¿Qué le faltaba a Ábalos?

¿Pero qué le falta a Ábalos? Lo tenía todo y no tenía nada. Tenía la cercanía del “número 1”, su estima. Era su mano derecha, en el partido y en el Gobierno. Lo tenía todo y no tenía nada. Quería más dinero, un chalet en la playa, una mujer disponible las 24 horas que no le dijera que no nunca. Más juergas, más noches de desfase. Lo tenía todo, todo era poco y no tenía nada. Y decidió hacer del Estado su finca particular. Otra vez “la captura del Estado”. Ábalos es el penúltimo miembro de la “élite extractiva”. Da igual que no tenga sangre azul, que no pertenezca a una burguesía acomodada, que no haya estudiado en las mejores universidades. Se convirtió en parte de la élite en el momento en que se puso del lado de Sánchez y Sánchez entró en Moncloa. En España el poder político, el poder de los partidos, tiene fácil acceso al poder económico, aunque ese poder económico no sea el IBEX sino un comisionista de medio pelo sin escrúpulos que hace dinero comprando lingotes de oro venezolanos o especulando con las mascarillas en plena pandemia.
Sánchez vino a limpiar España de la corrupción y ha debilitado sus controles, ha debilitado sus instituciones. La corrupción en sentu lato va de someter el interés general, el bien común, al interés particular y de eso estamos sobrados. ¿Qué hacemos entonces? “¡Impulsar un refuerzo ético¡”- dicen los moralistas-. ¡Formación, lo que hace falta es formación¡ A Ábalos le ha faltado autocontrol. No ha luchado contra sus instintos, contra una ambición sin límites, contra la avaricia, contra la vanidad, contra las fuerzas que nos hacen faltarle al respeto a los demás. No ha hecho con repugnancia lo que le dictaba el deber. Ese es el secreto -dicen algunos- para que el interés particular se someta al interés general, al bien común. Autocontrol y que la mano invisible del mercado transforme el egoísmo particular en bienestar. ¿Y si eso no funciona?
Entonces, ¡qué se cumpla la ley para garantizar el interés general¡ Pero que se cumpla la ley -como decía Mikel Azurmendi- “en el mejor de los casos evita males, especialmente el de la inseguridad, por ejemplo, circular por la derecha, respetar los semáforos, no robar, no violar, pagar impuestos, pagar el billete en el cine y en el metro, respetar los contratos (…) La inseguridad es un gran mal para el humano. Para evitarla es por lo que se inventaron tabúes y normas, más tarde leyes”. Pero -como decía el vasco- “cumplir la ley -algo que parece que esta vez no ha sucedido- solo produce cumplimiento de la ley”.
¿Qué le faltaba a Ábalos? Todo y nada. “El sentido de la vida humana está inscrito en nuestro cuerpo: el ombligo. Ahí nos queda marcado indeleblemente que nuestro ser fue un don, algo gratuito”- responde Azurmendi. –
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