Los hombres que odiaban su tiempo

Mundo · GONZALO MATEOS
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17 mayo 2024
Se equivocan porque no miran la realidad, la que es, la que sucede. Sólo imponen su persona y su ideología. Porque lo que convoca atracción, lo que une, es la realidad, no nuestro poder o nuestras ideas personales.

Sanchez escribió solo su carta a la ciudadanía. Y solo compareció en Moncloa tras no hablar con nadie durante cinco días. En su reflexión optó por la queja, la condena y el victimismo como escudo ante las críticas a él y a los suyos.

No entendió que nadie transciende si no sabe amar el tiempo que le ha tocado vivir. Ninguna época se construye en soledad. Sin amistad no hay opción que pueda permanecer en el medio y largo plazo. Ni reconocimiento ni gloria para quien necesita enfrentarse a fantasmas para convencerse que lo que vive es real.

Sin una propuesta que invite nadie pasa a la historia. Se necesita proponer algo al mismo tiempo nuevo y pertinente. Y además estar rodeado de amigos, y de no tan amigos, para así poder entender mejor y atravesar bien acompañado la travesía de lo contingente. Las genialidades “estratégicas” se rompen en añicos al estrellarse contra el suelo. Las abstracciones utópicas se derriten poco a poco al elevarse hacia el sol.

Para trascender es necesario la humildad de observar sin prejuicio la realidad. Supone dejarse corregir, también por los que no son como tú. Supone valentía porque todos sabemos que nuestra humanidad es siempre histórica y frágil. Solo así es posible encender esa amistad social que permite construir, generar ilusión colectiva y suscitar un compromiso que no esté ya vencido desde el inicio.

Es cierto que el conflicto en cada momento de la historia no puede ser ignorado o disimulado. Debe ser asumido. Pero cuando nos quedamos atrapados en él y perdemos la perspectiva del horizonte, acabamos fragmentando la realidad y extraviados en el laberinto. En la refriega táctica acabamos olvidando el sentido de la unidad profunda y misteriosa de todo lo que sucede. Y como funambulistas en la cuerda floja acabamos perdiendo pie y cayendo sobre el vacío.

Decía la Evangelium Gaudium citando a Romano Guardini que “el único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época”. Como nos decimos entre amigos, la mayoría de las veces más por repetición que por convencimiento, que las fuerzas que mueven el mundo son las fuerzas que mueven el corazón humano. Y todos tenemos la experiencia de ese deseo de vivir una fraternidad real que pueda vencer a los desafíos de nuestro vivir cotidiano.

Por eso también se equivoca Díaz Ayuso al protagonizar sola la fiesta de la Comunidad de Madrid del 2 de mayo. Y se equivoca Puigdemont cuando se pone en el centro de la solución del problema del Procés. Y Meloni al presentarse como única candidata de su partido Italia en las próximas elecciones europeas. Y Trump afirmando que volvería a rebelarse contra unas elecciones que le diesen como perdedor. Y Netanhayu desoyendo las llamadas de la comunidad internacional para parar la guerra en Gaza. Y Putin asumiendo como un zar un quinto mandato. Volvemos a ver desfilar a Julio Cesar, Napoleón y Stalin cuando los creíamos enterrados.

Foto de archivo

Y se equivocan porque no miran la realidad, la que es, la que sucede. Parece que esto sólo va de su persona y su ideología. Porque lo que convoca atracción, lo que une, es la realidad, y lo que aprendemos de ella y no nuestro poder o nuestras ideas. Por mucho que pueda parecer que los otros que no me entienden o la realidad se han vuelto nuestros enemigos. Justo al contrario, es la posibilidad del inicio de un cambio, de un diálogo. Porque la realidad es superior a la idea y la unidad a la confrontación. Y porque nos queda el misterio y la aparición de lo imprevisto como posibilidad de cambiar el fin de los relatos.

En su libro recién presentado “Los sentidos del tiempo” Antonio García Maldonado clama contra los que practican lo que él denomina la cultura del cierre. Aquellos que, amparados en herramientas, datos y números, o creencias obtusas, nos vienen a decir aquello de “esto es lo que hay”. Y se pregunta ¿en qué momento me acostumbré yo? ¿Para qué la acción?  La clave de la recuperación de nuevos horizontes pasa por recuperar el “saberse ser”, la búsqueda del porqué que sostenga el cómo, el asombro en la búsqueda de sentido y la sorpresa de una amistad, un nacimiento, que haga comenzar una aventura.

También para los cristianos. En esta semana varios medios vinculados a instituciones católicas nos muestran a políticos cristianos de éxito, retirados o en ejercicio, que nos vuelven a hablar de las raíces cristianas de Europa y permitan soñar con la vuelta de la política y la moralidad de los “viejos tiempos”. Pero ya no es posible. Vivimos ya en una “edad secular”. Queramos o no ha desaparecido la cristiandad y ya no basta el recuerdo de lo que fue y pudo ser. Ni el hipotético triunfo de partidos conservadores ni nacionalistas (o en su caso progresistas) podrán volver a levantar catedrales ni ahorrarnos el inicio del camino que tenemos por delante.

En nuestro editorial titulado “La gran oportunidad” se afirma que esto es “una invitación para crecer, una ocasión para incrementar la conciencia de lo humano y del valor de la fe… Haber perdido la cristiandad no supone haber perdido algo maravilloso sino haber ganado un modo más sano de vivir”.

En esta tesitura se vuelve esencial sentirnos hijos orgullosos de nuestro tiempo. Ir a la búsqueda de tantos con los que poder caminar hacia este nuevo mundo que asoma. No caigamos en el error de encastillarnos en nuestras posiciones justas y suficientemente justificadas. Ni en la nostalgia ni en el “esto es lo que hay”. No somos víctimas ni necesitamos ser liderados por un césar.

No caigamos en el error de creer que todos nuestros contemporáneos piensan como nosotros o como nuestros amigos. Intentemos comprender a fondo a los que tenemos delante sin tomar atajos ni apriorismos. Seamos protagonistas y no comparsas. No odiemos nuestro tiempo. Salgamos juntos a la plaza pública sabiendo que la realidad y una amistad social son las únicas condiciones para encontrar el sentido al apasionante tiempo que nos ha tocado vivir.


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