Entrevista a Michele Brignone

´Europa parece no tener nada que decir en el momento en que su voz hace más falta´

Mundo · Aurelia Rodríguez
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16 septiembre 2014
´La guerra siria, con sus ramificaciones iraquíes, supone en este momento un enredo de dificilísima solución. No solo se ha permitido que el conflicto degenerase hasta la situación trágica en que se encuentra actualmente, sino que se ha avivado el fuego de las divisiones religiosas y comunitarias, armando a los grupos más violentos y abandonando a los sujetos que habrían podido encarnar el más que legítimo deseo de libertad que entre los años 2010 y 2011 irradió en Siria y en gran parte del mundo árabe´.

¿En qué punto se encuentra el conflicto actualmente? ¿Se vislumbra alguna posible solución, algún signo de esperanza?

La guerra siria, con sus ramificaciones iraquíes, supone en este momento un enredo de dificilísima solución. No solo se ha permitido que el conflicto degenerase hasta la situación trágica en que se encuentra actualmente, sino que se ha avivado el fuego de las divisiones religiosas y comunitarias, armando a los grupos más violentos y abandonando a los sujetos que habrían podido encarnar el más que legítimo deseo de libertad que entre los años 2010 y 2011 irradió en Siria y en gran parte del mundo árabe. Hoy el Estado islámico se extiende sobre un territorio a caballo entre Siria e Iraq donde viven cinco millones de personas, ocupa importantes ciudades como Mosul, y está preparado para extraer y vender petróleo. Al presidente sirio Assad, cuyo régimen ha sido objetivamente sofocante, se le considera ahora un mal menor en comparación con el avance de las fuerzas yihadistas, y probablemente es verdad. En Iraq el avance del Isil, que ha sido posible por la debilidad del Estado, ha provocado la caída del primer ministro Al-Maliki, pero todavía no se ha llegado a crear un nuevo gobierno.

Los Estados Unidos están poniendo en pie una coalición que tendrá que intervenir militarmente, pero de la que no forman parte muchos de los estados responsables del ascenso del Estado islámico. Más allá de las consideraciones sobre el cinismo de muchos actores internacionales, creo que la intervención armada no será en ningún caso resolutiva, tanto prque el Estado islámico goza de una amplia base territorial como porque el verdadero problema es en último término la reforma política y social de muchos estados de Oriente Medio, una empresa que llevará años.

El signo de esperanza que yo veo es el hecho de que la ideología y los militantes yihadistas han alcanzado tal nivel de crueldad que están provocando la reacción, quizás todavía insuficiente, quizás todavía superficial, pero real, de muchos musulmanes. El fracaso político de los Hermanos Musulmanes en Egipto y la destrucción causada por el Estado islámico ponen en evidencia que los proyectos islamistas no han creado más que caos. Y de esto ya son conscientes muchos musulmanes.

¿Cómo valora la respuesta de Occidente de estos últimos meses?

La respuesta de Occidente a la crisis siria e iraquí es emblemática de su agitación interna. Europa está replegada sobre sí misma. No solo no consigue incidir en la escena internacional sino que parece incapaz de pensar sobre el momento presente. El debate europeo está cerrado, más que sobre temas económicos (lo que en parte sería comprensible), sobre el reconocimiento jurídicos de los “nuevos” derechos. Se corre el riesgo de que la ampliación del catálogo de los derechos fundamentales termine en realidad de erosionar o hacer sencillamente incompresibles los “viejos” derechos, como la libertad religiosa, la libertad de conciencia o el propio derecho a la vida, que como vemos están todos ellos aún pendientes de conquistar en muchas partes del mundo, y sin ellos es difícil regular la vida en sociedades cada vez más diversificadas en su seno. Europa parece no tener nada que decir en el momento en que su voz se hace más necesaria. Respecto al “estado de salud” de la vida civil americana, no tengo la competencia necesaria para opinar. Solo puedo decir que la política exterior norteamericana de los últimos años ha sido, cuando menos, esquizofrénica. Basta pensar en lo que ha sucedido en Egipto, donde EE.UU apostó erróneamente por la capacidad de los Hermanos Musulmanes para guiar la transición del país hacia la democracia. Se creó así una situación paradójica, donde los islamistas confiaban en el apoyo americano, mientrs que los liberales quemaban en las plazas la bandera de rayas y estrellas. El caso sirio también es muy instructivo. Hace un año, los Estados Unidos estaban dispuestos a bombardear a Assad. Hoy intervienen para frenar a las fuerzas yihadistas que ellos mismos contribuyeron directamente a reforzar. Sin embargo, hablar hoy de una posición “occidental” puede resultar engañoso: Turquía forma parte de la OTAN, Arabia Saudí es un aliado americano, Qatar tiene intereses cada vez más consistentes en toda Europa. Son países no occidentales que de varias formas han contribuido a crear la situación actual. Estos hechos nos permiten entender hasta qué punto es inadecuada la idea de un choque de civilizaciones.

¿Qué importancia tiene la posición del Papa, su llamamiento a frenar al injusto agresor, su gesto de oración por la paz?

La posición del Papa no solo es importante porque puede incidir efectivamente en las decisiones de la política internacional, como mostró el imponente gesto de oración por la paz que en septiembre de 2013 probablemente contribuyó a frenar el ataque contra el régimen de Assad, sino porque el suyo es hoy el juicio objetivamente más lúcido sobre la situación en que nos encontramos. Sus palabras sobre el agresor injusto, con sus precisaciones sobre el significado del verbo “detener”, por un lado nos permiten dejar de creer en pacifismos ingenuos, y por otro impiden cualquier sacralización de la guerra o del conflicto. Francisco está poniendo al descubierto las lógicas que han generado y alimentan no solo la guerra medioriental sino todas las guerras. Las palabras que pronunció el pasado sábado en la homilía ante el monumento militar de Redipuglia merecen sin duda ser meditadas por todos, cristianos o no.

¿Cómo viven los cristianos y las minorías en Iraq?

En Iraq el problema no es solo la relación entre minorías y mayorías sino en general la convivencia intercomunitaria. Con Saddam Hussein sufrieron mucho los chiítas, que son la mayoría numérica del país, mientras que los cristianos estaban mucho más seguros que hoy. Derrocado el régimen de Saddam, la mayoría chií finalmente pudo acceder al gobierno del país, pero no fue capaz de integrar a los demás componentes de la sociedad en un proyecto compartido.

Por lo que respecta a las minorías en un sentido estricto, los cristianos y yazidis están pagando hoy el precio más alto. Antes de la guerra de 2003 había casi 800.000 cristianos. Hoy son la mitad, probablemente menos. Además, mientras que en el pasado el problema era la discriminación, hoy son literalmente perseguidos. Antes, ser cristiano en Iraq era difícil, hoy es prácticamente imposible. Se trata de una tragedia ante todo humanitaria, pero también de una grave pérdida cultural, espiritual y política.

Desde el punto de vista práctico, ¿qué implica vivir bajo el régimen de un califato?

Históricamente el califato (en árebe khilafa) no es propiamente un sistema de gobierno sino la función de la que es investido el sucesor de Mahoma (en árabe khalifa) para guiar a la comunidad islámica. Según la doctrina islámica clásica, el califa debe “salvaguardar la religión y gestionar los asuntos terrenos”. Eso significa que idealmente debería presidir la vida de la comunidad islámica en todos sus aspectos, desde la aplicación de la ley islámica a la recaudación de los impuestos y la defensa del territorio. Pero este papel se ha interpretado históricamente de manera muy distintas, según las circunstancias históricas y las capacidades de cada uno de los califas. Cuando se habla hoy de califato, en realidad no se está haciendo referencia a un modelo histórico. En la época moderna, de hecho, el concepto de califato se ha convertido en la propaganda islamista en sinónimo de Estado islámico, es decir, un sistema de gobierno inspirado exclusivamente en una sharía, a su vez reinventada y donde no hay lugar ni para los no musulmanes ni para los musulmanes considerados “alejados”. El sistema que la organización del Estado islámico está imponiendo en Siria e Iraq tiene poco que ver con el califato histórico, en cuyo seno, por poner un ejemplo, las minorías gozaban seguramente de más garantías.

¿Qué puede hacer el islam moderado?

Muchos musulmanes se están alejando ya de las ideas y prácticas del Estado islámico, y eso es algo seguramente positivo. Pero creo que los musulmanes están llamados también a interrogarse profundamente respecto al fenómeno islamista y yihadista. No basta con decir  “ese no es el verdadero islam”. Por una parte se trata de una afirmación seguramente correcta: el islam de hecho se ha expresado históricamente de formas muy alejadas del extremismo yihadista. Una colaboradora de nuestra revista Oasis, Asma Afsaruddin, una experta de la Universidad de Indiana y de origen bengalí, ha escrito un artículo donde muestra cómo contrasta la interpretación radical de la yihad con una parte de la exégesis coránica clásica. Pero para superar las lecturas ideológicas hay que pensar en profundidas, hasta llegar a las preguntas más radicales e incómodas: “si el terrorismo no tiene nada que ver con el islam, ¿por qué los militantes yihadistas han podido leer el Corán y la Sunna en un sentido violento? ¿Qué relación tiene eso con la tradición islámica? ¿Por qué el fundamentalismo, que también está presente en otras experiencias religiosas, asume en el islam formas más violentas?”. Por nuestra parte, también nosotros estamos llamados a hacer una reflexión muy seria: por ejemplo, no podemos no preguntarnos por el motivo que explique una cuota tan relevante de militantes yihadistas que ha crecido en nuestras sociedades.

Michele Brignone es colaborador de la Fundación Internacional Oasis

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