¿Por qué esperamos que María Corina Machado pueda llegar a ser candidata? ¿Por qué esperamos que el país se arregle? ¿Por qué esperamos algo bueno de una situación como esta?

Otra de las personas que entrevistaba me lo decía con dolor: “Yo no me atrevo a hacerme esa pregunta. No quiero pensar en por qué aún tenemos esperanza. Porque me dolería demasiado pensar que todo lo que hemos hecho no ha servido para nada”. Me parecía escuchar los ecos de Dostoyevski en Los hermanos Karamazov: “Necesito una recompensa; si no, me destruyo. Y una recompensa no en el infinito, quién sabe dónde y cuándo, sino aquí, en la tierra, y quiero verla con mis ojos. Yo he creído y por eso también yo quiero ver. Y si en ese momento hubiera muerto ya, me tendrían que resucitar, porque si todo sucediera sin mí sería demasiado vil. ¡No he sufrido para abonar con mis culpas y mis sufrimientos una armonía futura en favor de Dios sabe quien! (…) Quiero estar allí, también yo, cuando todos sepan por fin por qué las cosas fueron de este modo”. (F. Dostoyevski, Los hermanos Karamazov, en Obras completas, vol. 3; Aguilar, Madrid 1968, p.202).

Pienso en cada venezolano que conozco y en cómo se les ilumina la mirada si les dices que los que se han ido podrían volver mañana, en los que han sido encarcelados podrían volver a ver la luz del sol, en los que han sido perseguidos podrían vivir sin voltear sobre el hombro cada tanto, en los que le temen a su ciudad podrían volver a recorrer sus calles sin miedo a ser asaltados o secuestrados, en los que se mueren del hambre podrían volver a tener un sueldo que les permita llevar el pan a la mesa. Ese “podrían” que implica una oportunidad es nuestra palabra favorita y a la vez, la que más nos duele. Imagínense si la cambiamos por “podrán”. Entre la esperanza y la certeza hay solo una letra de diferencia.

Pero ¿de dónde sale esa luz? Todos a los que entrevisté me decían lo mismo: “Nosotros como seres humanos estamos programados para pensar que siempre va a pasar algo mejor y puede sonar a ingenuidad pero sin eso no habría ganas de vivir”. Una me hablaba de la esperanza como rebeldía frente al mal. Yo me acordaba de la canción de Mikel Izal El grito que dice: “Si grito más que el miedo, puede que entonces tenga una oportunidad”.

Recuerdo el casco de un chico en las protestas del 2017 que decía “nos han quitado tanto que nos quitaron el miedo”, y quizás, en positivo, sería pensar que pueden quitarnos todo, pero la jamás esperanza. Si estamos “programados” para pensar que siempre algo será mejor, ni siquiera la maquinaria más inhumana puede aplastar esa esencia nuestra, esa dignidad irreductible que nos hace humanos.

Reconocemos que estamos hechos para vivir el bien, aquí, ahora. Y no solo nosotros, todos los que nos rodean. Todos tenemos esa luz en los ojos que no nos la hemos dado a nosotros mismos, alguien más nos la ha puesto ahí. Somos todo un país que, dentro o fuera de nuestras fronteras, tiene en los ojos hechos que hemos visto, que no nos hemos inventado, que nos hacen saber que es imposible perder la esperanza. Tanta gente que vivió en una Venezuela próspera antes del 98, tanta gente que ha salido a protestar, sin rendirse, durante años, los familiares de los fallecidos serenos porque saben que sus seres queridos murieron luchando por su país, las ganas de participar y morirse de culpa si no se puede, tantos hijos que se van esperando volver, tantos padres que se van para mandar dinero a sus familias para que puedan comer. Sería un crimen contra nosotros mismos negar que, entre tanto mal, hemos visto tanto bien.

No sabemos qué nos depara en este año electoral, y la incertidumbre, como cosa curiosa, hace que aumente la esperanza. Porque, si no sabemos lo que va a pasar mañana, ¡puede pasar cualquier cosa! Decía al comienzo que en Venezuela jamás se ha perdido la capacidad de asombro: cada vez que vemos el mal nos escandalizamos, no estamos “curados de espanto”, nos espantamos una y otra y otra vez… Pero cada vez que vemos el bien, nos lanzamos detrás de él –o ella– como si fuera la primera vez. A mí, personalmente, esto me da esperanzas. Aunque nos hagan creer lo contrario, realmente, no se nos ha endurecido el corazón. Seguimos esperando que algo pase porque, ya lo contestaba Pavese, “lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esa infinitud”. (C. Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral, Barcelona, 1992, p.198) Ningún venezolano renunciaría a la esperanza de que podamos volver a vivir en libertad.

Frente a estas personas que entrevistaba, haciendo el resumen de nuestra historia, delante de las noticias de las próximas elecciones, mirando cómo mi corazón abraza la pregunta que todos nos hacemos “¿y si este es el año…?” no podía evitar acordarme del chiste de un comediante venezolano que decía: “¿Ustedes saben por qué en Venezuela nadie se suicida? Porque nadie quiere perderse el final de esta vaina”.

 

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