La fuerza de la esperanza
Para que quede bien claro, no escatima las palabras: «Espero que el nuevo presidente Trump tenga sentido común y comprenda que con los pueblos de América Latina debe tener una actitud de colaboración y no de prepotencia». Con Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, nos encontramos en el Teatro Argentina de Roma al terminar su lectio magistralis sobre «La fuerza de la esperanza». Con su habitual lucidez y libertad, describe un panorama general de las posibles perspectivas de su continente y los efectos del nuevo curso estadounidense. Del poscastrismo y el futuro de Cuba, de los “golpes blancos”, las nuevas “dictaduras del capital” y el poder nefasto de los narcos. Y no en último lugar de la situación en su país, Argentina.
Después de Fidel Castro, ¿qué futuro tendrán las relaciones entre La Habana y Washington?
Se han restablecido las relaciones con Washington y eso abre grandes posibilidades de colaboración recíproca. Lo mejor que podría hacer el nuevo presidente Trump en este momento es cancelar el embargo y solucionar los problemas que todavía existen, respetando las diferencias de cada una de las partes. Estados Unidos debe cambiar su mirada sobre Cuba y América Latina. Ya no puede comportarse como en el pasado y resolver los problemas enviando armas.
Trump dijo que tiene intenciones de reforzar el embargo y que no seguirá adelante con el proyecto de Obama. ¿Por qué resultaría beneficioso mantenerlo para Estados Unidos?
Obama logró algunas cosas, pero no consiguió levantar el embargo. Es de esperar que el nuevo presidente le reconozca a Cuba su derecho a la autodeterminación. El problema es ideológico, pero si actúa en consecuencia, Estados Unidos va en contra de sus propios intereses porque los empresarios estadounidenses quieren ir a Cuba. De todos modos, Estados Unidos debe entender que no puede seguir manteniendo una cárcel en Guantánamo o seguir oprimiendo pueblos, y debe acatar, por ejemplo, las múltiples resoluciones de la ONU que piden a Washington que termine el bloqueo contra Cuba. Trump ha conquistado el gobierno de Estados Unidos, pero no el poder de su país. El poder estadounidense no está en la Casa Blanca sino en el complejo industrial y militar, y en las grandes corporaciones. Por lo tanto yo creo que de Trump podemos esperar discursos, pero la realidad de ese poder al que me refiero lo obligará a tener una visión más realista y menos ideológica del mundo. Ya veremos.
¿Qué peso cree usted que tiene para el destino de Cuba la cuestión de los exiliados cubanos que viven en Estados Unidos, sobre todo en Miami?
Me causó muy mala impresión ver los festejos que hubo en Miami por la muerte de Castro. En Miami la mayoría son descendientes de los que siempre se opusieron a la revolución, porque hace cincuenta años perdieron los privilegios que tenían en la isla. Es cierto que tienen poder económico, sobre todo en Miami. Son profesionales del disenso que estuvieron al servicio de los intereses de Estados Unidos. Eso está documentado. Pero pienso que son un grupo agotado políticamente.
¿Cree que después de que Raúl Castro salga de escena en 2018 Cuba puede volver a ser para Estados Unidos lo que era antes de la era castrista?
No creo que haya ninguna posibilidad de dar marcha atrás. Las condiciones del mundo y del pueblo cubano de hoy no son las mismas que ayer. Hay más conciencia política, más conciencia unitaria. Los tiempos son distintos. Es cierto que también hay contradicciones dentro de Cuba. Y esos desafíos son tarea de las nuevas generaciones que vienen después de Raúl Castro. Es evidente que Cuba necesita muchos cambios internos, pero sin renunciar a los progresos y avances conquistados. Como por ejemplo en el campo de la educación, de las ciencias y de la medicina. En eso no puede haber marcha atrás, en todo caso los nuevos dirigentes tendrán la misión de profundizarlos y alcanzar nuevos objetivos.
América Latina está viviendo un momento complejo y contradictorio. ¿Cómo cree usted que afrontará el continente el nuevo curso de Trump?
Hasta ahora los discursos de Trump han sido prepotentes, pero como dije, veremos. En América Latina ese comportamiento ya no se tolera. Espero que el nuevo presidente sepa usar el sentido común, que es el menos común de los sentidos. Es decir, que sea capaz de entender que con los pueblos de América Latina debe tener una actitud de colaboración y no de prepotencia, de diálogo, dejando de lado cualquier veleidad de imposición. El respeto del derecho de los pueblos hoy es fundamental. Si se desea gobernar construyendo un liderazgo, en este momento hay que hacerlo con ideas, con el diálogo, y no con las armas.
Usted habla de “golpes blancos” y que el poder financiero internacional y de los grandes capitales no solo influye sino que determina los gobiernos y sus economías, haciendo estéril la democracia. ¿Puede explicar cómo operan?
Las democracias que vivimos en América Latina son débiles. Muchos creen que la democracia es simplemente votar. Votar es un ejercicio democrático, pero no es la democracia. Democracia significa derechos e igualdad para todos. En una época se usaban los ejércitos y los golpes de estado para suprimir la democracia. Basta recordar todas nuestras sangrientas dictaduras de los años sesenta y setenta, hasta 1983. Después de los regímenes militares, se puso en funcionamiento un nuevo mecanismo, una nueva forma de imponer o favorecer gobiernos cómplices y subordinados a los grandes intereses financieros. Comenzó en Honduras con el presidente Zelaya, donde se utilizó el Parlamento y la complicidad del poder judicial para derrocarlo. El último de estos “golpes blancos” ocurrió en Brasil contra Dilma Rousseff. Paradójicamente quienes la destituyeron, acusándola de corrupción, es un grupo de políticos corruptos, que en este momento trabajan para hacer aprobar una amnistía y tapar sus crímenes. El actual presidente brasileño Michel Temer aplica políticas neoliberales con grandes beneficios para las multinacionales. Es el epílogo de una nueva dictadura del capital que condiciona y determina la libertad y la decisión del pueblo. Una nueva esclavitud económica y política donde el pueblo ya no es el que decide el gobierno de su propio país porque la lógica de estos golpes responde a los intereses de las grandes multinacionales, no al poder político sino al financiero, que privilegia las rentas y las ganancias y no la vida de los pueblos. Por lo tanto el objetivo que persiguen es claro: vaciar la democracia, marginar y descartar a los pueblos.
¿Cómo se puede invertir el rumbo?
Puede ser que los “golpes blancos” no violen los derechos humanos, pero sin duda violan los derechos de los pueblos, y no afectan solo a América Latina: es un modelo que tiende a ser aplicado también en otras situaciones y continentes, hasta en Europa. Por eso el momento histórico impone pasar de una democracia delegativa a una democracia participativa.
¿Qué piensa sobre la situación de Venezuela?
Me parece que el próximo golpe que se prepara puede ser contra Maduro, una razón más para buscar el éxito del diálogo que ha comenzado entre las partes y ahorrarle a este pueblo el sufrimiento final: el secuestro de su democracia.
Usted fue uno de los observadores internacionales en el proceso de paz en Colombia. El diálogo, tal como repite constantemente el Papa, permitió llegar al acuerdo de paz. ¿Pero en qué medida se sigue ese modelo en otros conflictos?
Para el Papa Francisco los puentes se construyen en la diversidad de los pueblos, no en la uniformidad. El Papa está haciendo de esa manera un autorizado aporte moral a la humanidad, y probablemente su voz es la más creíble en este momento en el mundo. Esa es una de las razones por las cuales se pudo llegar a la paz en Colombia. Yo seguí de cerca ese proceso. Hablé con el presidente Santos y con muchas otras personas, y asistí a la renegociación de los acuerdos. Las dos cámaras del Parlamento acaban de aprobar el nuevo acuerdo. Pero en Colombia no es suficiente firmar un acuerdo de paz para que realmente haya paz.
¿Por qué?
Porque el país tiene muchísimos problemas que hay que resolver, aunque gradualmente. Uno de esos problemas graves es la cuestión de los desplazados internos. Hay siete millones de colombianos exiliados en el interior del país. Seis millones están fuera. También está el problema de los grupos paramilitares y el de muchos jóvenes secuestrados y asesinados haciéndolos pasar por guerrilleros. Hacían rastrillajes, hasta en las discotecas, les ponían un uniforme de la guerrilla y después los mataban. Durante mucho tiempo los militares usaron ese recurso para hacer méritos delante de los superiores y progresar en su carrera. Durante mucho tiempo matar guerrilleros fue un honor o un mérito. En este momento en Colombia existe la gran preocupación de que puedan matar a los guerrilleros “desmovilizados” como ocurrió con los guerrilleros del M19, que después de firmar la paz fueron diezmados. Eso no se debe repetir.
¿Entonces cuál es el principal desafío para Colombia en este momento?
El principal desafío es la unidad política y social de la nación para afrontar juntos el desafío de la verdadera paz. En esta tarea se deben sentir involucrados todos. Pero la condición esencial es que todos deben estar desarmados. De lo contrario, este proyecto no tiene futuro. Espero que Santos pueda avanzar en esa dirección.
Uno de los grandes dramas del continente es la violencia criminal y el poderío de los narcos. Recientemente el Papa volvió a hablar del problema del narcotráfico exhortando a remontar la cadena de la comercialización hasta los grandes circuitos de lavado de dinero. ¿En qué medida los gobiernos dependen de este poder?
Hoy el narcotráfico es una de las peores maldiciones que afecta a nuestros pueblos. Está penetrando en todos los niveles de la sociedad. No es un problema sencillo porque el narcotráfico va siempre junto con el tráfico de armas. Las guerras se pagan, se financian con el narcotráfico. Se ha documentado en Centroamérica, durante la guerra que declaró Estados Unidos al sandinismo, en Nicaragua, en Honduras, El Salvador y Guatemala. El narcotráfico encuentra cómplices en la clase política, en la policía, en las fuerzas armadas y también en los grandes hombres de negocios. En mi país, Argentina, es un problema prioritario, grave. En la frontera con Paraguay y con Bolivia continuamente interceptan cargas de dos mil toneladas de droga destinadas al país. Pero en las redes terminan siempre los peces pequeños, nunca los que ganan enormes cifras con el narcotráfico. La corrupción juega un rol en todo esto. Hoy Argentina es un país de consumo de droga y puede convertirse en un país productor. Los funcionarios del gobierno siempre tratan de ocultar el tema, cuando en realidad es lo primero de lo que deberíamos hablar.
Pero la muerte del sacerdote Juan Viroche, comprometido en la lucha contra toda forma de tráfico y de consumo de droga, desafiando a las mafias que controlan el narcotráfico en la zona de Tucumán, hizo elevar el nivel de denuncia de la Iglesia…
La Comisión Nacional Justicia y Paz del episcopado argentino dijo con claridad que las mafias obtienen ganancias con el narcotráfico y no dudan en amenazar y matar al que consideran un obstáculo para sus intereses. Pero la respuesta, más allá de la represión contra este comercio, debe ser también una decidida y sólida obra educativa. El daño que produce la droga más difundida –que se elabora con los restos de la fabricación de la cocaína, llamada “paco”– es la destrucción de la actividad neuronal del cerebro, convirtiéndolo en idiota. Hace años que esta plaga está diezmando y destruyendo a las nuevas generaciones, y no solo a ellas. La verdadera corrupción es haberlas dejado abandonadas en manos del narcotráfico. El gobierno no implementa ni tampoco tiene propuestas para la recuperación y la reintegración. Son pocos los lugares que se ocupan de esta emergencia. Algunas mujeres han formado el grupo “las madres del paco”, para luchar contra esta espantosa plaga. Pero en el frente de la prevención, de la desintoxicación y de la recuperación están en primera línea los religiosos como Viroche, y ese mismo compromiso lo llevan valientemente adelante sobre todo los curas villeros, como el padre Pepe Di Paola en la villa La Cárcova y muchos otros en las villas de Buenos Aires. Es necesario apoyarlos. Es necesario que se difundan esos proyectos.
En Argentina la pobreza está creciendo. ¿Qué puede hacer el gobierno de Macri por esta situación que se denuncia reiteradamente, incluso por parte de la Iglesia? ¿Se están creando las condiciones para una nueva crisis grave como en otras partes de continente?
En Argentina el presidente Macri aplica una política neoliberal; eso significa privilegiar el capital financiero respecto de la vida del pueblo. Y eso es vender nuestro país. Según el observatorio social de la Universidad Católica Argentina, en pocos meses los pobres aumentaron más de cuatro millones, sumándose a los que ya tenía el país. La clase media se ha empobrecido y sigue empobreciéndose cada vez más. Se han recortado los fondos para la educación y la salud. Pienso también en el cierre de las orquestas juveniles. Es un empobrecimiento en todos los niveles. Lamentablemente en el país no hay una oposición con proyectos y objetivos alternativos que puedan confrontarse con lo que está haciendo el gobierno. En este momento están creciendo las movilizaciones sociales por fuera de los partidos y que tienden a identificarse con una problemática específica. Parece que el gobierno se dispone a introducir algunas medidas de mejoramiento económico por lo menos para las fiestas de fin de año. Eso es porque teme que se produzcan saqueos, algo que ya hemos vivido y que no quisiéramos volver a ver.