Editorial

Europa así no

Mundo · Fernando de Haro
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26 abril 2015
La semana pasada fueron y vinieron los ministros de Asuntos Exteriores y del Interior a Luxemburgo. Fueron y vinieron los jefes de Estado y los presidentes del Gobierno a un Consejo de Estado extraordinario en Bruselas. Y tanto movimiento y tanta agitación se quedó en nada o en muy poco. Las reuniones se convocaron para hacer frente a la nueva crisis de inmigración, a la muerte en pocos días de 1.000 personas en aguas del Estrecho.

La semana pasada fueron y vinieron los ministros de Asuntos Exteriores y del Interior a Luxemburgo. Fueron y vinieron los jefes de Estado y los presidentes del Gobierno a un Consejo de Estado extraordinario en Bruselas. Y tanto movimiento y tanta agitación se quedó en nada o en muy poco. Las reuniones se convocaron para hacer frente a la nueva crisis de inmigración, a la muerte en pocos días de 1.000 personas en aguas del Estrecho.

Hicieron oídos sordos a lo que había reclamado Italia y a lo que habían pedido multitud de organismos internacionales. Se ha elevado algo la dotación para la operación Tritón que pasa a contar a partir de ahora con 9 millones de euros mensuales. Esa era la cantidad que se gastaba en 2013 y en 2014 el dispositivo de rescate Mare Nostrum. El importe lo sufragaba íntegro Italia.

El problema no es solo la falta de recursos. La Unión Europea se niega a modificar el tipo de mandato de Tritón, un operativo de Frontex. Frontex es la agencia europea para el control de las fronteras que sacará a los inmigrantes del agua porque así lo establecen las reglas de mar y no porque tenga la misión de rescatar a nadie.

La falta de una política migratoria común es un síntoma claro de la debilidad ideal de la Unión Europea. El Reino Unido está dispuesto a poner más recursos para controlar las fronteras con tal de que los que lleguen no se queden. Cameron se muestra duro para no perder terreno frente a los xenófobos de UKIP. Los países del sur reclaman, con razón, ayudas de los del norte para responder a la avalancha de los que huyen de la guerra. Y los del norte, en especial Alemania, se quejan, también con razón, de que los países del sur restringen demasiado la concesión de asilo.

La actual crisis inmigratoria está en buena medida provocada por razones políticas. Gran parte de los que llegan huyen de Libia, un auténtico Estado fallido que, tras la intervención europea, ha empeorado sus condiciones de viabilidad. El yihadismo empuja a iraquíes y sirios. Hay 130.000 nacionales de este último país que tienen pedido refugio. El total de demandantes de asilo asciende a unos 626.000 en toda la Unión Europea. Este año pueden llegar 130.000 más. ¿Muchos? Somos 500 millones de europeos.

Los 28 se caracterizan por una política absolutamente restrictiva para la concesión de asilo. En el borrador del Consejo Europeo del pasado jueves se incluyó un compromiso para conceder ese status a 10.000 personas. Pero la cifra no apareció en el documento final. La concesión de asilo se rige por el reglamento de Dublín II que le da a cada Estado la competencia de tomar la decisión final. Eso ha provocado una especie de competición para rechazar solicitudes. De modo que Europa se ha convertido en una auténtica fortaleza para los extranjeros que han dejado su patria por razones de guerra o por motivos políticos. Se ha difundido la imagen de que Europa puede reventar por sus costuras si acoge a tanta gente. La idea es falsa. Líbano, por ejemplo, con una población de 5 millones y muchos menos recursos acoge en este momento a un millón y medio de desplazados. No es una situación deseable pero las proporciones en Europa son muchísimo menores.

Europa rechaza a los refugiados por dos motivos: porque no tiene una política migratoria común y porque sus crisis de identidad le hace mirar con miedo al diferente. No es solo un problema económico. Es la inseguridad propia de quien no sabe quién es. Con voluntad política y con un proyecto común se puede afrontar la situación. Es una crisis que requiere, por supuesto, una intervención seria tanto en el Magreb como en África Subsahariana. No como la que se ha llevado a cabo en Libia. El flujo migratorio por diferencia de renta también puede ser ordenado. El extranjero, como se ha visto en España, no pone en peligro el sistema del Bienestar. Cuando está regularizado es un cotizante más en un continente envejecido. El asunto no es fácil. Requiere sobre todo de un proyecto de vida en común que permita la integración dentro de la diversidad.

Europa se levantó sobre los escombros de dos guerras. Cuando gran parte del continente se había convertido en un campo de refugiados. Sabía qué era. Así, como está ahora, encerrada en sí misma y sin personalidad propia, no tiene futuro.

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