Italia. Falta confianza, nadie merece ganar (I)
La nueva ley electoral italiana ´Rosatellum bis´ de otoño de 2017 tuvo dos padres, Renzi y Berlusconi. Su objetivo compartido era favorecer a partidos concentrados en partes del territorio y coaliciones de partidos, es decir, dar estabilidad y alternancia de gobierno a la política italiana –y mantenerse en el poder–. No es la primera intentona de resolver los problemas vía ley electoral. Anteriormente fue el “Mattarellum” (sistema mayoritario 3/4 a una vuelta) y después, el “Porcellum”.
Buscaban volver a un sistema de “bipartidismo imperfecto” (Giovanni Sartori), de los tiempos de la primera República, en que el miedo a un partido comunista fuerte hizo que no proliferasen partidos pequeños a pesar de tener un sistema proporcional normal. En aquel momento, apareció un “partido bisagra” (Sabino Cassese), la Democracia Cristiana, que supo concentrar el voto (aunque muchas veces dividida).
En las recientes elecciones italianas, el resultado ha sido el opuesto. Lejos de impedir el paso al Movimiento 5 Estrellas (M5E) –movimiento por excelencia anti-clase política–, este partido, virgen aún en alianzas electorales e implantación territorial, ha resultado el más votado (pese a una abstención del 30%). Parecería que el sistema uninominal mayoritario (1/3 de los escaños se elegía por este método que implica que el que gana se lleva el escaño) ha funcionado al revés.
En el sur de Italia, donde M5S tenía más implantación, es donde el partido amarillo ha dado el do de pecho en las votaciones uninominales –seguramente, con un complicado juego de alianzas sotto voce y de apoyos–. En este sentido, sólo un sistema mayoritario a segunda vuelta (V República francesa) posibilita que “el voto sea del ciudadano de verdad, y no del partido o de la mafia” o de otros intereses económicos (Giovanni Sartori). Y es que con la ley electoral actual, los diputados han sido elegidos directamente por los líderes de los partidos, y su primera preocupación será mantener y evitar nuevas elecciones. Nada nuevo bajo el sol. Redundará en mayor desafección con los políticos, los partidos de siempre y –más grave– las instituciones democráticas, y las europeas (que no es lo mismo que decir democráticas en la acepción nacional que todos conocemos).
El M5E, que es anti-clase política, nada europeísta, tampoco a favor de los emigrantes y pro impuestos –lo que le separa de la Liga–, es el reflejo de un deseo de mayor participación “de la gente” en los asuntos del estado, en el gobierno, donde se decide, dentro de los límites mentales y geográficos del estado nacional italiano (de 1870). Es un riesgo político y sistémico que esté solo en la estepa parlamentaria italiana.
El objetivo declarado: que no decidan las élites, sino el pueblo. Desde la Revolución Francesa, este gen que originalmente se llamó “de abajo a arriba”, se activa de vez en cuando en las democracias liberales. Con efectos secundarios. Adversos y beneficiosos, según. Es un gen actualmente activo en las democracias occidentales, incluso en la muy igualitaria Alemania (recordar que tras el pacto entre socialdemócratas y democristianos, la oposición la va a liderar muy probablemente la extrema derecha) y los muy desigualitarios EE.UU. de Trump I (habrá otros).
Además, otro riesgo que se han convertido en realidad, como predijo Gianfranco Pasquino en una Tribuna de El País, es que ninguna de las dos coaliciones (centroizquierda y centroderecha) ha conseguido el 40% necesario para formar gobierno. Finalmente, en la coalición de derecha y centroderecha, se ha producido el sorpasso de la xenófoba Liga a Forza Italia (apoyada ésta, incomprensiblemente, por el muy moderado Partido Popular Europeo). Cómo un hombre moderado como el presidente del Parlamento europeo como Tajani comparte objetivos y filiación política con el precursor de la democracia catódica –Berlusconi– es un misterio.
Cabe sacar una serie de ideas del este panorama político, a desarrollar en el siguiente artículo:
1. El sistema político sigue en crisis, y nadie merece ganar.
2. Los partidos son vistos, al tiempo, como la solución a, precisamente, el sistema de partidocracia –como en España–, que hace aguas.
3. La protesta es natural, legítima.
4. El problema es europeo también.
5. Hay alternativas, pero no son la mayoría beneficiosas.
6. En Europa y en el mundo, el globalismo, la otra cara del nacionalismo, progresa.
7. Y, finalmente, llegamos a la confianza.
Italia tiene dos grandes cuestiones que resolver, y necesita un gobierno para responderlas: nueva reforma del sistema electoral y apostar –o no– por la Unión Europea (estar dentro, inter–esse, reformándola; o fuera, como el Reino Unido).
Un Renzi derrotado a sus 43 años, un líder contra el sistema de apenas 31 liderando la mayor fuerza del país, un octogenario dando paso a un nacionalista del norte, además de derechas, configuran un páramo para la reforma y la regeneración.
Habrá gobierno antes de verano, será corto, es posible que el presidente Mattarella deba escoger a un caballero blanco, en el argot empresarial, apoyado por el M5E, el Partido Democrático y Forza Italia. Es posible que a partir de 2019 haya nuevas elecciones. Lo que es necesario seguro es hablar de que es posible una nueva política basada en la confianza, en el bien común, en mirar a los ojos a todos los vecinos y saber que sus problemas son los nuestros. Dejar actuar al parlamentarismo siempre ha sido una buena cosa, cuando este ha sido instruido y era el reflejo de la mejor sociedad. Cuando no lo es, es necesario que la sociedad tome el relevo para enseñar a los nuevos representantes que política, se escribe con “p” de pueblo –SPQR: Senado y Pueblo de Roma–.