Eugenio Nasarre. In memoriam
Fue un enorme sobresalto, que me cayó como una losa. Solo hacía un par de días yo le había enviado un mensaje para reanudar, si el frío y la lluvia amainaban, nuestros paseos por el Retiro en los que hablábamos con tanta confianza de lo divino y lo humano.
Pero la siguiente noticia fue ese mazazo con la desaparición fulminante de todos mis “Eugenios Nasarres” que se fueron de golpe y se refugiaron en mi memoria. Hablo en plural porque para mí hubo muchos.
Recuerdo ante todo al Eugenio, benjamín de los viejos democristianos de los primeros sesenta, cuando principiaban los Cuadernos para el Diálogo, fundados por el profesor Joaquín Ruiz-Giménez con su dinastía de Fernando Álvarez de Miranda, Íñigo Cavero y de tantos otros que encabezaban la formación de la DC o se lo creían. Allí estuvo Eugenio desde su juventud primera. Se doctoró en el difícil arte de dialogar del que terminó siendo maestro, con aquella regla machadiana tan repetida y sabia, ignorada por tantos tertulianos de hoy: “Para dialogar, preguntad primero, después… escuchad”. Eugenio era ya por entonces competente secretario de redacción de Cuadernos y miembro de su consejo de dirección. Fiel a Ruiz-Giménez, tuvo lucidez suficiente para ver venir sus errores en política, pero jamás el descaro de renegar de él ni de su magisterio y menos en los tiempos nublados del fracaso.
Eugenio estudió Derecho, Políticas y Filosofía y Letras. Ganó plaza con el número uno en el Cuerpo Técnico de Información, promoción de 1972. Fue gran funcionario mientras ejerció y sacó buen conocimiento y fruto de sus destinos, en especial el de Italia que le permitió conocer como nadie los recovecos e intríngulis de la democracia cristiana en aquel país. Fue admirador de Alcide de Gasperi o de Fanfani y en su corazón también de Giulio Andreotti pese a todos los pesares. Eugenio fue un democristiano de siempre pero en absoluto un “enragé” de esa ideología como escribió alguien con mejor intención que acierto. Nunca fue un político “enrabietado”, ni gustoso del mandoble o la descalificación en la defensa de sus ideas. Fue un político de convicciones, algo bien distinto.
Entre ellas estuvo, sin duda, su auténtica fe cristiana y su defensa de la democracia a lo largo de toda su vida. Al principio de ella ya le encontramos en las Juventudes de Acción Católica (JEC) y como dirigente de la Unión de Estudiantes Demócratas (UED); más adelante en UCD durante la Transición como Director de Asuntos Religiosos en Justicia y luego Subsecretario de Cultura con Cavero. También fue Director de RTVE. Incluso allí –avispero singular acreditado- dejó recuerdo de mesura y buen hacer. Después colaboraría con los gobiernos de Aznar y Rajoy y sería con el Partido Popular diputado al Congreso.
Por ese tiempo fue nombrado Secretario General de Educación y tuvo destacada intervención en este mundo, que le marcó para siempre. Defendió sus ideas sobre la libertad de enseñanza, consagrada en la Constitución y apoyó al sector que la representaba en el mundo real. Fue partidario de la formación humanística en la enseñanza, sugirió la formación de la “Comisión de Humanidades”, cuya presidencia me fue encomendada. Procuró que no se eliminasen los conocimientos de cultura clásica ni la tradición filosófica de tantos siglos. Me gustó oír al poco de su muerte de boca de colegas suyos, que trabajaron con los gobiernos socialistas, como Álvaro Marchesi o Alejandro Tiana, hasta qué punto apreciaron, incluso en la discrepancia, la capacidad de diálogo y respeto de Eugenio. Es algo que en estos tiempos de demonización y tergiversación del adversario se echa en falta.
Otros Eugenios vienen después a mi mente, como el Nasarre europeísta convencido y activo. Presidió durante seis años (2012-18) Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME) y fue, antes y después, levadura de los sentimientos europeístas en España incluso en los momentos de desánimo. Durante su mandato suscitó diversas publicaciones de signo europeísta. Y entre ellas dirigió en 2015 el libro “Treinta años de España en la Unión Europea: el camino de un proyecto histórico” con amplia participación de colaboradores y una destacada introducción suya. Aquí se reencuentra con los padres fundadores entre ellos el mencionado De Gasperi.
A Eugenio siempre le gustó escribir y se graduó incluso como periodista. En los últimos años de su vida pudo disfrutar con frecuencia de esta afición suya con mayor libertad al no estar encuadrado en un grupo parlamentario sujeto a enorme disciplina de opinión. Así Eugenio pudo escribir sobre educación y de las causas del bajo nivel de España en los informes Pisa; o sobre el peligro de abolir del todo los libros de texto sustituidos por tabletas, ordenadores o móviles. Y se consideró en posición de criticar la última reforma constitucional en su artículo 49 sobre los “disminuidos”, con la autoridad de haber tenido un hijo paralítico cerebral muerto a los veintitrés años sin haber podido ni hablar, ni moverse; pensaba que el enfoque anterior basado en el “amparo” era más realista que la utópica referencia actual a su libertad de elegir por sí mismos con plena autonomía, algo imposible en la mayoría de los casos.
Aquí se descubría también al Eugenio, padre de familia numerosa con su esposa Maxi, que estuvo muy evocado en el emocionante funeral repleto de gente al que yo pude asistir, viva representación del afecto que tantos guardamos a todos los Eugenios dichos, y sobre todo, en mi caso, al amigo de toda la vida. Descanse en paz.
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