La reflexión del Papa sobre la identidad de Europa
A primeros de este mes, el Papa Francisco recibió en audiencia privada a algunos representantes e intelectuales franceses del ámbito cristiano y social. Mediante el cardenal Barbarin, solicitó dicha audiencia Philippe Roux, fundador del grupo Poissons Roses, punto de referencia para los católicos que militan en el partido socialista de François Hollande. En el encuentro, que duró casi hora y media, estaba entre otros el director de la revista La Vie, Jean-Pierre Denis, que luego publicó su relato de lo que allí había sucedido.
En el clima de difusión planetaria de todo tipo de noticias que actualmente caracteriza el mundo de la información, esta audiencia ha resonado sobre todo porque, al tocar el tema del actual flujo de árabes en Europa, el Papa Francisco habló de “invasión árabe”. Suficiente para que durante un par de días solo se discutiera sobre el sentido de tal expresión, cuando para comprenderla habría bastado con leer el relato de Denis. En efecto, los temas clave del coloquio habían sido otros.
¿Cómo responder a la crisis espiritual que atraviesa nuestro continente? ¿Cómo formular una crítica a la modernidad que no sea reaccionario? Estas eran sustancialmente las cuestiones centrales del encuentro, que en su caso específico se referían a Francia y partían de la sensibilidad propia del cristianismo social francés, pero evidentemente tienen una validez general.
En primer lugar, me parece interesante que Francisco, con su mirada de Papa “llegado casi del fin del mundo” y que por tanto no puede ser sospechoso de eurocentrismo, dijera a sus invitados franceses que “el único continente que puede llevar una cierta unidad al mundo es Europa (…). Tal vez China tenga una cultura más antigua, más profunda, pero solo Europa tiene una vocación de universalidad y servicio”. Luego, según el director de La Vie, Francisco volvió a uno de los temas de su discurso del 25 de noviembre de 2014 en Estrasburgo, cuando comparó Europa con una anciana un poco cansada. “¿La anciana puede volver a ser una joven madre?”, le preguntó Denis. “Un jefe de Estado me ha hecho ya esa misma pregunta”, respondió el Papa. “Sí, puede. Pero hay condiciones (…) La renovación no puede ser solo cuantitativa. Si Europa quiere rejuvenecer hace falta que recupere sus raíces culturales. Entre todos los países occidentales, las raíces de Europa son las más fuertes y profundas. A través de la colonización, estas raíces llegaron también al nuevo mundo. Olvidando su historia, Europa se debilita, y así corre el riesgo de convertirse en un espacio vacío”.
Europa, ¿un espacio vacío? La expresión es fuerte, señala Denis. Ataca en el centro y hace daño. También resulta angustioso, porque en la historia de las civilizaciones el vacío siempre remite a la plenitud. “Hoy se puede hablar de invasión árabe, es un hecho social”, pero el Papa continúa: “¡Cuántas invasiones ha conocido Europa a lo largo de su historia! Y siempre ha sabido superarse a sí misma, ir hacia adelante para luego recuperarse engrandecida por el intercambio entre culturas”. ¿Qué hombre de Estado llevará a cabo una renovación así? “A veces me pregunto dónde podría encontrar a un nuevo Schuman o un nuevo Adenauer, los grandes fundadores de la Unión Europea”, suspiró el Papa, “capaces de sobreponerse a la crisis de Europa, minada por egoísmos nacionales, por pequeños mercadeos y juegos sofocantes”.
Es especialmente interesante el punto de vista desde el cual este Papa latinoamericano ensancha su mirada desde Europa a todo el globo. “Con Magallanes”, observó, “aprendimos a mirar el mundo desde el sur. Por eso digo que el mundo se ve mejor desde la periferia que desde el centro, y que desde la periferia comprendo mejor mi fe, sin olvidar que la periferia puede ser humana, ligada a la pobreza, a la salud o incluso a un sentimiento de periferia existencial”. También añadió “algo que me preocupa. Claro que la globalización nos une y tiene por tanto aspectos positivos. Pero me parece que hay una globalización buena y otra menos buena. La menos buena puede representarse como una esfera donde toda persona se encuentra a la misma distancia del centro. Este primer esquema separa al hombre de sí mismo, lo homologa y al final le impide expresarse libremente. La globalización mejor es en cambio la que podemos representar como un poliedro. Todo el mundo es una sola cosa, pero cada pueblo, cada nación, conserva su identidad, su cultura, su riqueza. Creo que el desafío es esta globalización buena, que permite conservar lo que nos define. Esta segunda visión de la globalización une a los hombres sin negar su singularidad. Por ello, favorece el diálogo y la comprensión mutua. El diálogo implica una conditio sine qua non: partir de la propia identidad. Si no soy claro conmigo mismo, si no conozco mi identidad religiosa, cultural, filosófica, no puedo encontrarme con el otro. No hay diálogo sin pertenencia”. Estas afirmaciones merecen ser atentamente consideradas, pues dibujan el contexto en el que se sitúa ese llamamiento tan relevante en el magisterio de Francisco, el llamamiento a la Iglesia, a los cristianos, a “salir”, a “abrir procesos antes que ocupar espacios”, a correr el riesgo de “una suerte de desequilibrio calculado”.
Igualmente interesante para nosotros pero obviamente crucial para sus invitados ese día, es la idea que el Papa Francisco tiene de Francia y de su papel en Europa. “En el mundo hispano se dice que Francia es la hija mayor de la Iglesia, pero no necesariamente la más fiel (…). Desde el punto de vista cristiano, Francia ha generado numerosos santos, mujeres y hombres de una espiritualidad muy fina. Especialmente entre los jesuitas, donde al lado de la escuela española se ha desarrollado una escuela francesa que siempre ha sido de mis preferidas. El filón francés empieza muy pronto, desde sus orígenes, con Pierre Favre. Yo seguí este filón, el del padre Louis Lallement. Mi espiritualidad es francesa, mi sangre es piamontesa, y tal vez esta sea la razón de una cierta cercanía. En mi reflexión teológica siempre me he nutrido de Henri de Lubac y Michel de Certeau. Para mí, Certeau sigue siendo el mejor teólogo en nuestros días”.
Por último, en cuanto a la laicidad, donde Francia cree tener el primado, el Papa Francisco no dudó en decir a sus invitados que la laicidad francesa “es incompleta. Francia debe hacerse más laica. Hace falta una laicidad sana”. Es decir, una laicidad que “comprenda una apertura a todas las formas de trascendencia según las diferentes tradiciones religiosas y filosóficas (…). Una crítica que tengo que hacer a Francia”, señaló el Papa, es que su laicidad “depende demasiado de la filosofía de la Ilustración, por la que todas las religiones son una subcultura. Francia todavía no ha llegado a superar esta herencia”.