¿Están los cabellos de sus cabezas contados?
Leo artículos de ahora y de hace 15 años, algunos muy interesantes. Que si el progresismo siempre había sido defender al vulnerable, que cuándo empieza la vida, cuándo un ser humano empieza a considerarse como tal… pero se me escapa el cansancio por las posiciones predecibles que no dejan espacio al cambio.
A la vez me he topado con un estudio de Rocío Núñez Calonge, doctora en Biología y miembro del Grupo de Ética de la SEF, que se ha dedicado a preguntar a todas las clínicas de reproducción asistida de España cuántos embriones tienen congelados sin saber qué va a pasar con ellos. El resultado lo han replicado varios medios en los últimos días: son 60.005 embriones –el 16% del total– que nadie quiere pero tampoco se eliminan por una laguna legal. No se pueden donar, las parejas que los fecundaron en su día han dejado de pagar el mantenimiento… nadie los reclama.
Son embriones que no son fruto del amor, que se han “fabricado” en un laboratorio para satisfacer un deseo ya caduco, o que no cumplen los requisitos –por lo que sea– para ser engendrados en un útero. Y con todo eso, si se llegara al final del proceso, de cada uno de ellos podría nacer una criatura –ser creado–. Un niño que, como todos los demás, llora y ríe, y se cae y se hace heridas. Y se podría convertir en un ser humano que sufre, que busca, que estudia, que se enamora.
Y entonces surgen las preguntas: ¿acaso no lo son todo ya siendo solo un amasijo de células congelado? ¿A ellos –como a mí– les ha querido Dios? ¿Están los cabellos de sus cabezas –o sus microscópicas células– contados?