La abolición de las obligaciones

España · Eugenio Nasarre
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19 octubre 2016
Un asunto de aparente alcance menor, aunque por tratarse del ámbito del deporte pueda desatar pasiones, me suscita las reflexiones que quiero compartir con los lectores de estas Páginas.

Esquerra Republicana ha presentado una iniciativa parlamentaria con la finalidad de abolir la obligación, hoy vigente en la Ley del Deporte, que tienen los deportistas federados de participar, cuando sean convocados, en las competiciones internacionales en las que juegue España. La intención de Esquerra Republicana está muy clara: una vez conseguida la supresión de este precepto, se ejercería una fuerte presión en los deportistas catalanes para que renunciaran a formar parte de la selección española en algunas de las competiciones internacionales. Se abriría, así, una nueva polémica en la sociedad catalana, se produciría la división entre los deportistas “patriotas” (entiéndase, los que se alinean con la “construcción nacional” catalana) y los entregados al Estado español, que serían vilipendiados. Y, así, se podría dar un paso más hacia la meta, tan perseguida por los independistas, de lograr el reconocimiento de selecciones catalanas en el ámbito internacional deportivo.

Pero he aquí que esta proposición, tan transparente en su finalidad política, ha encontrado un extraño compañero de cama: nada menos que Ciudadanos. Albert Rivera se ha sumado con entusiasmo a la iniciativa, sin importarle quién la ha tomado y cuáles hayan podido ser las razones que la hayan impulsado. Los motivos que ha alegado son en los que debemos centrar nuestra atención. Rivera y los suyos creen que no se debe “forzar” a un deportista a participar en una competición, si no lo desea, porque el reino del deporte debe ser el reino de la libertad. Rivera piensa que en nuestro mundo el concepto de obligación resulta crecientemente antipático y con este sorprendente alineamiento pretende reforzar el carácter “liberal” y “centrista” de su formación.

La abolición de las obligaciones es un rasgo de una mentalidad que se extiende como reguero de pólvora en nuestra sociedad. Las obligaciones se sustituyen por los derechos, que se proclaman como sacrosantos y que se amplían ad infinitum. Pero, como ya advirtiera Jacques Maritain, el mal de nuestro tiempo consiste en la pretensión de romper el vínculo que une los conceptos de derechos y deberes. Un derecho desvinculado de su correlativo deber se convierte en un concepto enloquecido, que conduce a una sociedad atomizada y que pierde el sentido de la jerarquía de los valores. Claro está que esta abolición de los deberes no es perfecta. Porque podemos observar que el vacío que provoca el debilitamiento de los grandes “mandamientos” se suele llenar por multitud de minúsculas prohibiciones y mandatos, a los que tenemos que someter nuestras vidas cotidianas.

En la civilización de la que somos herederos las distintas actividades de la vida social comportaban una serie de obligaciones a favor de la comunidad por parte de quienes las ejercían. Estas obligaciones incluso estaban convenientemente reguladas en las normas por las que se regían las corporaciones de carácter profesional. Quien ejercía una profesión sabía que tenía unas obligaciones ante la sociedad más allá de las relaciones contractuales, que constituían las bases de su subsistencia. Un liberalismo mal entendido debilitó este tipo de compromisos, que forjaban un tejido social, que se convertía en el más fuerte baluarte de la libertad frente a los excesos de los poderes estatales.

Ciudadanos debería saber que ese “reino de la libertad” que proclaman resulta una quimera sin un entramado de obligaciones, aunque para la cultura de moda el deber no resulte .un concepto simpático. Son los deberes los que sostienen nuestras libertades. El pavor al “nasty party” está deslizando a Ciudadanos a convertirse en una formación de criterios “blandos”, sin jerarquía de valores, obsesionada por halagar en lugar de asumir responsabilidades. Porque la responsabilidad incluye un elemento del que no puede prescindir: tener en cuenta las consecuencias que se derivan de las propias decisiones.

Mucho me temo que este episodio sea un síntoma de lo que ocurra en la breve legislatura que nos espera. Ese deslizamiento de Ciudadanos que detecto es, en todo caso, una mala señal.

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