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Infértiles lágrimas liberales

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21 septiembre 2014
Cameron se equivocó. Una vez más. El referéndum del pasado jueves sobre la independencia de Escocia ha puesto de manifiesto hasta qué punto el primer ministro conservador ha vuelto a meter la pata. El error podría haber sido más grande si hubiera ganado el sí pero la victoria del no nos deja una herida que no es pequeña.

Cameron se equivocó. Una vez más. El referéndum del pasado jueves sobre la independencia de Escocia ha puesto de manifiesto hasta qué punto el primer ministro conservador ha vuelto a meter la pata. El error podría haber sido más grande si hubiera ganado el sí pero la victoria del no nos deja una herida que no es pequeña.

El primer error de Cameron fue convocar la consulta. Los escoceses le pidieron más autonomía, competencias como las que tiene cualquier gobierno regional español. Y el primer ministro respondió con arrogancia: o todo o nada. En cualquier país europeo continental, donde la Constitución está escrita, el parlamento no puede disponer de cualquier modo de una cuestión tan esencial para el país. Primero es necesario reformar la Carta Magna. Son las ventajas de las democracias modernas que limitan los poderes de la mayoría en las cámaras.

Downing Street con este órdago innecesario ha despertado el mito de Braveheart, el héroe medieval enfrentado a los ingleses. El Reino Unido se crea en 1707 con el Acta de Unión del parlamento inglés y escocés. Ya desde comienzo del siglo XVII estaban unidas las dos coronas. Después se crearía la entidad de las cuatro naciones. Estamos hablando, por tanto, de un Estado más antiguo que muchos otros de los que en este momento forman parte de la Unión Europea.

La posibilidad de votar ha avivado ese sentimiento de nacionalismo que desde hace cien años recorre la vieja Europa como un fantasma amenazador. Ni las historias de Braveheart (siglo XIII) ni la preexistencia de un Estado de hace tres siglos podían justificar lo que no era sino una secesión, fórmula rechazada por el derecho internacional.

Hay quien se emociona ante el entusiasmo “revolucionario” de los jóvenes separatistas que se movilizan en algunas regiones de Europa. Su compromiso tiene dosis de idealismo, pero también mucho de eso que los clásicos llamaban “idolatría de la nación”.

El segundo gran error de Cameron ha sido su campaña en favor del no. Westminster, ese núcleo de poder financiero y político que se distribuye a orillas del Támesis, entre la City y las Houses of Parliament, reaccionó con un ataque de pánico ante las encuestas que le daban la victoria del sí. El número de The Economist de la semana pasada sacaba la artillería más pesada para evitar la ruptura.

Pero Cameron y Westminster solo han utilizado un motivo para que el Reino siguiera Unido: los intereses comunes. Es el mismo motivo que utilizan para alejarse de la Unión Europea.

No todo es economía, como suelen pensar los liberales (The Economist es su máxima expresión) y los pocos marxistas que ya quedan. En la base de un Estado como el Reino Unido, de un proyecto como el de la Unión Europea no está la economía ni una relación contractual, sino la sociedad. Al reto de la globalización y a la huida hacia el pasado del nacionalismo no se le puede responder con una antropología negativa como es la antropología liberal. Lo que nos mantiene unidos no es una mejor comercialización del petróleo o la fuerza de una moneda única sino la experiencia de que estamos, somos, unos para otros. Lo primero y esencial que hace posible la vida económica y política es el ser europeo, continental o insular. Es decir una comunidad de certezas compartidas, una forma de estar en el mundo. Por desgracia Bruselas también se ha convertido en centro liberal y responde de forma inadecuada al creciente escepticismo británico.

P.D. La antropología positiva tiene consecuencias muy concretas. En el terreno económico supone apoyar al emprendedor que crea riqueza en relación con otros o disminuir la burocracia. La antropología negativa, por el contrario, apuesta por la desregulación del mercado como solución a todos los males. Ya hemos visto las consecuencias que tiene ese tipo de política.

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