La respuesta de la misericordia
¿Ha habido en la Historia una sensación mayor a la de hoy de proximidad del fin del mundo? Probablemente en el año 1.000 con las seudo profecías de final de todo, pero siempre con una escatología basada en triquiñuelas de signos combinados para anunciar indeleblemente la temida catástrofe final. Nunca llegó.
Hoy no se lleva la escatología, pero sí la pretendida ciencia basada en observaciones parciales para sacar conclusiones universales. Normalmente vaticinando lo peor. Craso error de principio. Es frecuente leer esas conclusiones de la ciencia geopolítica. El inicio de una tercera y última Guerra Mundial, por ejemplo, está profetizado; consecuencia obligada de la extensión del conflicto de Ucrania y Rusia. Del mismo modo que la islamización de Europa llevaría a conflictos locales que se extenderían por todo el mundo, con el levantamiento de las fuerzas yihadistas que ya están preparadas. Fin del mundo también anunciado ahora fruto de los cambios climáticos; las aguas supuestamente inundarán miles de kilómetros de costa en todo el mundo, en un clima enrarecido también por las tormentas desastrosas en un planeta en el que se va haciendo imposible cultivar el campo. Ideologías nacidas “fundamentadas” en esa ciencia sólo ven a la ciencia como respuesta, como si fuese sólo la ciencia la que es capaz de entenderlo todo, mientras es evidente que no sabemos apenas nada.
Pero si pasamos a observar no sólo el año 1.000 sino desde hoy dos mil años atrás, necesariamente podemos admitir el protagonismo histórico central de Jesús en Galilea, años que marcaron la mayor influencia y cambio habidos en el mundo con la extensión y expansión de su mensaje.
Precisamente “mensaje” es lo que aporta ya desde ahora el anuncio del Papa Francisco de convocar un año extraordinario, un jubileo, “que coloque en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia”. En la cultura que hoy protagoniza el curso político hay dos opciones que quieren ser únicas: el neoliberalismo (el mundo no es más que un mercado y los hombres compiten en él) o el anticapitalismo, que se presenta ahora como antisistema, cuando todo su credo humano se debería encajar en su viejo sistema. Las dos opciones han dejado en sus “periferias” vidas y virtudes que “no tocan”, como la misericordia. Es significativo que un líder de opinión en nuestro siglo XXI como lo es el Papa Francisco para hombres de todos los credos, no proponga para “arreglar el mundo” un plan de reciclaje amigable con el ozono; o una ley de protección a las atribuladas abejas y un plan de “ONG 2.0” . Serían tres decisiones respetables. Pero un Papa dirige el camino de su Pueblo en lo profundo de todos los hombres, llegando hasta la última periferia real, la de las personas atribuladas en los últimos rincones del mundo. La raíz de la respuesta al problema del hambre, por ejemplo, es la Misericordia de Dios y de los hombres.
¬La respuesta de la Misericordia
Está todavía provocando la noticia de India. Una monja cristiana de 71 años violada en grupo por unos asaltantes a su convento. Los cristianos muertos por su fe caen en cientos y miles cada día en India, Paquistán, Siria, Líbano y numerosos enclaves de África: 450 personas al día como media. Una barbaridad que interpela.
La decisión del Papa Francisco está muy distante de una convocatoria de una guerra santa por los cristianos, una “contradictio in terminis”. En vez de pensar en cruzadas, el Papa se dirige a todos los hombres de buena voluntad para convocar un Año Santo de la Misericordia. El Pontífice anunció el Año Santo así: “queridos hermanos y hermanas, he pensado a menudo en cómo la Iglesia puede poner más en evidencia su misión de ser testimonio de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Por esto he decidido convocar un Jubileo extraordinario que coloque en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: ‘Seamos misericordiosos como el Padre’”.
Lo que puede cambiar el mundo es lo mismo que lo que cambió a las personas en los primeros siglos de esa “revolución” de amor, con algo otra vez inédito, la Misericordia. Todos somos el hijo pródigo (recogido por el óleo de Rembrandt aquí reproducido). Un camino que apuesta por rescatar al hombre no a través de la geopolítica, sino uno a uno. La luz del amor de Jesucristo que lo salva. Que nos sorprende por perdonar hechos como el sufrido por esa monja en India.