La stamina de Donald Trump
Cuando el debate del pasado lunes entre Trump y Clinton llegaba a su fin, el candidato republicano echó mano de un término, que ha utilizado en otras ocasiones, para desacreditar a su oponente demócrata. Se trata de stamina, cuya traducción sería la de aguante, fortaleza o agallas, entre otros significados. Este término derivado del latín implicaría tener algo esencial para ejercer la presidencia. Según Trump, Clinton carece de ello, pues “para ser presidente de este país, se necesita una tremenda stamina”.
Tener stamina será una cualidad para Donald Trump, pues él debe sentirse investido de ella, pero nos parece que esto es una visión política de corto alcance. La stamina es la cualidad de un resistente, y no tanto de quien toma iniciativas. Implica tener fortaleza y capacidad de aguante. Responde al viejo eslogan de “resistir es vencer” y representa, en consecuencia, una estrategia defensiva, de ciudadela sitiada. En ella, el enemigo tendría que replegarse ante las férreas posiciones de quien defiende lo que considera una única verdad, la suya. La stamina supone la imposibilidad de cualquier tipo de pactos, pues serían una traición a unas convicciones políticas incapaces de admitir un término medio. Históricamente las resistencias armadas o las sociales no eran un fin en sí mismo sino un método de contribuir a una victoria que debía llegar más adelante. La stamina, entendida como capacidad de resistencia, sólo encuentra su justificación en el poder por el poder, en el gobierno de un político omnisciente con la innata cualidad de saber lo que más le conviene a su pueblo.
Un partidario de Donald Trump nos diría que la stamina es mucho más que resistencia. Es también habilidad para llevar a cabo determinadas tareas. En su asimilación de la política con los negocios, el candidato republicano piensa que Clinton no tiene la habilidad que él posee para los negocios. Si la política exterior se identifica, en gran parte, con las relaciones económicas, la ex secretaria de Estado carecería de la habilidad suficiente para defender los intereses norteamericanos. Trump ve las cosas de un modo simplista: si las alianzas militares cuestan cientos de millones de dólares, estamos haciendo un mal negocio con Arabia Saudí o Japón, entre otros países. Está convencido de que Clinton no tendrá la suficiente stamina para hacérselo saber y, sobre todo, para obligarles a pagar más por su defensa. En cambio, el candidato republicano presume de agallas al respecto, también con los países que forman parte de la OTAN. En el fondo, el economicismo de Trump socava las relaciones de Washington con sus aliados, pues prescinde de unos valores comunes compartidos y cuestiona la relación trasatlántica, por no decir el propio concepto de Occidente. Alimenta además el antiamericanismo europeo, que se encontrará complacido, en caso de una hipotética victoria de Trump, con el hallazgo de un nuevo chivo expiatorio para sustituir a George W. Bush. ¿Y cuál puede ser la reacción de un Trump presidente? Hacer acopio de grandes dosis de stamina, por supuesto.
Clinton replicó a Trump alegando que en su trayectoria política hay un gran balance de stamina: viajó a ciento doce países, negoció acuerdos de paz y cese de hostilidades, contribuyó a liberar disidentes, y abrió nuevas oportunidades para la diplomacia norteamericana en todo el mundo. Sin embargo, todo este historial no implica para Donald Trump ninguna clase de stamina. Tan sólo es una amplia experiencia, y él no lo niega, pero no deja de ser una mala experiencia y “este país no puede permitirse el lujo de tener otros cuatro años ese tipo de experiencia”. El acuerdo nuclear con Irán, el conflicto en Libia o la aparición del Daesh serían para Trump los ejemplos más conocidos de la mala experiencia de Clinton, extensiva también al presidente Obama.
Nuestra impresión final del debate, que según la mayoría de los medios habría sido ganado por Clinton, es que la stamina acompañará a Donald Trump hasta el mismo momento de los resultados definitivos de la noche electoral del 8 de noviembre. Quien está convencido de que solo él puede hacer a América otra vez grande es un resistente nato. Lo veremos también en los próximos debates. Se diría que Donald Trump no pretende tanto convencer sino dar la imagen de un político firme en sus convicciones, que representaría la “nueva política” frente al establishment. Las posturas ambiguas e indefinidas pretende adjudicárselas a Hillary Clinton. Política de imagen o mucho más que eso: política-espectáculo.