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El precio de una frontera

España · Pankaj Ghemawat, profesor del IESE
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22 octubre 2012
Por su interés, reproducimos este artículo publicado en La Vanguardia. Europa observa preocupada la creciente tensión entre los separatistas flamencos y los valones en Bélgica, materializada en la ausencia de gobierno desde septiembre del 2010. Si bien es cierto que en la estructura federal belga las regiones gozan de una amplia autonomía, Flandes utiliza la fuga de capitales en forma de transferencias destinadas a paliar las diferencias económicas existentes entre norte y sur como principal argumento secesionista. Argumento recurrente también en el discurso nacionalista en Catalunya. 

A propósito del nacimiento de Bélgica como una escisión de los Países Bajos en 1830, la historiadora Els Witte observa que la industria belga sufrió una grave crisis a causa de la pérdida de sus mercados principales. Como eco de estas palabras, en este artículo me propongo analizar el perfil comercial de Catalunya para mostrar cómo el levantamiento de una frontera entre España y Catalunya podría conllevar grandes reducciones en el comercio interregional, un coste con consecuencias macroeconómicas que debería incluirse en el análisis coste-beneficio de la separación. 

A menudo oímos afirmaciones como que en la actualidad las fronteras han dejado de existir y que las distancias son de hecho irrelevantes. No obstante, vivimos en un mundo en el que las distancias no son puramente geográficas, sino que poseen un carácter más complejo. El ejemplo del comercio de bienes resulta paradigmático: el volumen de comercio de Catalunya con el resto de España es sólo ligeramente inferior que con el resto del mundo dada la mayor proximidad en la dimensión geográfica, cultural, administrativa y económica. (Véase el mapa de las exportaciones de Catalunya.) El efecto frontera entre Catalunya y Francia, que mide la intensidad relativa del comercio interregional respecto al comercio internacional controlado por el producto interior bruto y la distancia, se ha reducido desde mediados de los años noventa a la mitad, pero parece haberse estancado cerca de veinte. Este sesgo implica que la integración económica no reduce del todo las barreras al comercio que supone una frontera -barreras que resultan incluso más difíciles de superar en sectores de servicios, más sensibles a la distancia-.

Si analizamos el comercio internacional a la vez que con el resto de las comunidades de España, apreciaremos hasta qué punto es importante la dimensión regional para la economía catalana. En el ranking de los doce primeros socios comerciales (por exportaciones) aparecen siete comunidades autónomas y cinco países, siendo Aragón el primer socio y Francia el segundo. Dividiendo estos flujos por el PIB de las áreas que reciben productos de Catalunya, se observa que la intensidad de comercio con Aragón es entre cinco y seis veces la intensidad con el resto de España. Ampliando el espectro, la ratio asciende a veinte cuando comparamos la intensidad del comercio entre Catalunya yel resto de España con la del comercio entre Catalunya y el resto de la UE. 

Los datos del 2007, último año anterior a la crisis, revelan un déficit comercial (internacional) de 30.000 millones que queda prácticamente equilibrado cuando se añade un superávit en la balanza interregional de más de 20.000 millones. De hecho, sectores como el de procesamiento alimentario, que parece a priori un lastre para el comercio en Catalunya, adquiere gran relevancia (en términos de competitividad) cuando se añade el comercio regional dado su amplio superávit comercial con el resto de las comunidades. Ejemplos como este revelan que Catalunya ejerce un importante papel como nudo de importación para España, importando del exterior para vender al resto del país. 

En función de los datos mostrados acerca de la estrecha relación comercial entre Catalunya y España, cabe preguntarse qué repercusión tendría el levantamiento de una frontera entre ambas. El comercio bilateral entre la República Checa y Eslovaquia en los años posteriores al divorcio de terciopelo, en 1993, cayó un 75%. Basado en este y otros estudios, Jeffrey Frankel, profesor de Harvard, concluye que estadísticamente dos empresas situadas a ambos lados de una frontera comercian entre un tercio y dos tercios de lo que lo harían si esa frontera no existiera. Si trasladamos estos cómputos al contexto de Catalunya en el 2007, una reducción del comercio interregional a un tercio de su nivel actual provocaría una caída de la balanza comercial (total) de un -4% del PIB a un- 13%, con una correspondiente caída del PIB mismo de hasta un… ¡un 7%! (Los cálculos presentados en mi nuevo libro, World 3.0,muestran unos efectos incluso mayores dada la mayor amplitud del periodo usado -desde mediados de los años 90-, en el que el comercio interregional supone una porción mayor de la balanza comercial.) 

A pesar de ser cálculos orientativos, sus magnitudes deberían tenerse en consideración e integrarse en el debate sobre el futuro de Catalunya. 

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